El arte de la polémica
Han sido tantos siglos de evolución persiguiendo polémicas que hoy se puede decir que al español no se le escapa ni una
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Han sido tantos siglos de evolución persiguiendo polémicas que hoy se puede decir que al español no se le escapa ni una.
El español es el único europeo que no acude a los museos para ver arte, sino para encontrar un motivo para cabrearse. Lo único que le interesa de un cuadro es lo que pueda tener de controvertido. Miró: «¡Si son cuatro rayas!». Picasso: «¡Eso lo hace mi hijo!». Tàpies: «¡Si no son más que dos telas manchadas!». Han sido tantos siglos de evolución persiguiendo polémicas que hoy se puede decir que al español no se le escapa ni una. Algunos historiadores, incluso, han llegado a sugerir que el español se hizo católico únicamente para poder escandalizarse después con las películas de los Monty Python. Al español jamás le ha importado demasiado que los bienes artísticos de Sijena estuvieran en Lérida hasta que su avispada atención, y su atávica suceptibilidad, una cualidad que viene desarrollando con empeño desde las Cuevas de Altamira hasta Arco 2018, intuyó un motivo para lanzarse con enorme goce en los brazos de la indignación y la disputa. Ahora que esas piezas están en Aragón, el monasterio ya puede arder por los cuatro costados.
Esta capacidad del español es única entre los restantes Homo Sapiens. Una cualidad extraordinaria que le permite, al observar una obra, pasar con asombrosa indiferencia por encima de rasgos como la belleza, el estilo, la singuralidad, la ejecución o la sensibilidad sin ruborizarse ni avergonzarse lo más mínimo. En definitiva, debe pensar que eso no son más que zarandajas para europeos o ricachones diletantes afincados en Las Vegas. Se ve que el español, que ha convertido la polémica en un arte, ya solo es capaz de disfrutar con el arte que es polémico. De este ARCO 2018, por ejemplo, no se recordará en el futuro por el arte que hubo. Es más, ¿hay arte en esta edición de ARCO? Lo relevante no son los artistas, sino el ruido del debate, de la discusión, que es donde resulta más fertil y original el talento patrio. Ahora, parece que lo de Santiago Sierra marcha no para Sijena, que ya sería carambola, sino para Lérida, que también tiene su aquel. Una casualidad que el agudo español sabrá apreciar en su justo valor y disfrutar con el mismo placer que suele sobrecogerle cuando ataca un plato de salmorejo en medio de agosto.