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Edvard Munch: «Mi herencia es la enfermedad mental»

Publican por primera vez en español los cuadernos en los que Edvard Munch reflexiona sobre el arte y una vida marcada por los «ángeles del miedo».
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Publican por primera vez en español los cuadernos en los que Edvard Munch reflexiona sobre el arte y una vida marcada por los «ángeles del miedo».
No creo en el arte que no se haya impuesto por la necesidad de una persona de abrir su corazón. Todo arte –la literatura como la música– ha de ser engendrado con los sentimientos más profundos». Estas palabras aparecen al principio del libro que publica por primera vez en español los textos del autor de «El grito», uno de los cuadros más famosos del mundo. La reproducción de sus obras más representativas acompañando los textos lo convierte en un ejemplar especialmente valioso para conocer el carácter de un hombre singular y entender la gestación de esos cuadros que él mismo define como «estados de ánimo».
Necesidad de comunicación y sentimientos son las palabras clave para Edvard Munch (Loten, 1863-Ekely, 1944), un hombre que vivió toda su vida acosado por su pasado: «Recibí en herencia dos de los peores enemigos de la humanidad. Las herencias de la tuberculosis y la enfermedad mental. La enfermedad, la locura y la muerte fueron los ángeles negros junto a mi cuna. Una madre que murió temprano me dejó la semilla de la tuberculosis, un padre hipernervioso –pietista religioso hasta rozar la locura de una antigua estirpe– me dejó las semillas de la locura. Desde el nacimiento, los ángeles del miedo, el dolor y la muerte estaban a mi lado».
Munch trata de transmitir al espectador de sus cuadros la angustia y el dolor que son comunes a los seres humanos y que él padeció con especial intensidad. Ante las críticas que ridiculizaban sus figuras, a veces deliberadamente inacabadas, el precursor del expresionismo escribe con vehemencia en sus notas que él quiere sacar a la luz «lo que no se puede medir», la impresión de que los labios susurran y los personajes respiran. «Quiero la vida», afirmaba el pintor agitado y enfermizo, «qué me importa a mí si la silla está bien hecha».
Munch perdió a su madre y a su hermana cuando era niño y se crió junto a un padre estricto. A los 17 años decidió convertirse en artista siguiendo los pasos de la bohemia: alcohol, viajes (vivió en París y Berlín) y contacto con intelectuales. Su vida sentimental se podría describir recurriendo al tópico de las «turbulentas pasiones». La relación más duradera de Munch, con Tulla Larsen, terminó con un disparo de pistola que mutiló uno de sus dedos. Sirva de ejemplo el poema homónimo que explica la historia que hay detrás de uno de sus cuadros más famosos, «Cenizas», que pertenece a su serie «El friso de la vida», y que culmina de este modo: «Y el tiempo en que sintió el amor y el tiempo en que estuvieron juntos hasta ahora yacía como un montón de cenizas. Y ella con todos sus demás amantes».
Celos, desesperación, angustia, dolor, estancias en sanatorios... Y siempre experimentando, retocando, pintando varias veces el mismo cuadro. En pocos artistas es tan evidente la relación entre vida y obra; sin embargo, sus cuadros consiguen emocionar aun sin conocer su tormentosa biografía. Cuando murió, a los 81 años, ya gozaba del reconocimiento. Su cuadro más famoso, «El grito», se convirtió en un icono en la Europa devastada tras la Segunda Guerra Mundial. Unos versos recuerdan el porqué de su gestación: «Paseaba por el camino con dos amigos cuando se puso el sol. De pronto el cielo se tornó rojo sangre. Me paré, me apoyé sobre la valla extenuado hasta la muerte. Sobre el fiordo y la ciudad negros azulados la sangre se extendía en lenguas de fuego. Mis amigos siguieron y yo me quedé atrás, temblando de angustia, y sentí que un inmenso grito infinito recorría la naturaleza».

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