Teatro

Danza

«Dios me ordenó acostarme en la nieve»

El bailarín letón Mikhail Baryshnikov se mete en la piel del legendario Nijinsky en «Letter to a Man», un «collage teatralizado de voz y música» que hurga en el «abismo interior» de los diarios que escribió a las puertas de la locura.

Vaslav Nijinsky en «Scheherazade», uno de sus roles más famosos
Vaslav Nijinsky en «Scheherazade», uno de sus roles más famososlarazon

El bailarín letón Mikhail Baryshnikov se mete en la piel del legendario Nijinsky en «Letter to a Man», un «collage teatralizado de voz y música» que hurga en el «abismo interior» de los diarios que escribió a las puertas de la locura.

El último salto de Nijinsky no fue sobre las tablas del Mariinski, ni siquiera en los pasillos de aquel manicomio suizo en el que, cuenta la leyenda, se sostuvo tres metros sobre el suelo. Su último salto fue cualitativo, hacia el abismo interior y lo ejecutó confiando en caer en brazos de Dios. Aquel definitivo «echappé» empezó a realizarlo en 1919, concretamente el 19 de enero, el día en que actúa por última vez para amigos y admiradores en un hotel de Saint Moritz, el día también en que inicia los diarios que muestran descarnadamente su progresión imparable hacia la locura. Durante 30 años, el «clown de Dios», como lo bautizara Maurice Bejart, peregrinaría por países y sanatorios, incapaz de reencontrarse con el genio que revolucionó la danza.

Aquellos diarios que fascinaran en su día a Henry Miller o Ingmar Bergman –páginas en las que Nijinsky firmaba como «Dios» y se creía tal– son el hilo conductor de un espectáculo que, en cuatro funciones únicas, permitirá ver en Madrid el inusual consorcio de tres figuras irrepetibles: el mencionado bailarín en calidad de homenajeado, Mikhail Baryshnikov –leyenda viva de la danza– como su intérprete, y el siempre osado, nunca convencional Bob Wilson, director de este «Letter to a Man» que estará en los Teatros del Canal desde el jueves al domingo.

Baryshnikov, que confiesa haber crecido como bailarín apabullado por la figura de Nijinsky, llevaba años evitando meterse en la piel del genio. Hasta quince veces le llegaron propuestas en este sentido, la más golosa por parte de Ingmar Bergman. Al final, ha sido Bob Wilson –con quien lleva dos años girando con «The Old Woman»– quien lo ha seducido con una propuesta teatral que bebe del cine mudo y del «clown» en la que Baryshnikov pone su figura y sus movimientos al servicio de una triple voz narradora en inglés y ruso: la suya propia, la de Wilson y la de la coreógrafa Lucinda Childs... «Es un collage de música y voz, una especie de pequeña ópera de cámara, con fragmentos musicales clásicos y de artistas como Tom Waits o Bob Dylan. Yo me muevo por el escenario, pero no bailo», explica. Todo ello envuelto en el particularísimo concepto escénico y lumínico de Wilson: «Sus proyectos nunca son obvios y sencillos. Es uno de esos directores que no quiere que llores en el escenario, pero que te hace llorar tras las bambalinas. Le gusta implicar a la audiencia, pone su fe en ella».

En «Letter to a Man» la exigencia hacia el público es total siendo como es un paseo por la locura de un hombre capaz de sacar a la pluma notas tan sublimes como éstas: «Él (Dios) me dijo de acostarme en la nieve. Me acosté. Me ordenó quedarme acostado por mucho tiempo. Así permanecí hasta que sentí el frío en mi mano. Mi mano comenzó a helar. Retiré mi mano diciendo que no era Dios, me dolía la mano. Dios estaba contento, y me ordenó regresar, me ordenó acostarme de nuevo en la nieve, cerca de un árbol». Henry Miller estaba convencido de que sólo la demencia evitó que Nijinsky llegara en el ámbito de las letras a las cotas que había alcanzado redefiniendo los códigos del ballet. «Algunas páginas son tan oscuras y poéticas como las de Dostoievsky y muestran su implicación con todas las formas del arte más allá del baile y la coreografía», recalca Baryshnikov, quien leyó los diarios por primera vez en francés a finales de los 70. «Luego los leí en inglés y por último en ruso en la National Library de Nueva York». En 1999 apareció la versión original de aquel texto, limpio de las censuras de su esposa, espléndido testimonio de una mente que navega a la deriva entre los delirios de grandeza, las fobias sexuales, las paranoias y las manías persecutorias...

Por todo el diario, como por toda la vida del artista, pulula la sombra de Serguei Diaghilev, el hombre que lo colocó a la cabeza de los Ballets Rusos y lo lanzó al estrellato al mismo tiempo en que patrimonializaba su figura y su vida. Fue su jefe, su mánager y su amante. El Dios del Dios. Por eso Nijinsky lo temía y lo adoraba. A él, cuando pudo romper las ataduras físicas casándose con Romola de Pulszky –otra figura controvertida y controladora–, le escribió una carta que, se supone, nunca llegó a enviar. «Al hombre: no puedo escribir su nombre porque no tengo nombre para usted», comenzaba esta misiva que da título al montaje de Bob Wilson.

«Los bailarines estamos obsesionados por Nijinsky, como las cantantes de ópera con Maria Callas», dice Baryshnikov. El letón nacionalizado estadounidense bailó con 17 años «Petrushka», uno de los grandes papeles de Nijinsky, «pero como persona y artista no me sentía cercano a él. Con el tiempo creció mi fascinación. Bailando entendí lo genial que era. Y es que no podemos entender al personaje más que a través de sus coreografías, ya que no nos ha llegado ninguna filmación. Era un visionario, tímido, inusual y de inmensa expresividad». En la cerca de hora y media que dura «Letter to a Man» no reconocerán los movimientos de «La consagración de la primavera» o aquel mix sensual y espasmódico que convirtió a «La siesta del fauno» en todo un escándalo en el París de la «belle époque». «Es una historia muy teatral, sin las formas concretas de las coreografías de Nijinsky». Lo importante, insiste Baryshnikov, es retratar «la extraordinaria lucha con su mente que sostuvo, buscar su voz interna, la de un hombre que va hacia lo profundo de sus estragos mentales». Es ahí donde la maestría atmosférica de Bob Wilson juega un papel fundamental mediante las sombras chinescas, los dobles y el rostro pintado de blanco tan característico de los montajes del estadounidense. Expresividad y minimalismo que revelan «la fascinación de Bob, que es un bailarín frustrado, por la locura de Nijinsky». «Yo quiero que fotografíen mis escritos para explicar mis escritos, porque mi escritura es la de Dios», escribió el gran bailarín y coreógrafo, el hombre que saltó tres metros en un manicomio suizo.