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Donna Leon: «En Venecia sólo son auténticas las fachadas de los siglos XIV y XV»

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Presenta su nuevo libro, «Sangre o amor», con la ópera como contexto
Una conversación con un director de orquesta le hizo decantarse por la tinta, a ella, tan enamorada de la música. Así que creó a uno de los detectives más famosos de la literatura moderna, el comisario Brunetti, quien vuelve a embarcarse en la investigación en «Sangre o amor» (Seix Barral). En su último libro Donna Leon trata la persecución que sufre una cantante de ópera, que se encuentra actuando en La Fenice, por un poderoso fanático.
–Para usted Venecia no es tan romántica, la llama «el Disney del Adriático».
–Todo lo que ven los turistas es falso, las máscaras y los souvenirs están hechos en China, el cristal de Murano viene de Indonesia, y los bolsos de Vuitton son réplicas. Lo único que ven de verdadero son las fachadas de los edificios del siglo XIV y XV, pero el resto es una sensación de copia y falsedad permanentes. La gente en general no viaja a Venecia para ver la parte artística de la ciudad, que sí es auténtica, sino para hacerse fotos en los exteriores de los sitios y decir que estuvo allí.
–Los escritores de «thrillers» se conciben como personas pesimistas.
–Alguien más pesimista que yo no vas a encontrar, pero desde una visión intelectual porque ser optimista sobre la vida humana y el planeta es de idiotas, aunque soy feliz. Creo que soy afortunada porque soy personalmente optimista y razonablemente pesimista. La ecología se va a la mierda, no podemos respirar el aire, los polos se están deshaciendo, el agua no se puede beber y las mareas están subiendo, y sin embargo la gente sigue poniendo el aire acondicionado y pasando frío en lugar de ser un poco responsable.
–¿Cómo afecta la corrupción a la vida cotidiana?
–Cualquiera que está en una posición de poder lo ejerce hasta que llega al abuso. El profesor que no impone su conocimiento sino su pensamiento. O Isis en Siria, que debes creer lo mismo que ellos si no te matan. No es posible que hayamos llegado a pensar que alguien puede obligarte a organizar el mundo según su sistema mental. Me cuesta mucho entender en sentido físico que alguien tenga que darse cuenta de que su cabeza sólo le pertenece a él y no puede meterse en la de los demás.
–¿La sociedad sigue siendo machista?
–Basta ver el congreso americano, si alguien habla de igualdad le callan. Y en el Senado y el Parlamento son todos hombres, al igual que los magnates de las multinacionales. En todas las religiones más de lo mismo, incluida la cristiana a pesar del Papa que tenemos: abierto, progresivo y lúcido.
–¿Tiende a desaparecer la ópera por el desinterés del público joven?
–La culpa no es de los jóvenes, así que con esto sí soy optimista. Es muy preponderante destruir la imagen de la ópera como una cosa snob, y también el prejuicio de que la ópera es para viejos y ricos, algo extremadamente culto a lo que no cualquiera puede acceder, que necesitas un background gigantesco para entenderla y disfrutarla. Lo que pasa es que los directores de los teatros piensan en el público antiguo, en «Tannhäuser». Hemos avanzado todos menos ellos. Están anclados en el Novecento, y se deben adaptar los clásicos como producciones interesantes para nuestro mundo, como yo he visto en la Ópera de Mónaco cuando la dirigía Peter Jonas en la que se montó un circo del carajo con «Julio César». «Tosca» y «La Traviata» son maravillosas, pero necesitan de invención para conectarlas con la actualidad. Lo importante es el fondo y el sonido porque el tempo de la música barroca es muy parecido al de la de hoy. El problema no es de las producciones.
–¿Sus novelas que tratan la ópera le han ayudado a introducirse en ese mundillo?
–Este libro hace 10 años no lo podría haber escrito por todo lo que he aprendido. He estado con músicos y cantantes venecianos durante 15 años. Cuando convives con ellos ves cómo afecta el trabajo a sus vidas cotidianas. Una cantante sueca me decía que estaba excesivamente cansada, llevaba 63 días fuera de casa teniendo un marido y una niña pequeña que iban a verla unos cuantos días cada unas cuantas semanas. Es una vida un poco de perro.

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