Domingo justifica plenamente «I due Foscari»
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Estamos en 1844 y Verdi, que ya ha triunfado con “Nabucco” y “Ernani”, se convierte en el compositor lírico más solicitado en Italia y no paran de llegarle ofertas a las que no sabe decir que no.
“I due Foscari” de Verdi. Plácido Domingo, Michael Fabiano, Angela Meade, Roberto Tagliavini, Mikeldi Atxalandabaso, Susana Cordón, Miguel Borrallo, Francisco Crespo. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dirección musical: Pablo Heras-Casado.
Estamos en 1844 y Verdi, que ya ha triunfado con “Nabucco” y “Ernani”, se convierte en el compositor lírico más solicitado en Italia y no paran de llegarle ofertas a las que no sabe decir que no. Tampoco quiere pues, hijo de una familia modesta, ve la posibilidad de hacer hucha. Así que, con su indudable ingenio, organiza cócteles operísticos con unas cuantas arias, tres o cuatro dúos, un par de concertantes y unos cuantos ritmos marciales ensamblando todo. Nacen así once óperas en siete años, los denominados por él mismo y muy significativamente “de galera”, hasta que en 1851 surge “Rigoletto” y todo cambia. Son partituras aún muy deudoras con el pasado y llenas de altibajos, que se escuchan porque de vez en cuando se eleva en ellas el inconfundible y poderoso arranque verdiano. Es el caso de “I due Foscari”, obra globalmente menor en el catálogo, de ambiente un tanto sombrío, con abundantes aires de marcha, arias de extrema dificultad para la soprano -en esta época escribe para ellas como si las odiase y Ainhoa Arteta ha hecho bien en cancelar tras leerse su parte-, pero que de pronto vuela en frases de un tenor que no hace más que lamentarse o despedirse y del barítono, papel que enlaza claramente con Nabucco y que pronto tendrá continuidad con Macbeth. Interesa recuperarlas si hay alguien sobre el escenario que lo justifique y Plácido Domingo es la única razón para que el Real programe “I due Foscari” en tres conciertos. Por ello, permítan y discúlpenme que hoy haga lo que Rossini, parafrasearme más o menos a mí mismo con la crítica que escribí en su día a Plácido Domingo como Jacobo Fiesco en Valencia. Revisada, creo que refleja lo mismo que he escuchado ahora.
Decía Callas que lo primero era saberse todas las notas y el texto de memoria, para después encontrar la expresión justa. Domingo puede que tenga todas las notas del Doge, pero en algunas no se encuentra cómodo. Verdi, y no estamos en ese periodo barroco en el que casi todas las voces eran intercambiables, perfiló mucho el color de cada personaje y los contrastes entre ellos. Es imposible, sin dominar por completo el texto –a veces se le fue, aún con partitura en atril y tras ser rodada en varios teatros-, con incomodidad en algunos registros y sin tener el adecuado color baritonal del papel, poder llegar a profundizar en la caracterización. Léase la escena final de su muerte, aquella en la que Nucci aún exhibe poderío vocal, en la que Brusón admiraba con el belcantismo de un hilo de voz agonizante o Cappuccilli por su equilibrio perfecto. Sin embargo Plácido arrasa porque maneja cada palabra, otorgándolas sentido y fuerza. Ante Domingo aún me sigo quitando el sombrero, disculpo que el trío soprano-tenor-barítono se convierta en trío de soprano y dos tenores u otras cosas, porque resulta milagrosa esa frescura vocal en una persona de más de setenta y cinco años, porque el timbre sigue encandilando, porque ofrece una lección de musicalidad rara hoy día y por la inteligencia con la que aborda las dificultades de las que es perfectamente consciente. Ama la música, los escenarios, su profesión... Cuando Lola Flores debutó en Nueva York un crítico escribió: “Ni canta, ni baila, pero vayan a verla”. Pues lo mismo, Plácido ahora ni es tenor, ni es barítono, pero vayan a verle porque es un milagro a su edad.
Tras estos punto suspensivo venía una frase que al insigne artista no le gustó nada. Tanto como para reprochármela en púbico en plena entrada a un Ave en Valencia. Pero, como es lo que pienso, la repito: “ Y a mi me queda muy claro que a Plácido le gustaría acabar su vida como Francesco Foscari: sobre un escenario”. Y repito lo que le respondí a sus objeciones: “a mi me gustaría morir escribiendo una crítica como ésta”.
El resto del reparto es sobresaliente. Angela Meade es, en todos los sentidos, un tanque. Puede con todo en una parte de tesitura endiablada. Volverá al Real para unas “Normas”. Michael Fabiano cantó ya en el teatro “El Cid” y posiblemente vuelva para un “Don Carlo”. Como Meade es capaz de resolver con más que suficiencia. Hará una notable carrera. Ambos son americanos, vencieron en el Concurso Richard Tucker de 2014 y presentan características paralelas: voces de importante caudal y amplio espectro. La diferencia entre este tipo de cantantes y Domingo es que los primeros resuelven, pero uno no viajaría expresamente para escucharles y sí a artistas como Domingo o el citado Tucker, un tenor de tomo y lomo cuyos discos deberían ser alimento de muchos. Homogéneo el resto del cast y una dirección vibrante de Pablo Heras-Casado, potente y vigorosa pero sin perturbar las voces. Otra cosa es que sobreactúe sobre el podio. Bien coro y orquesta, mejor que en “I Puritani”. Por cierto, demasiadas páginas reabiertas en Bellini y unas cuantas mutiladas en Verdi. Cosas de los maestros o los intérpretes. Diez minutos de ovaciones –clamores para Domingo y para Fabiano- son muchos para un concierto. No creo que nadie de los asistentes dejase de disfrutar. No se lo pierdan, hay entradas en taquilla. Gonzalo Alonso