Buscar Iniciar sesión

Dona Tartt: «La historia de la literatura es la historia del ''best seller''»

Dona Tartt / Escritora.. La autora ganó ayer el Premio Pulitzer de novela por «El jilguero» (Lumen), una obra, una vez más, en el centro del debate entre alta y baja literatura.
larazon

Creada:

Última actualización:

Es menudísima y abre mucho los ojos azules para contestar. Piensa cada pregunta bien y se toma las cosas en serio, con la calma de quien tarda diez años en publicar novela. Dona Tartt pasó por España hace algunas fechas para promocionar su última novela, «El jilguero» (Lumen), que le ha llevado diez años escribir, como las otras dos historias anteriores, y que apunta al gran éxito de ventas, otra constante de su carrera. En esta larga historia (de 1.152 páginas) hay mucha acción, personajes y escenarios. Así que algunos inmediatamente la situaron en el saco del maldito «best-seller». Sin embargo, valedores no le faltan a Tartt: la despiadada crítica del «New York Times» Michiko Kakutani la ha descrito como «un placer glorioso» y Stephen King se ha deshecho en halagos a una lectura «para saborear en cada página». Finalmente, el jurado del Pultizer, un premio que no se regala precisamente, le concedió ayer el galardón a la mejor novela. En todo caso, el debate está abierto, pero para opinar, habrá que leer la historia. Y la trama arranca con un atentado en el MOMA de Nueva York, en el que fallece la madre de nuestro protagonista, un joven de 23 años que además se convierte en fugitivo porque aprovecha la situación para robar una tabla: «El jilguero», de Carel Fabritius.
-¿Por qué ese lienzo?
-Yo quería escribir un libro sobre la experiencia de entrar en una obra de arte basada en una vivencia mía. Un amigo es marchante de arte y me pidió que le guardase durante un tiempo una obra de Morandi, que es un pintor increíble. Así que estuvo colgada en mi salón durante seis meses. Al pricipio no me apegué mucho al cuadro, pero lo veía todos los días; cuando me despertaba pronto o cuando tenía insomnio, ahí estaba. Y esa presencia o ese poder tenue empezó a crecer, y cuando se lo llevó de vuelta a la galería para venderlo, me angustié. No me había dado cuenta de hasta qué punto ejercía una influencia fuerte en mí, porque lo hizo de manera sutil. Y también fue un privilegio. Aquello ocurrió hace unos 15 años y ése es el germen de la historia de la obsesión con una obra de arte. Cómo puede cambiarte sin que te des cuenta.
-Y entonces se cruzó «El jilguero»...
-Resulta que lo vi en una exposición en Christie's en Ámsterdam, pero era sólo una copia, del XIX. Una buena copia. Estaba fuera de contexto y desde luego no tiene una apariencia muy flamenca. No lo conocía pero atrapó mi mirada.
-Llama la atención que sea una obra poco conocida y de pequeño tamaño, muy humilde.
-No es más grande que esto (hace un gesto con los brazos). Es así de pequeño.
-Eso facilita el juego de la belleza que aparece en el lugar menos esperado.
-Exacto, porque es modesto pero parece que el pájaro sale de la ventana; uno no se da cuenta de que está pintado en la tabla.
-¿Funciona el motivo del cuadro como la metáfora de un adolescente insignificante, como un pajarillo?
-Theo cambia como lo hace el pájaro, por la tristeza, la pérdida de su madre, por muchas cosas. Está atrapado y la idea de la cautividad y de la huida están ahí dentro del cuadro. Ese anhelo de la libertad que no llega. De alguna manera es una metáfora de la condición humana porque en cierto modo somos un alma, podemos volar como un pájaro, pero estamos encadenados, somos divinos y no lo somos a la vez.
-Le interesaba mostrar el crecimiento del personaje. Pero también puede dar la impresión que es el entorno el que le hace ser como es.
-Posiblemente. Creo que los distintos personajes de la novela tienen diferentes ideas sobre el destino y el determinismo, no se ponen de acuerdo. Theo busca una idea, un patrón que le dé sentido a lo que ocurre, que signifique algo. Pero también hay un lado nihilista, existencialista; creo que esa es una cuestión abierta en el libro y por eso los personajes en el libro tienen esas opiniones divergentes.
