El cuarto vidente de Fátima
Un libro recoge los testimonios cruciales para el devenir de la iglesia de dos religiosos que completan el puzle del fascinante misterio de las apariciones que ya han cumplido un siglo.
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Un libro recoge los testimonios cruciales para el devenir de la iglesia de dos religiosos que completan el puzle del fascinante misterio de las apariciones que ya han cumplido un siglo.
Fátima encierra aún hoy, más de un siglo después de las apariciones, personajes y hechos muy desconocidos, pero cuya trascendencia no debe seguir ignorándose si se pretende tener una idea cabal de lo que aconteció en aquella aldea de Portugal y, en concreto, en Cova da Iria. Y no sólo sobre lo que allí sucedió, sino de modo muy especial en lo que respecta a las consecuencias de aquellos acontecimientos excepcionales en el presente y sobre todo el futuro de la Humanidad entera y de la Iglesia. Fátima es así clave en el devenir de los tiempos. Si en «El secreto mejor guardado de Fátima» (Martínez Roca), convertido en el «best-seller» de espiritualidad del año 2017 con motivo del centenario de las apariciones marianas, abordamos el contenido y significado del celebérrimo Tercer Secreto, ahora en «El cuarto vidente de Fátima» (Martínez Roca) sacamos a relucir, entre otras muchas cosas, a dos personajes cruciales, por más que resulten todavía extraños para muchos: la religiosa Maria Purificaçao Godinho y el canónigo Manuel Nunes Formigâo.
De escéptico a creyente
Sin ellos, la historia de Fátima permanecería incompleta. Tanto la religiosa, como el sacerdote, mantuvieron una relación privilegiada con los tres pastorcitos, en especial con Jacinta, cuyo centenario de su muerte celebramos precisamente el 20 de febrero de 2020. Ellos son las piezas sueltas que aún restan para completar el fascinante puzle de las apariciones de Fátima. Con la madre Godinho, la pequeña vidente mantuvo estrecho contacto hasta el mismo instante de su fallecimiento, sobrevenido en el hospital de Doña Estefanía, en Lisboa. Jacinta llamaba «madrina» a la monja, en señal de cariño, desde que ésta la acogió, herida ya de muerte, en su orfanato lisboeta. Y a ella confió innumerables detalles sobre las apariciones y su protagonista, Nuestra Señora del Rosario, que ahora por fin conocerá el lector ¡Y qué decir del padre Formigâo! Su apelativo de «El cuarto vidente de Fátima» ya dice bastante. Fue el primer sacerdote que investigó las apariciones mientras éstas seguían produciéndose en Cova da Iria. Interrogó a los videntes hasta la extenuación y apuntó de modo escrupuloso todo aquello que le contaron. Formigâo llegó muy escéptico a Fátima para indagar sobre las apariciones por encargo de la autoridad eclesiástica, observó con detenimiento y, al cabo de su misión, creyó finalmente en ellas a pies juntillas.
Una imagen de la procesión de Fátima con Formigâo en el centro
La santidad, según Formigao
La Historia de Fátima, como la del mundo entero, se escribe con documentos. Hemos tenido acceso a legajos de suma importancia, como las actas de los interrogatorios practicados a los videntes por el padre Formigâo, o una colección de cartas que hablan por sí solas al desgranar extremos insospechados de las apariciones. Escondido al principio bajo el seudónimo de Vizconde de Montelo por deber de prudencia, cuando las apariciones no habían sido aprobadas aún por la Iglesia, el canónigo Manuel Nunes Formigâo acabó convirtiéndose en su mayor apóstol y firmó así libros u opúsculos pioneros sobre lo que de verdad sucedió a su juicio en Cova da Iria.
El lector tiene acceso ahora, por primera vez en castellano, a su segundo opúsculo titulado en portugués «Os acontecimientos de Fátima» y publicado con el citado sobrenombre el 13 de mayo de 1923, más de siete años antes de la aprobación oficial de las apariciones marianas. Además de ser el primer director espiritual de Lucía, según reconocía ella misma, el padre Formigâo se convirtió también en cómplice de numerosas confidencias de Jacinta. Sin ir más lejos, la niña reclamó la presencia urgente del sacerdote en su lecho de muerte para confiarle el último secreto de la Virgen de Fátima que sólo él y la madre Godinho debían conocer entonces y que ahora el lector tendrá ocasión también de saber. El padre Formigâo y Jacinta eran, sin duda, dos almas recompensadas con la misma Corona de la Gloria. El sacerdote fue declarado Siervo de Dios por el Papa Francisco el 14 de abril de 2018, como paso previo a su beatificación.
Los tres pastorcillos que vieron a la Virgen de Fátima
«Hombre de Dios» ha sido la expresión utilizada por varios prelados para referirse también a él, como el Patriarca de Lisboa, el Arzobispo de Évora, el Obispo de Bragança o el de Leiria.
