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El beso que ha costado una paliza y un despido

larazon

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No son estos que vivimos buenos tiempos si una fotografía de un beso entre una pareja es capaz de desencadenar una tormenta mayor que la que se aprecia en la imagen.
No son estos que vivimos buenos tiempos si una fotografía de un beso entre una pareja es capaz de desencadenar una tormenta mayor que la que se aprecia en la imagen. Los jóvenes fueron fotografiados mientras sobre ellos descargaba con bravura el agua del monzón. Apenas se percataron de que iban a ser inmortalizados y en ningún momento, cuenta el artista, se opusieron a ser retratados. El fotógrafo pasaba por el campus de la universidad de Dhaka, en India, sacudida por protestas y violentos incidentes en los últimos meses, y se topó con la escena que –confiesa– le pareció «de una enorme belleza, por el lugar, porque ellos parece que eran ajenos a la tormenta y me llenó de alegría estar allí y poder sacarla». Y decidió apretar el obturador solamente una vez. Un disparo, no más. Lo que no midió, ni siquiera pensó, Jibon Ahmed fueron las fatales consecuencias que iba a desencadenar su acción, pues en el conservador Bangladesh, de mayoría musulmana, están prohibidas esas efusiones en público. El fotoperiodista se dirigió a su medio y trató de venderla convencido de tener en la cámara una buena imagen. Ahí se topó con las primeras reticencias a su trabajo pues los editores pensaron que publicarla podría traer consecuencias. Antes que guardarla en un cajón Ahmed optó por colgarla en Instagram y Facebook, donde en una hora consiguió que se compartiera 5.000 veces. Y que comenzaran las primeras y durísimas críticas a un trabajo tildado de «inducir a la violencia hacia la mujer», constituir «un atentado contra la decencia pública» e incluso de «promover la violación». Al día siguiente de circular por las redes sus compañeros le agredieron y se topó con el despido a través de una escueta nota en la que no se le daban explicaciones: se le pedía que entregara su carnet y su ordenador portátil. El beso estaba cubierto de espinas. El fotógrafo no se explica cómo ha podido llegarse a una situación similar.
Y a nosotros nos vienen a la cabeza besos inmortales de la historia del arte, ósculos que llevan el apellido egregio de Rodin, de Klimt, de Picasso, de Magritte, de Munch, de Toulousse-Lautrec, por citar algunos.
O ese icónico que simbolizó el final de la II Guerra Mundial en Times Square. Lo que el joven indio de 30 años describía como «una explosión de felicidad» se ha convertido en su peor pesadilla. Un beso que le ha buscado literalmente la ruina y le ha salido bastante caro. Likes aparte.