-¿Se plantea la novela como análisis psicológico o filosófico?
-Yo diría que más filosófico, aunque para poder transmitir ideas filosóficas hay que utilizar el lenguaje de la psicología, porque yo soy novelista y lo que hago es que las ideas tomen vida de alguna manera. Y lo que cuento son historias, así que el vocabulario es diferente. Al escribir una novela siempre hay que utilizar personajes de carne y hueso que transmitan ideas.
-¿Cuántas incertidumbres ha vencido en estos diez años?
-(Piensa) Hay que leer el libro porque en sí mismo es la respuesta a mis incertidumbres.
-Así que el final no estaba en su mente al comienzo.
-En cierto modo, sí. Pero a lo largo de los años fue cambiando. Si uno trabaja las ideas y las tiene en mente durante un largo periodo de tiempo, se vuelven más complejas. Escribir una novela es como ir de viaje en tu coche de San Francisco a Los Ángeles. Tienes un mapa, y uno sabe adónde va, y cómo ir, pero hay que tener los ojos muy abiertos. Si ves algo en el lado del camino, un monumento que no está en tu ruta, tienes que ir a mirar. Y no pasa nada, porque si uno se pierde, vuelve a tomar el camino. Ése es el equilibrio.
-Le han comparado con Dickens o Dostoievski. ¿Cree en la novela como método de análisis social?
-Puede ser, pero no es el objetivo principal. Cuando ocurre está bien, pero si eso es lo que pretendes desde el principio, lo que conseguirás es una novela muy aburrida. Incluso Tolstói es muy aburrido cuando insiste en algunas cosas, así que hay que tener mucho cuidado. El objetivo principal es entretener y si no lo consigues, fracasas. Por ejemplo, Dickens habló de la gente muriendo de hambre en las calles en su día y cómo otros caminaban al lado sin inmutarse. Y mostró desde el interior la vida de los niños. Cambió la historia de Inglaterra, porque se ilegalizó el trabajo infantil con la repercusión de su obra. Eso es lo que puede hacer un novelista y, si lo consigue, es lo más grande, pero eso está solo al alcance de los maestros y además únicamente si la historia que cuenta el libro es interesante y está bien escrita.
-Sobre el entretenimiento. ¿Cree en las distinciones entre alta y baja literatura?
-No. En absoluto. Dickens fue acusado de escribir baja literatura, de mala calidad en su tiempo. Y Mark Twain. «Huckelberry Finn» fue considerado basura. La historia de la literatura es la historia del «best seller». «Robinson Crusoe» es un clásico que arrasó en su momento, se vendían copias en las calles. Pero no se consideraba un texto religioso ni moral, sino malo para el ser humano. Esta idea de que la alta literatura tiene que ser buena para uno es antigua. Pero yo creo que la marca del clásico es que siempre hay algo raro en él, una seña particular. Si relees a los clásicos, encuentras algo inesperado en ellos. Significan cosas muy distintas para personas diferentes. La cualidad de todo gran arte, ya sea música o pintura, es la profundidad y la velocidad. Una obra que tiene muchos detalles, y al mismo tiempo se puede leer rápido, con ligereza. Y esa profundidad sin pesadez tiene que existir. De forma que cuanto más mire uno, más ve, pero si pasa por delante lo puede ver a toda velocidad. Debe funcionar a muchos niveles. Creo que la de alta y baja literatura es una falsa distinción. No sé en otras culturas, pero en la novela en inglés hay pocas obras maestras que no tengan un elemento de lo que se supone que es la literatura más baja.
-Es decir, que la novela para usted no es un soliloquio, sino que piensa en el lector.
-Sí. Sin duda, escribir un libro es una persona hablando a otra. Cuando lees un libro, te está hablando a ti directamente, no a un público en la oscuridad, sino a uno concreto. Borges y Nietzsche no hablan a la multitud sino al individuo al oído. Un libro es como una linterna mágica, en el sentido de que la inteligencia tiene que funcionar por parte del lector. Nabokov dijo en «Lolita»: «Necesitamos al lector para que nos imagine, porque si no, no tenemos vida». El lector participa tanto como el escritor en la obra de arte.

Archivado en: