Eduardo Mendoza: «Miro series, pero tengo prohibido ver dos capítulos seguidos»
El reciente Premio Cervantes habla con LA RAZÓN sobre el discurso de aceptación de un galardón que le ha llevado incluso a releer la primera parte de «El Quijote», «sin duda la buena», afirma.
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El reciente Premio Cervantes habla con LA RAZÓN sobre el discurso de aceptación de un galardón que le ha llevado incluso a releer la primera parte de «El Quijote», «sin duda la buena», afirma.
Para los que no lo sepan todavía, Eduardo Mendoza es un ESCRITOR en mayúsculas, incluso a pesar suyo. Acaba de recibir el Premio Cervantes, pero el autor de «La ciudad de los prodigios» sigue sin querer darse importancia, con esa ironía característica que le permite vivir al margen de grupos, cátedras y categorías. «Me gusta ser extranjero», señala, y así vive, ahora a caballo entre su residencia en el barrio londinense de Chealse y su Barcelona natal. A sus 73 años, todavía come de vez en cuando con sus amigos de la escuela, «algunos los conozco desde los seis años», y cuando alguien te conoce desde tanto, no hay tiempo para halagos, «te dicen la verdad siempre» y eso ayuda a poner todo en su correcta perspectiva.
–¿Es su primer reconocimiento oficial?
–Había recibido a nivel catalán, como el Ciutat de Barcelona, el Premi Nacional o la Creu del Sant Jordi, pero éste es el primero a nivel estatal. Tiene de especial sus antecedentes, una lista ilustre de ganadores que va de Borges a Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Octavio Paz, entre paz. No es como el Nobel, que miras la relación y te preguntas: éste qué pinta aquí y a la mitad ni siquiera conoces. El Cervantes, donde pone el ojo pone la bala. Quién sabe, quizá soy el principio de su descrédito.
–¿Habla del Nobel por Bob Dylan?
–A mí me parece estupendo que se lo hayan dado. He crecido con Dylan, es de mi quinta. He escuchado sus discos, lo he visto en directo. El Nobel quizá debería ir a alguien que escriba más que canta, pero la Academia Sueca parece que se ha cansado de hacer siempre lo mismo y ha empezado a abrir puertas.
–¿Le gusta entonces como poeta?
–Soy mal crítico de poesía, pero es que tampoco lo había visto nunca así. No he leído jamás un libro con sus letras y cuando Patti Smith empezó a leer sus textos no sabía si estaba escuchando una poesía o una canción. Vivimos un momento en que se mezcla todo.
–¿La novela es un claro ejemplo de este momento de mezcla?
–Hace tiempo se creó una polémica estéril cuando dije que había acabado y creo que el tiempo me ha dado la razón. A lo que me refería es que estábamos en un momento en que había que renovarla y estamos en ello. La tecnología ha hecho que se rompan todas las fronteras, tanto geográficas como intelectuales. En la Documenta de Kassel fue Ferran Adrià como invitado y esto sólo quiere decir que hay que replantearse los esquemas clásicos.
–Los tiempos están cambiando, como decía el propio Dylan.
–La cantidad de cosas que hoy sabe hasta el más tonto e inculto es más de lo que llegó a saber el más sabio de hace 100 años.
–¿Se siente en el fin de una época?
–Yo y todos nos sentimos así, aunque en mi caso, por edad, no sé si es la época que llega a su fin o soy yo. Lo que está claro es que hay muchas cosas que ya no puedo abarcar.
–Lo que no cambia es que sigue escribiendo
–Por supuesto, es mi manera de estar en el mundo. Aunque no lo parezca, toda mi vida he sido lector de filosofía. En estos instantes, todo lo que los aficionados hemos leído, de Platón a Heidegger, no sirve de nada. Con la teoría cuántica o la del caos, eso se acabó, pero no voy a empezar ahora a estudiar matemáticas para comprenderlo mejor.
–No parece, sin embargo, muy nostálgico de otros tiempos.
–No soy un viejo cascarrabias que cree que se ha perdido el norte. Empecé a escribir de niño, en el pupitre del colegio, dibujando monos, y lo sigo haciendo. Nunca he creído que tuviese una misión o un mensaje que regalar a mis semejantes. Esto no quiere decir que no sea muy consciente de lo que hago, ni que tenga una intención detrás, sólo que todo es más simple. Aquí estoy yo, con mis tebeos.
