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Diluvio a gusto de todos

La aparición de restos de hace 4.000 años en el valle del río Amarillo ampara la teoría de las lluvias torrenciales que relató la Biblia en su pasaje de Noé. Historia que, con variaciones, se repite a lo largo de los siglos y las culturas. De este a oeste
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La aparición de restos de hace 4.000 años en el valle del río Amarillo ampara la teoría de las lluvias torrenciales que relató la Biblia en su pasaje de Noé. Historia que, con variaciones, se repite a lo largo de los siglos y las culturas. De este a oeste
En nuestra tradición cultural la leyenda del diluvio que asoló el mundo en una época pretérita se relaciona especialmente con el episodio bíblico en el que el justo Noé logra salvar no sólo a la humanidad, sino la entera creación simbolizada por una pareja de cada animal, gracias a su salvífica arca, metáfora del pueblo elegido de Israel para los judíos o, según la interpretación cristiana, de una alianza que funda una nueva humanidad. Será una creación renovada la que se extienda de nuevo por la tierra desde la región montañosa de Urartu o, según la tradición cristiana, desde el monte Ararat.
Pero el mito de esa lluvia torrencial que anegó el mundo habitado y destruyó a casi toda la población no es exclusivo del libro sagrado judeocristiano. De hecho, la primera vez que se menciona este mito en la historia es en el marco de la Epopeya de Gilgamesh, en la historia de Utanapistim, donde se cuenta cómo el dios Enlil decidió eliminar a la humanidad, que le resultaba molesta. El superviviente, Utanapistim, fue elegido por el hermanastro de Enlil, Ea, que le aconsejó construir un arca en la que pudo salvar a un selecto grupo de mortales. Otro relato parecido, que se recoge en las tablillas sumerias, es el de Ziusudra, mientras que en la tradición acadia existió también un poema que menciona el diluvio universal. En las escrituras sagradas de la antigua India se habla del mito de Manu, el primer hombre y primer rey, que fue avisado del diluvio por una encarnación de Visnú para que salvara a su familia y a una selección de animales y repoblase el mundo a partir de entonces. En las tradiciones amerindias de los taínos, incas, mexicas, guaraníes, mapuches o chibchas también existe el mito y su versión más conocida, que refiere Fray Bartolomé de las Casas, cuenta el Butic o diluvio universal maya. Mención especial merecen el diluvio guaraní, causado por Ñamandú, o el inca, por Viracocha, que nos recuerdan que son los dioses principales los que suelen provocar la inundación. También merece la pena citar a los moussaye, en el Chad, o la leyenda de la Gran Inundación de Yu, en China, para dar idea de la extensión del esquema mítico.

La ira de Zeus

Pero ahora, quiero recordar más en detalle que, en el marco de los mitos de creación del hombre, los griegos también tuvieron un diluvio universal, tal vez el más cercano a nuestra cultura. Cuentan los mitógrafos que Zeus, enojado al contemplar el estado de los asuntos humanos y tras convocar el consejo de los dioses, anunció su intención de asolar la tierra, por la maldad y la impiedad que veía en ella. Quería crear una nueva raza humana, más piadosa, y por eso había resuelto inundar el mundo mediante un diluvio, derramando torrentes de lluvia desde las nubes y, asistido por su hermano Poseidón, anegando todo el mundo con las crecidas de los ríos y el ascenso del nivel del mar. Sólo una montaña quedó visible sobre la gran inundación que provocó el diluvio: el Parnaso. Allí, milagrosamente, quedaron a salvo de la inundación Deucalión, hijo de Prometeo, y la hija de su hermano Epimeteo, Pirra, mientras adoraban a los dioses. Cuando bajaron las aguas Deucalión y Pirra restauraron la humanidad y comenzaron ofreciendo un sacrificio a los dioses en el primer templo que encontraron. Allí, un oráculo les dijo que para recuperar el favor de los dioses debían salir del templo con velo, desenterrar los huesos de su madre y arrojarlos tras ellos. Horrorizados, Deucalión y Pirra no daban crédito a este oráculo impío, hasta que comprendieron que se trataba de un enigma: lo que debían hacer era considerar la Tierra como su madre –pues Gea es la madre de todos–, por lo que sus huesos serían las piedras. Así, Deucalión y Pirra obraron como indicaba el oráculo y para su sorpresa, tras recoger y arrojar las piedras tras ellos, éstas empezaron a crecer y a adoptar forma humana. La escena la pintan Beccafumi en 1520, Rubens en un cuadro de 1636 en el Prado, Castiglione en 1655 y Picasso en un grabado de 1931. El barro y el limo del diluvio se adhirieron a esta silueta y modelaron la carne y la piel, mientras que las piedras formaban los huesos. Y de las piedras arrojadas por Deucalión salieron los hombres, mientras que las que tiraba Pirra nacían las mujeres: por eso, cuenta el mito, la raza humana que nació después del diluvio es dura como la piedra y apta para trabajar y servir a los dioses. El mito del diluvio griego fue transmitido por poetas como Píndaro u Ovidio y ha tenido algunos cruces interesantes, en la tradición del arte y la literatura occidentales, con el diluvio bíblico.
Estas evocadoras leyendas han sido recopiladas por los estudiosos de mitología comparada que, como Joseph Campbell en su siempre inspiradora obra, han tratado de rastrear el fondo común de las historias de los orígenes y los ciclos míticos, en cierta parte coincidentes entre culturas muy diversas. Aunque pocas veces transitan estos mitos la clara línea que los separa de la historia o de la prehistoria, cuando algún dato nos sugiere la posible historicidad de un modelo mítico siempre resulta fascinante. Algo así ha ocurrido con el mito del diluvio, común a tantas culturas. Hay voces que defienden que, más allá de la leyenda, existe un trasfondo histórico en el mito del diluvio universal del antiguo Oriente, como las de los geólogos William Ryan y Walter Pitman, de la Universidad de Columbia, relacionándolo con una inundación del Mar Negro durante la última era glacial. Otros asocian el mito a las crecidas de los ríos en las primeras civilizaciones humanas y hay teorías que mantienen que fue un eco de un tsunami que afectó a la región sirio-palestina, entre otras explicaciones. Últimamente, ha sido un equipo de la Universidad de Nanjing (China) el que ha querido explicar la leyenda china de la gran inundación en términos geológicos y arqueológicos. Según esto, la gran inundación del río Amarillo marcó el comienzo de la dinastía Xia y, así, la fundación del imperio que da carta de naturaleza a la China antigua en la Edad del Bronce. Parece que el mito se construyó mediante la transmisión oral de una catástrofe auténtica, que a través de las generaciones adquirió dimensiones legendarias. Es curioso pensar, volviendo a Campbell, en la cantidad de historias cruzadas con el mismo protagonista –el dios y el agua furiosa– y el mismo propósito –la fundación de una nueva humanidad– desde el norte de Europa al sudeste asiático y que dan fe de la potencia poética y hermenéutica del mito del diluvio.