El canon no era para Juan Giralt
Al margen de las modas y las corrientes, el Reina Sofía dedica al pintor la primera retrospectiva realizada en un museo español.
A la entrada de la exposición del Museo Reina Sofía recibe al visitante una declaración de principios en toda regla escrita en un cuaderno de notas en 2003: «No me gustan los cuadros pasados a limpio». «Me gusta la pintura muy machacada». «Aborrezco las palabras abstracto y figurativo, especialmente aplicadas a mi trabajo». «En mi tiempo detenido flotan entremezclados Guston, Uccello, Mondrian y Velázquez, los grabados de Utamaro (...) Nosotros, los pintores, merodeamos alrededor». Autor, Juan Giralt. A él dedica una retrospectiva el centro que dirige Manuel Borja-Villel, que también es comisario junto con Carmen Giménez. Ellos dos, junto al hijo del artista, Marcos Giralt Torrente, presentaron la exposición, que arranca con sus obras de los años setenta y finaliza donde lo hizo su vida casi, en 2006 (él falleció sólo un año después).
De pintor al margen lo tildó el director del Reina Sofía, un hombre que está fuera del canon (ése, comenta el propio director, por el que el museo siente auténtica querencia), no adscrito a modas ni movimientos. Arranca su andadura en los sesenta y se solidifica en los 70. «Pertenece a una generación atrapada entre la de los artistas que se habían abierto camino una década antes fuera de España, los Millares, Saura, que habían asistido a la internacionalización de su obra, y los que llegaron en los 80. Y mientras, en el medio, grandes como él, que se habían quedado sin un relato», aseguró. Una pintura «esquizoide que trata de congelar el automatismo del arte informal, separarse del pop y centrarse en la idea de la pintura como construcción y de un estilo marcado por la fuerza», añadió.
La vitrina de los doce
La primera sala nos deja ver de nuevo el esplendor de Giralt, obras imponentes como «El sillón», de 1972, y un par de vitrinas. Una de ellas guarda dibujos de la colección de Gloria Kirby. Otra, que es una delicia y donde está muy presente el collage, reúne una docena de obras sobre tabla de madera que se exponen por primera vez y que le servían de ensayo para sus posteriores trabajos de gran formato. Recorrió Londres, París, Brasil. Y llegaron los Encuentros de Pamplona de 1972, y Nueva York y el grupo CoBrA. Carmen Giménez recordó su llegada a España a finales de los sesenta y su mirada a la España de aquellos años. En Fernando Vijande exponía la esposa de Giralt, Marisa Torrente. Primero la descubrió a ella y después a él: «A pesar de la crisis que le invadió en los 80 nunca paró». Fue un paréntesis de travesía del desierto, un tiempo en el que él estaba y no estaba, se le sentía sin estar, pero estaba más apartado. Darío Villalba, Alexanco, Luis Gordillo, Zush sacaban la cabeza y se hacían oír. Guillermo Pérez Villalta también. Son los años en que atraviesa una fuerte crisis personal, «pero ni siquiera en ese momento se detuvo. Recorrió de París a Amsterdan. Conoció a todo el pop inglés, al pop de Chicago. Necesitaba enriquecerse con aquellos viajes», explica Giménez.
Tras su pérdida de visibilidad, los noventa le ven renacer. Es cuando crea algunas de sus grandes piezas. Giralt vuelve a contar y está presente estando. Su hijo lo recordaba así: «Se ha decidido empezar en los setenta porque coincide con la ruptura del informalismo. Es un periodo especialmente feliz. Después llegaría la crisis. La llegada de los ochenta arroja una sombra sobre los que estaban; unos sobreviven al vendaval y otros son arrasados y expulsados, como mi padre que tiene que agarrarse con la boca al tablero». Son noventa obras que, dice, sintetizan muy bien el relato que él quería contar, cómo eran sus mundos.
Hasta el final
Los noventa presentan algunas de las exposiciones más importantes, como las de Bárcena & Cía y la de Palacio de Revillagigedo, en Gijón, en 1997, que reúne 50 obras. Es un descubrimiento para quienes no le conocen y una vuelta a un artista que sigue respirando. En el siglo XXI ya no se cuestiona su importancia. Sigue con brío trabajando hasta poco tiempo antes de morir. Aquí se han colgado sus obras hasta 2006, obras cargadas de fuerza en las que sigue construyendo su gesto, más reducidas de tamaño que las que cuelgan de la sala de los noventa, enormes formatos en los que el collage también se deja ver.
Fuera de grupos y corrientes, aunque su nombre suela asociarse al de la nueva figuración madrileña. «Ese estar fuera de campo es uno de los espacios más bellos del arte contemporáneo», dice Manuel Borja-Villel. Y en ese estar fuera de campo es en el que se sitúa Juan Giralt.