–¿La ficción tiene un papel, por eso, en esta nueva época?
–Nos comunicamos con diferentes formas de lenguaje, y la ficción es una de ellas, y una importante dentro de esta red de comunicaciones. Consiguen ordenar en un discurso claro recuerdos, experiencias personales e intransferibles, modelos aprendidos, datos transmitidos que permiter reconocer nuestra propia realidad. Además, la ficción cuenta con la identificación con los personajes, que es un motor de comunicación muy importante. Los niños y niñas empiezan identificándose con un conejito y de mayor pasa a ser Madame Bobary o las novelas de Elena Ferrante.
–¿Sigue siendo lector de ficción?
–Antes era un buen lector de ficción y ahora soy más un mal lector de ficción, pero sigo leyendo, picoteando de aquí y de allí. Ya no me quedo absorto sin dormir como antes, pero el gusto no ha desaparecido. Ahora, por edad, cuando empiezo a leer me duermo, así que... no, yo no tengo problemas para dormir.
–¿El humor continúa siendo su gran herramienta?
–No sé hacerlo de otra manera, aunque sí que hay distinciones entre las novelas que escribo con humor y las que escribo para que sean humorísticas. No son de humor, sino de risa. El humor te permite una distancia para no responder siempre a los golpes con inmediatez. Pero tampoco es que sea algo necesario.
–¿Se ha marchado a Londres para alejarse de todo el ruido político catalán?
–No, lo he hecho por nada en concreto y el ruido político llega a todas partes, aunque sí que es verdad que para la realidad cotidiana afecta menos. Soy del tipo emigrante, me gusta mucho ser extranjero. Y con la edad uno se gana el derecho a taparse las orejas. Yo no soy independentista, pero no soporto los discursos viscerales o simplistas. Sólo pido un debate de cierto nivel. Les toca ahora a las nuevas generaciones hacer lo que tengan que hacer, como nosotros hicimos mientras los viejos pretendían darnos lecciones.
–Lo que sí se dice es que usted es el más anglosajón de los escritores españoles.
–Si vives mucho en un país anglosajón sabes que eso no es un halago. Lo que está claro es que la literatura anglosajona es muy importante y la más divertida. Ha creado a Sherlock Holmes y Drácula, y eso es mejor que lo de nosotros, con el Quijote, que es maravilloso, por supuesto. La literatura anglosajona tiene un sentido del espectáculo genial y hay un continuo entre literatura seria y divertida insólita, algo que en el continente rompemos y separamos de forma artificial.
–¿El Brexit le ha causado problemas?
–Vivo en un barrio pijo de Londres donde hay más extranjeros que ingleses, así que lo único que me ha afectado es positivo, porque ha bajado la libra. Pero es cierto que se trata de un problema que afecta no sólo a los extranjeros, sino a los propios ingleses, que son un país muy chovinista. Cuando ves sus listas de mejores novelas y compruebas que las diez son inglesas, no puedes darles valor. Esas ideas de «yo soy el mejor y los demás son tontos» bajan mucho el listón.
–Y si es un mal lector, ¿se ha aficionado a las series, ahora tan de moda?
–Yo me apunto a todo, al teatro, al cine, a los conciertos, a las exposiciones. Aunque te organices mal, tienes tiempo de todo. Y claro que miro series, aunque lo que tengo prohibido es ver dos episodios seguidos. Esa fábrica de sueños que antes era el cine ahora la tienen las series, que son películas de 24 horas. Son como las novelas, que las dejabas y recuperabas con anticipación cuando volvías a casa.
–Aun así, sigue escribiendo.
–Claro, y cuando tengo mucho escrito, pues tengo un libro, pero por ahora no hay un plan.
–¿Y el discurso de aceptación del Cervantes?
–He empezado a leer los de otros ganadores. Suele ser tradicional hacer referencia a Cervantes y he empezado a releer la primera parte de «El Quijote». Ahora todo el mundo dice que la buena es la segunda, pero yo creo que no. La primera es más directa y vivimos una época que debería reclamarla. Diré algo al respecto, supongo.