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El cambio climático del siglo XVI que cambió Europa

Las alas de las aves se congelaban y las epidemias se triplicaban: Philipp Blom explica en «el motín de la naturaleza» cómo las consecuencias de la pequeña edad del hielo hace cinco siglos han llegado hasta hoy.
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Las alas de las aves se congelaban y las epidemias se triplicaban: Philipp Blom explica en «el motín de la naturaleza» cómo las consecuencias de la pequeña edad del hielo hace cinco siglos han llegado hasta hoy.
Esta es la historia de cómo el cambio climático de hace cinco siglos moldeó el sistema político y económico actual. La Pequeña Edad de Hielo inició el capitalismo mercantil de hoy, de igual modo que obligó a los europeos a confrontar el mundo y la naturaleza de una manera nueva y funcional, en lugar de como un instrumento de desagrado divino o maldiciones de hechiceras. Estos dos cambios se combinaron a la perfección para llevarnos a la explotación económica del planeta tal y como hoy la conocemos. Pero... ¿cómo es posible que de una glaciación que arrancó en 1570 nacieran las primeras ideas democráticas? El estudio de Philipp Blom sobre las temperaturas extremas de aquel tiempo nos muestra que el cambio climático no perdona a nadie y pretende alertarnos de cómo podría ser nuestro futuro. Situémonos en aquella época. La Pequeña Edad de Hielo duró más de un siglo. Las temperaturas cayeron en torno a los 2ºC y las estaciones zigzaguearon entre inundaciones y sequías, posiblemente debido a variaciones en la actividad solar y geotérmica. Las cosechas se interrumpieron, los ríos y los mares se congelaron a medida que el clima cambiaba con una ferocidad bíblica. Se decía que las aves, con las alas congeladas, se desplomaban en pleno vuelo, que las gentes morían de hipotermia y que incluso la barba del rey de Francia permaneció mucho tiempo helada. Masas de agua del Bósforo se congelaron y hubo años en que el verano nunca llegó, causando un sentimiento generalizado de amenaza y crisis. Los bancos de peces emigraron hacia el sur para escapar de las aguas del Ártico y las ballenas se adentraron en las costas flamencas poco profundas. Incluso Blom afirma que la Armada Española fue derribada por un huracán sin precedentes.
El hambre llevó a la violencia
Los viñedos de Europa se helaron y los glaciares arrasaron las aldeas suizas devorando prados y granjas... Antes de la Pequeña Edad de Hielo, las hambrunas y las epidemias habían golpeado cada década más o menos, pero en aquel momento se triplicaron. Si los campesinos primero morían de hambre, luego optaron por emigrar a las ciudades. Los aristócratas, que vivían de la producción campesina tanto para alimentarse como para aumentar sus riquezas, se hundieron con ellos. Las personas que aún vivían de la tierra al menos tenían algo de acceso a alimentos, aunque en las urbes dependían del excedente rural que les alcanzaba y, cuando no era así, se amotinaban. Incluso se vieron obligados a tomar medidas más extremas: durante el asedio de París en 1595, los hambrientos defensores de la ciudad discutieron la posibilidad de entrar en un cementerio, desenterrar los huesos, molerlos en una harina fina y luego usarlos para hornear pan. Aquel fue un siglo en guerra consigo mismo: revuelta urbana, guerra civil y conflicto internacional, y a veces todo al mismo tiempo. Los perdedores fueron las personas comunes que murieron o fueron forzados al exilio como refugiados odiados. La nueva financiación que se fue fraguando era indispensable para sufragar capitales marítimas en su despiadada explotación del comercio del Nuevo Mundo, y para los monarcas en guerra, con el fin de abastecer y equipar sus fuerzas. Blom describe la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) y muchos otros conflictos como motores de destrucción y crecimiento. Las poblaciones se redujeron a la mitad y gran parte de Europa central fue arrasada. La tecnología militar, como la matemática de trayectoria para la artillería, creó una nueva forma de hacer guerra y los soldados fueron entrenados y profesionalizados. A medida que los costes se disparaban, el comercio y el consumo se convirtieron en imprescindibles para financiar la guerra. El autor cita al historiador francés Marc Bloch para definir lo ocurrido: «Una crisis de ingresos de la clase dominante termina la Edad Media y abre el período moderno». Uno de los resultados más significativos de ese cambio climático fue el surgimiento de los Países Bajos, que, debido a su capacidad para exportar el material del Báltico, derribó a una Italia debilitada de su posición como principal nación comercial de Europa. El éxito de los Países Bajos es uno de los hilos centrales de este libro, así como la tolerancia hacia los disidentes, que lo convierten en el centro de una comunidad intelectual basada en una investigación racional y empírica que desafía la autoridad de la Iglesia y sentaría las bases para lo que hoy reconocemos como moderno estado-nación. Cuando el planeta volvió a calentarse, en la década de 1680, Europa era un lugar diferente.
