Eduardo Sacheri: «El que roba devuelve»
Eduardo Sacheri (Castelar, Argentina, 1967) es un hombre pausado que se piensa las respuestas. Al contrario, su literatura es vertiginosa. Escribió el guión cinematográfico de su propia novela, “El secreto de sus ojos”, y el filme logró el Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 2009. Un éxito que, dice, “me cambió la vida”. Y sigue recibiendo premios, el último ha sido el que entrega anualmente la editorial Alfaguara con su nuevo libro “La noche de la Usina”. En él, en un país que atraviesa una grave crisis, “una banda de desesperados” -tal y como les define el escritor- invierte su dinero en crear una pequeña empresa para su pueblo, pero son estafados e intentan recuperar lo perdido luchando contra los poderes que les han robado.
-¿Cuál es la mayor cualidad de este grupo de personas que urde un plan para saldar cuentas?
-Que resisten a la tentación de hacerlo público. Creo que es un rasgo de elegancia y de dignidad privarte de ese momento de gloria después de hacer las cosas bien; pero para que salgan así hay que guardarlo en secreto. En definitiva, no dejan de ser una pequeña mafia cuya clave es el secreto.
-¿Es legítimo delinquir aunque sea por necesidad?
-Depende de a quién elijas como víctima, porque a veces en nuestra desesperación se escoge mal a a las víctimas y el destinatario de nuestra agresión es alguien tan frágil como nosotros. En ese caso deja de ser legítimo.
-¿Y atentar contra un estado que delinque sería legítimo?
-Si vamos a lo institucional y el estado somos todos, atentar contra él sería atentar contra nosotros mismos, pero si es un aparato burocrático que no nos representa, se debe tener una respuestas a eso.
-En el libro la crisis llega hasta el punto de que se establece un corralito, recuerda a lo que ocurrió en Argentina en 2001 con De la Rúa como presidente, ¿cómo fue aquella época?
-El corralito implicó dos fenómenos terribles y sucesivos. Primero, que no pudieras sacar tu dinero del banco, y, un mes después, que tus ahorros fueran enormemente devaluados, es decir, que sólo pudieses comprar una tercera parte de lo que podías antes. La primera etapa fue un golpe terrible para los más débiles porque la economía se paralizó, y la segunda para la clase media. El corralito tuvo esta cualidad democrática de golpear a casi toda la población; aunque para algunos que la vieron venir significó lo inverso, porque quien tuvo la clarividencia de sacar todo el dinero de los bancos convertido a dólares unos días antes del corralito, triplicó su fortuna. Eso produce un descrédito del sistema, ya que perdemos casi todos, algunos no. No te sientes sólo empobrecido, sino también como un idiota por la humillación de haberte sentido cándido y crédulo. Y eso empeora tu posibilidad de recuperarte después.
-¿Los argentinos se sienten tan tontos cuando se enteran de que los Kirchner al parecer vaciaron las arcas?
-En el 2001 el consenso de desastre era generalizado, hoy en día las opiniones no son tan consensuadas. Hay un 25% de la población que está convencida de ser kirchenrista, es justo decirlo aunque yo no lo sea. Y esa porción de la ciudadanía tiende a considerar que las denuncias de corrupción y los procesos judiciales son un invento de los enemigos de los Kirchner. De todas formas la situación económica en el país ahora no es tan grave. Hay dificultades vinculadas a ciertas líneas de política económica pero más manipulables que en aquella crisis. En 2001 nos pasamos un año largo dirigiéndonos a un precipicio sin posibilidad de dar un golpe de timón que llevase a otro sitio que no fuera el vacío.
-¿Y después de haber vivido esa experiencia con qué ojos se observa la crisis española?
-La nuestra mucho más honda de la que ha vivido España, tal vez la crisis griega se ha parecido más. Hay cierta solidez en una sociedad como la vuestra y da la impresión que en su peor momento está muy lejos de la situación de Argentina.
-¿Guardarlo en secreto no es un poco egoísta?
