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«Desde los años treinta no se puede escribir sin la mirada del cine»

El académico medita sobre la influencia de la poesía en los orígenes del cine en «Imágenes de la ciudad»

Darío Villanueva
Darío Villanuevalarazon

El académico medita sobre la influencia de la poesía en los orígenes del cine en «Imágenes de la ciudad»

Una vieja película de 1921, olvidada por muchos, vincula ahora, de manera improvisada, una exposición y un libro. La muestra de Paul Strand, en Madrid, exhibe, junto a las instantáneas del fotógrafo, la cinta «Manhatta», que él mismo rodó junto a Charles Sheeler. Un filme que aunaba cine y poesía, y que es el punto de arranque de «Imágenes de la ciudad. Poesía y cine, de Whitman a Lorca» (Cátedra), el último trabajo de Darío Villanueva, catedrático de Literatura y director de la Real Academia Española. Un ensayo que repasa las influencias que la literatura tuvo en el séptimo arte y en un tipo de cine poético que, paradójicamente, la palabra mató. «Vi “Manhatta” en una exposición en París –comenta el autor–. Me impresionó por las imágenes y por lo que significaban. Era la inversión de una figura retórica que se llama écfrasis, que consiste en poner en palabras las imágenes: poemas que describían obras de arte. Esta cinta era lo contrario: ponía imágenes a poemas de ‘‘Hojas de hierba”, de Walt Whitman, uno de los poetas de la modernidad, que canta al nuevo mundo, a la nueva sociedad, a una estructura democrática donde la ciencia está al servicio del desarrollo y se producen aglomeraciones de masas en recintos urbanos».

–¿Qué significa «Manhatta»?

–Es un ejemplo de la influencia de la poesía en el cine. En los años 20, había una cercanía entre los objetivos estéticos del cine puro y la poesía de vanguardia. El cine se construye con imágenes y esa poesía hace de la imagen poética el centro de su estructura y expresividad. Hubo un cine poético y una poesía de imágenes fílmica. Existió una felicísima confluencia del cine y la literatura.

–¿Qué ocurrió?

–El cine sonoro cercenó las posibilidades de ese cine que sólo usaba imágenes y no necesitaba diálogos, historias. A partir del «Cantante de jazz» se potencia el cine narrativo.

–Comenta la influencia de Dickens en Griffith.

–El cine se desarrolla estéticamente por la novela. Griffith y Eisenstein admiten que se insertan en una tradición narrativa que tiene raíces en la literatura grecolatina, pero que tiene en los novelistas del siglo XIX los ejemplos más próximos.

–¿Cuándo se invirtió la tendencia y el cine empezó a influir en la literatura?

–Al principio, el cine aprende de la literatura para transformar el cine de los hermanos Lumière. Ellos eran fotógrafos y no se dieron cuenta de las potencialidades de su invento. Creían que el cine era el perfeccionamiento de la foto dotándola de movimiento. En cambio, Georges Méliès sí reconoció las posibilidades. El cine busca las técnicas narrativas de la literatura y sus argumentos. A partir de los treinta, es ella quien aprende del cine. Sucede con la generación de Faulkner, Hammett y Scott Fitzgerald, que fueron guionistas en Hollywood. Se dieron cuenta de que el público era consumidor de cine. El lector no era el mismo de antes, porque era espectador de cine. La novela se volvió más directa, escueta. El ejemplo de un primer novelista cinematográfico es Dashiell Hammett, que escribe impregnado por la estética del cine. A partir de los treinta, no se puede hacer literatura sin la percecpión de que el cine existe. Valle-Inclán es uno de los primeros escritores que se da cuenta de que el cine era el arte nuevo y sus obras son una literatura sincopada, con un montaje sintáctico de las escenas que proviene del montaje cinematográfico. «Luces de bohemia» es una obra fuera de los usos del teatro del momento, difícil de representar porque Valle se permite en ella las mismas licencias que un cineasta a la hora de filmar una película.

–Hoy la literatura es más cinematográfica.

–Sí. La literatura de circulación masiva tiende hacia una desliteraturización: los diálogos son cortos y directos, y las descripciones, escuetas. Hay mucha acción. Se procura captar al lector con lo que en los guiones se llama los nudos de la trama. Los escritores de mayor éxito siguen el ejemplo del cine.

–¿Cómo influyen hoy las series de TV?

–Una película tiene una duración y una capacidad de contar una historia muy limitadas. Se ve en las adaptaciones de obras literarias. Producen decepción en quienes leen la novela y ven la versión cinematográfica. A pesar de que una imagen vale más de mil palabras, eso no funciona así. Una novela necesita muchas imágenes para ser traspuesta en su totalidad. John Ford decía que prefería hinchar un cuento corto que cortar una novela larga. Lo que ocurre con las series, algunas de las cuales nos ofrecen el mejor cine que se hace, es la continuidad temporal. Desarrollan una historia con lentitud, atando cabos, recogiendo líneas secundarias que enriquecen la historia.

–Dicen que podrían sustituir al libro.

–Las series emplean un procedimiento semejante a la novela del siglo XIX, que circulaba por entregas. Es el gran problema. El cine y la televisión están acabando con los lectores. En este sentido, no soy apocalítico. Los títulos de éxito tienen mucha venta y veo a muchas personas leyendo. Los libros y las series compiten en el terreno del ocio y la diversión, pero no podemos cantar la muerte del libro. Nunca antes se han leído tantos como ahora. Conozco gente que mantiene las dos prácticas: consumen series y leen.