Si hay una parte positiva en todo lo expuesto es que la crisis forzó la innovación, o al menos eliminó un sesgo a favor de hacer las cosas de la forma en que siempre se hicieron. Lo que llamamos «investigación» llegó al rescate: las propuestas más básicas para enfrentar la crisis climática vinieron de académicos que hoy llamaríamos botánicos, investigadores o expertos agrícolas. Basándose en materiales de investigación originales como diarios, sermones y registros de cosecha de vino y pinturas, Blom se centra en una crisis agrícola que, escribe, «sirvió como catalizador para el cambio en todas partes, facilitando algunas ideas y prácticas: sociales, culturales y políticas». Recordemos que a finales del siglo XVI Europa era feudal, agraria y gobernada por la religión tanto como por los monarcas. Los europeos recurrieron primero a la religión en busca de explicación y alivio, pero ni las oraciones y el llamamiento al arrepentimiento, ni la crueldad de las llamadas hechiceras torturadas cambiaron el frío implacable y el terror que causó. La gente creía que Dios los estaba castigando por su maldad humana. Y recurrieron a castigar a los chivos expiatorios habituales: las mujeres.
«Brujas» a la hoguera
Sin embargo, a pesar de la muerte de decenas de miles de «brujas» quemadas en la hoguera, las calamidades climáticas continuaron. Con la persistencia del frío, las viejas creencias que explicaban el mundo empezaron a deshilacharse y llegó nueva savia. «La gente educada comenzó a buscar una copia de Montaigne o Lucrecio en lugar de recurrir a Lutero o al Antiguo Testamento», dice el autor. Así se sembraron las semillas del futuro régimen. Aunque lo que realmente cambió fue cómo los europeos llegaron a comprender el mundo y el lugar de la humanidad en él. La supervivencia significaba cambios en la agricultura y el comercio. Comportaba debilitar la tiranía de la religión sobre la mente y el espíritu a través de los primeros pasos hacia el método científico. Suponía reemplazar el antiguo sistema feudal por el capitalismo, que beneficiaba a una clase media recién formada, aunque reclutaba a los campesinos agrarios en la nueva clase trabajadora o en los pobres, directamente. Esto condujo a las crueldades y glorias de la Ilustración con su tolerancia a la esclavitud junto con los llamamientos a la libertad, la dignidad, los derechos humanos y el Estado de Derecho. El mundo actual surgió de la Ilustración, por lo que Blom dedica el último capítulo a un análisis crítico de sus ideas y el impacto continuo en las economías de mercado. Es en esas páginas donde se vuelve pesimista sobre el futuro a medida que nos enfrentamos a una nueva era de cambios climáticos. Si bien no está claro qué causó la Pequeña Edad de Hielo del siglo XVII, no hay duda de que la actividad humana es la causa de dicho cambio del siglo XXI que está originando estragos en el medio ambiente y arruinando vidas y especies. Sin embargo, es imposible leer este libro sin un sentido paradójico de esperanza. Si el pasado es una pista del presente, aún podemos enfrentarnos al cambio climático actual con nuevas ideas y renovadas tecnologías. Más allá de nuestras preocupaciones ideológicas, económicas y territoriales, hay fuerzas sobre las cuales no tenemos control y tienen el potencial de impactar de forma inconmensurable sobre nuestra civilización. La reflexión del autor nos obliga a considerar qué metamorfosis inesperadas podrían tener lugar a raíz de una futura catástrofe climática.
Causas de la pequeña edad de hielo
Existe evidencia de que el enfriamiento pudo haber sido causado por una disminución en la actividad de las manchas solares o por un aumento en las erupciones volcánicas. Aunque la causalidad sísmica podría ser al revés, como explica Blom: los cambios en las corrientes oceánicas quizá alteraron las presiones en las plataformas continentales, que «a su vez pudieron haber contribuido al aumento de las erupciones volcánicas y los terremotos». También hay evidencia de que el enfriamiento fue causado por el hombre. Tantas personas murieron por enfermedades en las Américas y tantas áreas de tierra fueron abandonadas, que permitieron reforestar ese CO2. Los niveles se redujeron considerablemente y la temperatura del planeta bajó. Pero Blom esquiva un veredicto final sobre lo que causó todos aquellos inviernos dolorosos que nos llevaron al «cambio».