Descifrando a «El Bosco»
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La figura del pintor está rodeada de incógnitas. El V aniversario del artista es una gran oportunidad para aclarar algunos misterios que le rodean, como su formación o los posibles viajes que realizó al extranjero.
En su introducción a la «Obra completa de El Bosco», Dino Buzzati cuenta que, durante una visita a s-Hertogenbosch (en español, Bolduque), la ciudad natal del pintor en Holanda, el propietario del hotel donde se hospedaba le insistió en visitar a Peter van Teller, un relojero jubilado que decía ser descendiente de El Bosco por parte de madre, y que incluso había escrito un breve ensayo sobre el pintor.
El historiador acudió finalmente a conocerlo y, tras un paseo por un parque de la localidad, el ex relojero le invitó a su casa y le mostró el desván donde trabajaba. Era, para sorpresa del visitante, el estudio de un pintor y sobre un caballete, había un «Juicio Final» inacabado muy del estilo del maestro holandés, pero que inmediatamente comprobó diferente a todos los que él conocía. «Parece un Bosco auténtico. ¿Es suyo?». Van Teller sonrió «¿Lo ha reconocido? ¿Recuerda el grabado de Hameel, verdad?». Luego añadió: «Siéntese allí en el rincón y no hable, por favor». La continuación del relato parece –si no fuera porque corresponde a un investigador– un montaje con cámara oculta: «... Al mismo tiempo, y la luz era tal que no cabía el truco, dos pinceles por sí solos, se levantaron de la mesa, en levitación, y como dos animalillos amaestrados impregnaron sus cerdas en los colores de la paleta, fueron después al cuadro y, poco a poco, con minuciosa aplicación, comenzaron a representar una especie de asquerosa forma viviente, mitad salamandra y mitad pájaro, que estiraba el pico hacia una muchacha desnuda atravesada ya por un espetón». Mientras los pinceles trabajaban, Van Teller permanecía en una especie de trance mientras dijo al alucinado especialista: «Mire por la ventana». Buzzati se asomó al ventanuco de la buhardilla y vio desfilar ante sus ojos una procesión de imágenes extraídas de cuadros de El Bosco que cobraban vida. Repentinamente la visión cesó y, cuando se dio media vuelta, pudo ver al relojero exhausto sobre un sofá. «Miré atentamente el cuadro –continúa su relato Buzzati–. Estaba realizado con la perfección del antiguo maestro, se notaban incluso las grietas del color –el cuarteado– que sólo el tiempo sabe producir. «¿No lo ha visto nadie?», le pregunté. «Nadie (...), este cuadro es mi secreto. He tomado ya mis medidas y desaparecerá conmigo».
Interpretaciones
Recuerdo que, cuando me asomé por primera vez al mundo de El Bosco y leí esta introducción me quedé tan sorprendido co-mo seguramente Dino Buzzati viendo moverse en el aire aquellos pinceles y, seguramente también por eso, empecé a mirar al pintor de una manera diferente. Quizá fue un error, pues a los artistas hay que juzgarlos a través de sus obras, pero no conseguía abstraerme de ese relato mágico que disparaba mi imaginación y que veía reflejado en todas sus figuras y composiciones. Por supuesto, no he sido el único, pues uno de mis pasatiempos favoritos en su sala de El Prado es escuchar las interpretaciones que los diferentes cicerones hacen de sus obras a los visitantes. Cada uno la suya, como si su experiencia personal estuviera por encima de cualquier visión objetiva y documentada de su obra. Es parte de su atractivo y de ese misterio que atrae a un público no necesariamente familiarizado o interesado por el arte antiguo.
Sin embargo, hay otro Bosco, el real, con muchos datos objetivos que no pueden eludirse. Cuando en 2005 Jos Koldeweij, Paul Vandenbroeck y Bernard Vermet publicaron su Hieronymus Bosch, sólo la aplicación de la dendrocronología (datación de la madera de sus obras en función de los nudos que la integran) ya supuso una revolución en la clarificación de su producción. Y naturalmente, el descubrimiento de la abundante literatura que pudo manejar o en la que se inspiró, van explicando no sólo la utilización de los extraños elementos que componen sus creaciones, sino la visión misma que tenía el pintor de un mundo que hoy nos resulta tan lejano y fantástico.
De Jeroen van Aeken o Van Aken no se conoce ni siquiera su fecha ni lugar de nacimiento, aunque sí está constatado que fue enterrado en la que se supone su ciudad natal el 9 de agosto de 1516. El hecho de que no fechara ninguna de sus obras y tampoco las firmara todas añade confusión, y sin duda, cierta fantasía a su biografía. Parece que su familia, los Van Aeken, procedían de Aquigrán (Alemania), pues Aeken es el nombre de la ciudad en dialecto centroalemán. También tenemos referencias de que tanto su abuelo como su padre fueron pintores y que ciertamente se instalaron en s-Hertogenbosch, entonces capital del ducado de Brabante. Precisamente de esa ciudad tomará prestado el nombre ya desde 1463 y, quizá por eso, se ha situado su fecha natal en torno a 1450.
Una hermandad ilustre
Aunque algunos han forzado las hipótesis más variadas sobre su formación, lo evidente es que debió aprender el oficio en el taller familiar. Otro dato bien conocido es la fecha de su boda –15 de junio de 1481– con Aleid van de Meervenne, hija de un rico comerciante, lo que indudablemente mejoró su estatus social. De hecho, en 1486 ingresó en la Ilustre Hermandad de Nuestra Señora, una cofradía de laicos dedicada al culto a la Virgen y a las obras de caridad, a la que pertenecía su esposa. A partir de esa fecha se documentan varias de sus obras. Pero lo que también resulta relevante es su identificación –a través de esta Hermandad– con las ideas místicas y prerreformistas del Maestro Eckardt (1260-1328), sus discípulos Enrique Susón (1300-1366) y Juan Taulero (1300-1361), que sin duda fueron los principales inspiradores de las predicaciones de Gerardo Grote (1340-1384) en los Países Bajos. Son precisamente las obras de estos cuatro autores las que mejor pueden servir para comprender la inspiración de El Bosco, ejercicio aún pendiente, y que ha permitido el desarrollo de fantasías nada ortodoxas aunque ciertamente vistosas literariamente.
Hay un periodo en la vida de El Bosco del que no hay documentación ninguna: son los años que van desde 1500 a 1504. Un hipotético viaje a Venecia no sólo explicaría las obras suyas que allí se conservan sino también el cambio que se produce en su estilo a partir de esa fecha. Sus composiciones empiezan a incluir figuras mucho más grandes, y sus paisajes recuerdan a los de los maestros venecianos, especialmente los de Bellini y Mantegna.
Parece que regresó a su ciudad natal, donde seguramente fallecería, pues el 9 de agosto de 1516 se celebraron en la capilla de Nuestra Señora, que pertenecía a la Hermandad, solemnes exequias por el pintor. El V aniversario de su muerte es una gran oportunidad, y no tanto para que algunos se hagan notar desatribuyendo obras, como para abrir vías de investigación sobre un pintor que sigue conservando todo el misterio de su originalidad y su singular belleza.