¿En qué consistía la santidad para el padre Formigâo? Él mismo lo explicaba con una sola frase: «Ser santo es subir por una escalera de cruces sin detenerse nunca, con una sonrisa en los labios y amor humilde en el corazón». Jacinta, por su parte, fue canonizada junto con su hermano Francisco por el Papa Francisco, coincidiendo con el primer centenario de las apariciones de Fátima. Previamente, había sido aprobado el milagro requerido por intercesión de los pastorcitos: la curación de Lucas, un niño brasileño de tan sólo cinco años.
De complexión normal, quizás algo enjuta, y 1,79 metros de estatura, el padre Formigâo no pasaba del todo inadvertido entonces. Su mirada castaña y oblicua era bondadosa y transmitía una gran paz. No era, por tanto, un inquisidor del Medievo sino una persona firme y afable a la vez. Un hombre de Dios, en definitiva, cuyo mentón con hoyuelo recordaba, por cierto, al de Jacinta. Más tarde, sus gafas redondas de concha, sobre un curvado caballete, le darían un aire de intelectualidad.
El padre Formigâo contaba treinta y cuatro años cuando llegó a Fátima con gran escepticismo para investigar las apariciones por encargo del Obispo de Leiria.
La relación del padre Formigâo con las apariciones de Fátima comenzó con su asistencia a Cova da Iria el 13 de septiembre de 1917, de donde regresó con muchas dudas sobre el carácter sobrenatural de los hechos y un tanto decepcionado también, según reconocía él mismo. Para completar sus apuntes e impresiones personales sobre los acontecimientos desarrollados en los últimos cinco meses, regresó a Fátima el jueves 27 de septiembre.
El padre Formigâo debió contemplar a Francisco de un modo similar a como lo describía su madre: «Más bien barrigudo y con los ojos claritos, de mayor viveza que los míos cuando era joven», señalaba doña Olimpia.
Las apariciones
El pastorcito entabló entonces con aire desenvuelto este breve diálogo con el sacerdote:
–¿Qué has visto en Cova de Iria en los últimos meses?–, inquirió el padre Formigâo.
–He visto a Nuestra Señora –repuso Francisco, convencido.
–¿Dónde se aparece?
–Sobre una encina.
–¿Aparece de repente o la ves venir de alguna parte?
–La veo venir del lado donde nace el sol y colocarse enseguida sobre la encina.
–¿Viene despacio o deprisa?
–Siempre viene deprisa.
–¿Oyes lo que le dice a Lucía?
–No.
–¿Hablaste alguna vez con la Señora? ¿Te ha dirigido Ella la palabra?
–No, nunca le he preguntado nada. Habla sólo con Lucía.
–¿A quién mira? ¿También a ti y a Jacinta...? ¿O sólo a Lucía?
–Nos mira a los tres, pero durante más tiempo a Lucía.
Acto seguido, el padre Formigâo hizo sentar a Jacinta junto a él en un pequeño banco de la calle. Tras hacerle las mismas preguntas que a su hermano, obtuvo de ella unas respuestas tan completas y detalladas como las de él. Las recoge así:
–¿Has visto a Nuestra Señora el día 13 de cada mes, desde mayo hasta ahora?
–Sí, la he visto –asintió la pequeña.
–¿De dónde viene?
–Del Cielo, del lado del sol.
–¿Cómo va vestida?
–Lleva un vestido blanco, adornado con oro, y en la cabeza un velo, también blanco. En la cintura luce un lazo dorado que desciende hasta el borde del vestido.
–¿Calza botas o zapatos?
–Ni botas, ni zapatos.
–¿Entonces lleva calcetines?
–Parece como si tuviese medias, pero tal vez porque sus pies son tan blancos...
–¿De qué color es su cabello?
–No se le ve, porque está cubierto con el velo.
–¿Lleva pendientes en las orejas?
–No lo sé, porque tampoco se ven las orejas.
–¿Cuál es la posición de las manos?
–Las manos están sobre el pecho, con los dedos hacia arriba.
–¿Y el Rosario...? ¿Lo lleva en la mano derecha o en la izquierda?
–¿Qué ha recomendado la Señora a Lucía con más insistencia?–, añadió el padre Formigâo.
–Nos mandó rezar una tercera parte del Rosario todos los días–, repuso la chiquilla.
Años después, impresionado con la experiencia,Formigâo fundó la Congregación de las Hermanas Reparadoras de Nuestra Señora de Fátima. ¿Acaso no fueron él y Jacinta dos almas gemelas...? Este martes llega a las librerías «El cuarto vidente de Fátima», editado por Martínez Roca (Grupo Planeta), que a buen seguro provocará en el lector un seísmo interior de ocho puntos en la escala de Richter.