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Diana Vreeland, ella era el estilo

La periodista de moda recupera su forma en la sala pequeña del Teatro Español. Es la historia de una mujer que marcó unas pautas en las revistas femeninas que aún hoy siguen vigentes
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Su peculiar rostro caballuno, enmarcado en una figura grácil y esbelta; su elegancia natural al moverse; su impecable y cautivadora manera de sostener entre los dedos un cigarrillo acoplado a una larga boquilla; e incluso esos mismos dedos, de uñas cuidadas y encendidas en un rojo intenso, hicieron de Diana Vreeland una mujer diferente, que conseguía personificar ese ambiguo e indefinible concepto al que llamamos «estilo», demostrando que éste no es exactamente sinónimo de belleza. Pero lo realmente importante de ella fue su trabajo como periodista de moda en las publicaciones «Harper’s Bazaar» y «Vogue» durante el segundo tercio del pasado siglo, por el que se convertiría en icono de la mujer que triunfaba laboral e intelectualmente con atributos que parecían patrimonio del hombre: carácter fuerte, ideas innovadoras y trato profesional exigente.
Sobre esa personalidad de acusados rasgos pusieron sus ojos Mark Hampton y Marie Louise Wilson para escribir «Full Gallop», una obra de teatro estructurada como un monólogo que se estrenó con éxito en el off de Broadway en 1995 y que Guido Torlonia llevó al Teatro Goldoni de Florencia dos años más tarde. En aquel entonces, el director italiano recibía agradecido las felicitaciones del hijo de Vreeland, quien confesaba haber llorado viendo en la función a su madre revivida en el cuerpo de la actriz Adriana Asti. Ahora, el propio Torlonia trae a Madrid, tras su paso por Barcelona el año pasado, la versión española con Carme Elías, asombrosamente caracterizada por Eva Fernández, metida en la piel de Vreeland.
«Al galope» –en castellano– sitúa a la editora en su apartamento de Nueva York, en Park Avenue concretamente, en el verano de 1971, cuando frisaba ya los 70 años. Acaba de ser despedida de «Vogue» y prepara una cena para sus amigos; uno de sus invitados podría financiarla para emprender un nuevo reto profesional y abrir una revista propia; pero ellos, sin embargo, quieren que acepte un trabajo como asesora en el Metropolitan. En ese ínterin, con los preparativos para la cena, el espectador conocerá de su propia voz, entre recuerdos y proyectos de futuro, los intereses y tribulaciones de una editora lista y extravagante que para algunos fue una luchadora de inconmensurable talento y, para otros, simplemente, una tirana orgullosa. «Fue una mujer que podía parecer déspota; pero lo que hacía era ejercer el poder que tenía. Cuando emitía un juicio todos temblaban, porque su criterio era tan importante que todo el mundo lo seguía», aclara Guido Torlonia.
- Fuera del estudio
Hubo un antes y un después de Diana Vreeland en lo que se conocía como «revistas femeninas». Revolucionó el concepto de lo que debía ser el periodismo en lo tocante a la moda e ideó una forma de hacerlo que aún hoy sigue vigente: fue, de hecho, la primera en explotar la imagen del modelo fuera del estudio, disparando así las posibilidades del hasta entonces constreñido fotorreportaje, e introdujo los elementos exóticos que hoy siguen siendo recurrentes en este tipo de trabajos.
Pero también podrá verse en esta función a una Vreeland más íntima y vulnerable, como se muestra, por ejemplo, cuando evoca a su marido, al que profesó, según parece, un gran amor durante toda su vida. «Es un personaje apasionante por su carácter y por su personalidad, pero también por sus ganas de vivir –explica Elías–. En la obra hay momentos también de sentimiento y fragilidad, pero hay una mujer de acción. Decía que tenía que trabajar muchísimo, y que esperaba que todos trabajasen igual».
Una de las curiosidades más llamativas en la trayectoria de Vreeland es que, sin haber sido técnicamente una creadora de moda, era periodista y no diseñadora, su sentido de la estética era tan potente que marcaba el rumbo en la creación con sus opiniones, incluso ordenaba a los diseñadores el camino a seguir. «Tenía una concepción absolutamente estética de todo: de la vida y del mundo –apostilla Elías–. Es otra de las bazas que juega esta obra: permite recorrer el siglo XX a través de su mirada, es decir, a través de la estética y de la moda».

El jardín delirante

En su trabajo para el montaje de «Al galope», el escenógrafo Ramón B. Ivars reconoce haberse visto obligado a suavizar lo que considera «el delirante barroquismo» del apartamento de Diana Vreeland en Nueva York. Conocido como «El jardín del infierno», por el predominio de un color rojo que obsesionaba a la conocida editora y periodista de moda, y que tiñe paredes, muebles y flores, las fotos del habitáculo siguen sorprendiendo hoy por su recargada y personalísima decoración. La sala Margarita Xirgu del Teatro Español se convertirá hasta el 15 de noviembre en esa extravagante morada, consagrada al estilismo y el diseño, en la que la Vreeland vivió sus momentos de mayor esplendor.