El día que España pudo entrar en la Guerra Mundial
El académico de la Historia Luis Suárez aborda en su nuevo libro, «Franco y el III Reich», las relaciones diplomáticas entre España y Alemania.
El académico de la Historia Luis Suárez aborda en su nuevo libro, «Franco y el III Reich», las relaciones diplomáticas entre España y Alemania.
«Sabio, intelectual y exiliado», así presentó Fernando Suárez Bilbao al que es su padre, académico de la Historia y autor del libro «Franco y el III Reich». Un exilio, al que alude el hijo, propio del que se ha encerrado durante esta última etapa el historiador, con el propósito de analizar la historia presente igual que antes había abordado los tiempos de Felipe IV y las guerras de Flandes. Con un objetivo: hacerlo sin prejuzgar ni echar culpas y sin otorgar bondades, lo que es el primer papel del historiador. De esta manera se refería ayer el ahora rector de la Universidad Juan Carlos I a la obra, durante la presentación que tuvo lugar en Madrid. Fernando Suárez se refirió al volumen «con la dificultad de no ser un libro mío y, aún más, por tratarse de la figura de mi padre».
A sus 91 años, el autor se deja de formalismos y, sin perder de vista su compromiso con lo suyo, la historia, se presenta con una obra más accesible para el gran público. Sin todas esas notas a pie de página que le han ido acompañando obra sí y obra también, al contrario, acercándose mucho más al estilo británico de contrar los hechos. Para Luis Togores, profesor de Historia en la Universidad CEU San Pablo y encargado de revisar y retocar el manuscrito, ya sea con un estilo más clásico o moderno, y «ya sea para criticarla o admirarla, ésta es una obra de referencia». Él mismo, que fue alumno del autor en la universidad, reconoció la sorpresa que le causó el planteamiento del libro, que no se concentra exhaustivamente en un solo aspecto, sino que aborda en su conjunto un «tema apasionante» a través de «gran cantidad de conocimientos». Togores destacó cuatro aspectos fundamentales en los que se apoya la obra. El primero es marcar las diferencias entre el régimen franquista y los órdenes fascistas que triunfaban en Europa. La investigación se apoya en los documentos que, según destaca Suárez, demuestran que era un sistema militar-autoritario y no totalitario. El segundo aspecto es el papel decisivo de la iglesia católica, que se convirtió en «leit motiv» para no involucrarse con el nazismo, y que dio forma a lo que en la presentación se destacó como un régimen de «características únicas». Tercero, el carácter neutral que «supieron mantener para convivir inteligentemente con la Alemania nazi». Y por último, la relación de España con los judíos, como demuestran los documentos en conocimiento del ministro Jordana.
En su última obra, Suárez explica las relaciones entre España y el III Reich, o, lo que es lo mismo, entre Francisco Franco y Adolf Hitler, para llegar a un descubrimiento en contra de la interpretación más extendida por la historiografía, que situaba a España como un satélite de las potencias del Eje en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Según los hallazgos de Suárez, entre ambos líderes existían enormes diferencias de criterio, una distancia que Franco tuvo que saber gestionar para evitar entrar en conflicto armado y para no dinamitar con su supuesta proximidad a los alemanes las relaciones exteriores con los aliados. De sus investigaciones en los archivos personales de Franco, Suárez obtiene la narración del encuentro de ambos en Hendaya (Francia), y que el historiador relata como una partida de ajederez según la cual España no quería entrar en Guerra y temía una posible invasión alemana del suelo nacional.
Partidarios del nazismo
Según las conclusiones de Suárez, los compromisos entre España y el III Reich fueron puramente económicos, como consecuencia de la enorme deuda contraida durante la Guerra Civil. Sin embargo, en el seno del gobierno de Franco, el nazismo tenía algunos partidarios como Serrano Súñer, que se sentía atraído por las ideas fuertes de aquel país y también por su desempeño económico. Alemania había terminado la primera gran guerra totalmente arruinada y en muy poco tiempo restablecieron la economía. Sin embargo, en su visita a Berlín, Serrano Súñer fue tratado con menosprecio y ese encuentro con la realidad cambió su manera de pensar. Según Suárez, España estuvo muy cerca no tanto de entrar en el conflicto armado, sino de ser invadida por las tropas alemanas, que consideraban Gibraltar un punto estratégico para el desarrollo de la guerra. «La orden llegó a estar firmada», señalaba el historiador en conversación con este diario. Fue a raíz de ese descubrimiento cuando comienza el distanciamiento entre ambos mandatarios. «Aunque las diferencias más grandes entre ellos se situaban en el terreno de la religión», comenta Suárez sobre las firmes creencias católicas de Franco frente al «neopaganismo»(como le calificaba el Vaticano) de Hitler. El alemán «no tenía un buen concepto de Franco, cosa que éste sabía, porque le veía como a una especie de dependiente del clero», tercia el historiador, que destaca la habilidad del jefe del Estado español para «desconcertar» a su homólogo alemán, quien opinaba que España estaba dispuesta a sumarse a la contienda pero descubrió en Hendaya que eso no era así. Ese fue otro hecho que contribuyó a las distancias entre ambos líderes.
Otro de los asuntos que resulta inevitable tratar son las comparaciones entre ambos. Franco no fue, para Suárez, ni totalitarista, ni fascista, ni falangista, sino «autoritario». Mientras que el III Reich sometía a la sociedad y al estado al partido (el Nacionalsocialista), en el caso de Franco, tanto la sociedad como los partidos quedaban supeditados a los intereses del Estado, según recoge el autor en el libro. De la misma manera discrepaban sobre la guerra, que para Hitler era un instrumento necesario para su nuevo régimen, mientras que para Franco era sólo el último recurso. También tenían opiniones diferentes acera de los judíos, que fueron aniquilados por el régimen nazi pero que hallaron refugio al sur de los Pirineos. «Franco tuvo un compromiso con ellos y logró salvar a más de 45.000. No era projudío ni antijudío, sino que tuvo piedad», explica.