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«El empalador» que inspiró Drácula

Christopher Lee como Drácula
Christopher Lee como Dráculalarazon

Mitología y leyenda tienden a converger en el caso de Vlad III, llamado «El empalador», un noble rumano del siglo XV cuya existencia histórica se ha visto contaminada por la leyenda que reelaboró genialmente el irlandés Bram Stoker en su inmortal novela «Drácula», publicada en 1897. No es éste un caso único en el que la historia literaria y la real se funden sobre un trasfondo de folclore y tradiciones varias en los Balcanes y en oriente en general (el mundo post-bizantino atestigua, por ejemplo, muchas leyendas similares) o en España (piénsese en las reelaboraciones de los misterios de nuestro país, el «Oriente en Occidente» que redescubrieron Jan Potocki o Washington Irving, entre muchos otros escritores y viajeros), pero tal vez sea el de más larga trayectoria en la ficción debido a las muchas versiones que la literatura, el cine y la cultura popular han ofrecido del mito del vampiro durante los siglos XX y lo que llevamos del XXI. Y aún seguirá proyectando los perfiles de su sombra, a lo que parece, durante mucho más tiempo.

Pero conviene reparar ahora en lo que del «Drácula histórico», si se nos permite la expresión, podemos saber a día de hoy. Hay que decir que no es este un tema que los historiadores traten con preferencia –y más aún en Rumanía, donde profesores de las universidades más conocidas de la zona, como la excelente Universidad de Sibiu, prefieren ni mencionar el tema– acaso como parte de una cierta «leyenda negra» que, por cierto, no está lejos de la que ha afectado a nuestra propia historia, mitologizada muy a menudo desde otras perspectivas (notablemente la anglosajona o la francesa). Voivoda o príncipe de Valaquia, Vlad III, nació en torno a 1431 en Sighisoara. Su sobrenombre Draculea (algo así como «hijo del dragón») parece hacer referencia a que su padre Vlad II fue miembro de la llamada orden de los dragones creada por el emperador del Sacro Imperio Segismundo de Luxemburgo y Hungría. Pero hay que recordar que drac en rumano significará posteriormente «diablo», por lo que ya en su sobrenombre se puede vislumbrar lo legendario (y la mala interpretación también). Su labor política y militar destacó por la acérrima oposición al empuje del Imperio Otomano en la región, que le hizo famoso entre los turcos como «el empalador» por usar este brutal método de ejecutar a sus enemigos y prisioneros (la expresión turca Kazikli Bey y, posteriormente, el epíteto rumano «Tepes» le serán atribuidos más tarde).

Seguramente, Vlad concibió un gran odio por los otomanos durante la etapa que pasó como rehén de ese imperio, tras su nacimiento y primeros años en lo que entonces era reino de Hungría. Siendo sólo un adolescente, su padre lo entregó junto a su hermano en prenda al sultán otomano Murat II (el padre del futuro conquistador de Constantinopla) como signo de sumisión tras algunas disensiones con él. Cuando volvió, su padre y su hermano habían muerto cruelmente en una conspiración de su antiguo aliado el conde Juan Hunyadi, apoyado por la nobleza rural de los boyardos. Fue nombrado voivoda de Valaquia con apoyo turco, aunque tuvo que marchar de nuevo al exilio ante la presión de sus enemigos. Tras ocho años fue aceptado como regente de Valaquia por el propio Juan, que quedó impresionado por sus conocimientos políticos y militares. En 1456 subió definitivamente al poder y se centró en afianzarlo frente a la nobleza rural, lo que implicaba imponer su soberanía a las ciudades autónomas de Transilvania, como Braov y Sibiu, de población sajona, y someter toda la región a su poder. En estas campañas se cimentó su fama de crueldad, por las masacres en estas ciudades y en el campo entre 1456 y 1462.

Tras pacificar el interior de su reino de esta manera un tanto brutal (pero no mucho más que la de otros monarcas del siglo XIV y XV, cabe recordar, tanto en Castilla como en Francia o Hungría) se lanzó a la política exterior trabando una alianza con los húngaros del rey Matías Corvino para combatir el yugo turco. Se enfrentó al mismísimo Mehmed II «el conquistador» venciéndole en algunas batallas importantes. Se cuenta el mito de que el sultán quedó impresionado ante el llamado «Bosque de los Empalados», donde Vlad había hecho ejecutar a miles de enemigos cuyos cadáveres aún podían verse allí. Sin embargo, Vlad fracasó ante los turcos de Mehmet en la toma de Târgovicte y en otros lances importantes que mantuvieron la tensión más allá de su caída en desgracia, por una traición de su hermano Radu y tras su subsiguiente encarcelamiento. Pero Vlad, todo un superviviente, aun regresaría por última vez al poder en torno a 1474, participando en la batalla de Vaslui. Dos años después moría como vivió, luchando contra los otomanos: su muerte es narrada, como parte de su mito, en circunstancias extrañas y no aclaradas, o bien a resultas de una traición o de una confusión de sus hombres al vestirse con ropas del enemigo. Parece que su calavera fue llevada a Estambul para asegurar su muerte al sultán.

Además de las fuentes históricas, las tradiciones orales desempeñaron un papel importante en la recepción legendaria de su vida. Hay leyendas rumanas, alemanas y rusas que magnificaron muy pronto su figura. Pese a la versión positiva de su lucha contra los turcos, también se retrata a Vlad ejerciendo una crueldad gratuita ante el pueblo o diversos emisarios de otros reinos. Muchas historias, especialmente las de origen alemán, han de entenderse obviamente como propaganda negativa contra un príncipe rumano que sometía a la población sajona. Se le describe como tirano y torturador y se le acusa de unas cien mil muertes y otras tantas atrocidades: empalar, desollar, asar, cocer e incluso promover la antropofagia, especialmente de mujeres y niños. Son típicas acusaciones de la propaganda mítica que le asimila al paganismo y a la maldad de los emperadores romanos persecutores de cristianos. Estas leyendas alemanas pasaron pronto de los manuscritos a la imprenta, y se popularizaron desde finales del siglo XV, con la aparición de versiones ruso-eslavas. No sería de extrañar que la propaganda del rey húngaro Matías Corvino estuviera también detrás de esta imagen de crueldad de Vlad.

El interés de los ilustrados en el mito

Si a eso le añadimos el uso extraordinariamente sugerente que hizo Bram Stoker del folclore del vampiro en Europa central, sumado a la tradición negativa sobre Vlad, tenemos la mezcla ideal de mito, leyenda e historia que hace tan atractiva esta historia. Por supuesto, lo vampírico nada tiene que ver con Vlad en sus orígenes. Aunque son conocidos desde la antigüedad griega monstruos vampíricos como la Empusa o la Lamia, el fenómeno explota muy posteriormente a la edad de Vlad, en los siglos XVII y XVIII en el Imperio Austríaco e inmediaciones (sobre todo en las actuales Croacia, Serbia, Hungría, Rumanía Chequia y Eslovaquia). La controversia interesó incluso a los ilustrados franceses, como el propio Voltaire, que trataron de desmitificar esta histeria colectiva de avistamientos vampíricos. A partir de esos mimbres, hay que admirar la pericia literaria con la que Bram Stoker, varios siglos después de la existencia del «Empalador» histórico, supo aglutinar mito e historia, pero conviene separar esta última de los elementos legendarios si se quiere llegar al «Drácula histórico».