-Es una manera de leerlo. Ellos no se sienten con la capacidad de cambiar la sociedad, sus horizontes son mucho más pequeños. Confían a penas en sus fuerzas, por eso pertenecen a un pequeño pueblo perdido en la Pampa. Si bien hay una crisis nacional que los excede, su objetivo es crear un negocio para el pueblo y su antagonista es un pueblo cercano y ahí se acaban sus posibilidades de revancha. Y hay alguien concreto que les estafa, él nos lo roba, él nos lo devuelve.
-¿Habría que hacer lo mismo con los bancos? Ellos nos lo quitaron, nos lo devuelven.
-No soy quién para imaginar recetas pero no creo en el capitalismo salvaje porque con ese sistema se supone que todos somos libres y realmente lo son muy pocos. Y el estado no se preocupa de evitar esa desmesura. Es una lógica del egoísmo que se entiende en cualquier ser humano pero ahí volvemos a la cuestión de para qué hemos creado un estado, para que intervenga. Capitalismo sí pero no la estupidez. Y en esta crisis financiera de Lehman Brothers me da la sensación de que solo en los primeros años hubo una cierta prudencia teórica de pensar en que nos excedimos al confiar en el libre juego del mercado, debimos controlar más. Creo que las economías centrales están saliendo de lo peor, y como ocurre eso, la mirada mas prudente está empezando a retroceder.
-¿Ve posible una unión de las economías de América del Sur?
-En el largo plazo tal vez, en el corto es muy difícil porque tenemos economías muy dispares y competitivas entre sí, pues sí fueron diseñadas como proveedoras para los países centrales, Estados unidos o la Unión Europea. El Mercosur es un muy interesante intento pero son pocos países y hay una diversidad todavía muy difícil de armonizar. Nos llevará unas cuantas décadas.
-¿Todas estas ideas se plasman en el libro?
-No. Indudablemente mi forma de ver el mundo se contagia pero no me gusta la pedagogía literaria, es decir, cuando como lector siento que un autor me da lecciones. Para eso leo ensayo.
-La obra es bastante coral, ¿en qué se inspiran los personajes?
-No sabes el trabajo que me dio esa coralidad (risas). En todas las novelas necesito trabajar en un doble proceso: los hecho y los personajes, o qué pasa y a quién. La primera gran respuesta es saber la estructura, lo que sucede. Hacen un bosquejo en el que quedan lagunas y zonas frágiles, y luego conocer a quiénes les pasa, y cuando eso está claro puedo empezar a escribir. De entrada me sucede que los personajes se parecen a mí y eso no está bien, necesito que se diferencien entre ellos y se distancien de mí. Por supuesto, me gusta trabajar mis personajes desde su imperfección, pues me parece que así son las personas.
-Quizá esa gente imperfecta sea el éxito de su trabajo.
-A veces hay un cine y una literatura de personajes muy sólidos y eficientes, lo que saben hacer siempre lo hacen bien, no fracasan, no temen ni se arrepienten. Y los humanos no somos así. Cuando digo esto pienso en el modelo estadounidense de Hollywood.
-Es argentino y le encanta el fútbol, ¿es Simeone un líder digno de la mejor novela?
-Entiendo que para el hincha del Atlético es un entrenador increíble, y para el que lo ve desde fuera es alguien que se mete a pelear en un ring en el que sólo había dos contendientes (Real Madrid y Barcelona). Pero a veces tiene ese histrionismo y esas discusiones con loa árbitros, y eso el héroe de Hollywood no lo haría. El Cholo es de claroscuros, de tonos grises.
-Para acabar, creo que los lectores quieren saber qué les ocurre a los argentinos con Messi.
-Hay un gran problema para todo gran jugador argentino: Maradona, por lo que representa su pasado epopéyico. Es una sombra que se proyecta sobre cualquier buen futbolista. Te pones hablar entre cinco argentino sobre Messi y el apellido Maradona sale a los 3 minutos. La comparación surge de inmediato y es difícil lidiar con ello. Claro, Maradona fue campeón del Mundo y eso es parte de su leyenda. Si Messi logra ser campeón en Rusia tal vez le permitan estar en un escalón de gloria similar al de Maradona. Y Leo ésto lo sabe. A mí me encanta Messi y que sea argentino y no quiero sumarme a este coro de viudas que llora por Maradona.