Nueva York

El circo más ácido de Patricia Gadea

El circo más ácido de Patricia Gadea
El circo más ácido de Patricia Gadealarazon

La suya fue una carrera fugaz, en tiempo y éxito también, pero una retrospectiva recién inaugurada en Madrid pretende hacer justicia a la obra de Patricia Gadea (Madrid, 1960-Palecia, 2006). Tres décadas después de su primera exposición en solitario, cuando sólo tenía 24 años y un nombre que empezaba a pesar más que ella seguramente, el Museo Reina Sofía de Madrid cuelga de sus paredes un total de 120 obras de la artista, icono de la pintura española de final del siglo XX y retratista o más, vividora, de la movida madrileña. Es, aunque olvidada en los museos, parte de la cultura popular de los 80 y 90, que, mimetizada con la época en que vivió, coqueteó con los excesos en el arte y en su propia vida.

La exposición, dividida en salas, no se ha organizado con criterio cronológico pero la mímesis de la artista con su obra y su época hacen inevitable la separación entre espacio, tiempo y acontecimientos. Así se avanza entre grandes lienzos de la inocencia ochentera, muchos protagonizados por iconos del cómic convertidos en héroes que abren paso a la crítica, que se recrudece con su estancia en Nueva York, y evoluciona en la sátira sardónica, calentada después, a su vuelta, hasta el estallido, que sumergió a la artista en la introspección, coincidiendo con su retiro de la vida pública –de Madrid a Palencia– donde, a modo de huida de las drogas, gritó con boli y papel el último aliento que le quedaba. «Patricia Gadea es la artista del gamberrismo ilustrado», cuenta Virginia Torrente, comisaria de la exposición. «Hacía lo que le daba la gana, sin cortapisas, ayudada por la libertad de los años ochenta, cuando todo estaba permitido. Esto se ve acentuado por su carácter, defensor de la libertad absoluta, por la que peleaba como una pantera», añade Torrente.

Vigencia actual

A Gadea se le enmarca en el arte figurativo, con tendencia a la exageración o caricaturización como arma para revelar su pensamiento en contra del momento que vivía. Primero, en plena euforia democrática, en un ambiente de entusiasmo generalizado, arropada por el movimiento contracultural de la movida madrileña en el que despegó una generación prolífica de artistas. «Curiosamente, hoy existe un enlace directo entre lo que hacen los pintores jóvenes y lo que sucedió en los 80. Este colectivo reivindica a Gadea y su obra, que, sin perder vigencia en ningún momento, ahora resulta muy pertinente por la situación actual. El momento de quemazón generalizado con los políticos y de hartazgo está muy presente en su obra», apunta la comisaria en referencia a su serie «Circo», que da nombre a la muestra, con la que la creadora marca un punto de inflexión en su carrera. Tras una estancia transformadora en Nueva York, con su marido, el también artista Juan Ugalde, arrancó carteles de circo que encontró en San Sebastián para transformarlos en gritos irreverentes contra la política –sin distinción de signos–, el sistema de Gobierno, Europa y los vicios del populismo. En especial, contra España, como si anunciara, visionaria, la resaca que iba a padecer el país después de la fiesta que fue el año 92 –con la Exposición Universal en Sevilla, las Olimpiadas, y Madrid convertida en Capital Europea de la Cultura–.

Gadea combinó diferentes técnicas plásticas, tomó del Pop Art el uso de medios de expresión popular y los iconos culturales, aunque transformados con mayor complejidad narrativa. Pegaba recortes de cómics para trazar sobre ellos pinceladas, a veces manchas o chorros de pintura que transforman el sentido de los dibujos. Su técnica, que podría ser ácido sobre lienzo o collages de gritos, no era tanto un estilo de producción sino «el modo de concebir la obra, los sorportes y la forma de trabajar con las ideas».

Casi terminando con el recorrido, se muestra por primera vez una serie de dibujos elaborados por Gadea durante la última etapa de su vida en la que, por alejarse de las adicciones que había contraído, se acercó mucho más a sí misma. «Los mensajes se volvieron bastante más crípticos y exponen el feminismo que siempre le había acompañado», apunta Virginia Torrente. Entonces, cuando la fama que había ganado una década antes se apagaba con su vida, cambió los lienzos de gran tamaño por papel y pasó a utilizar acuarelas y hasta bolígrafo. «Su producción se torna, en todos los sentidos, mucho más directa y personal», añade la comisaria. Falleció retirada, sólo físicamente, porque «en ningún momento dejó de crear». El centenar de obras que se exhiben en Madrid son sólo una parte, probablemente la más representativa, de la producción de este hito olvidado de los 80.