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El extraordinario caso de Alex Katz

Presenta en la Galería Javier López una serie nueva de retratos. Tras años soslayado por la crítica, el pionero del arte pop se resarce con tres grandes exposiciones en Europa y otra en Madrid
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Reclama para sí el título de padre del «Pop Art», pero en realidad, dice, esa discusión ya le da igual. A sus 87 años, y después de décadas en los márgenes de la corriente de reconocimiento artístico, acusado de superficial y de evitar el compromiso social con su trabajo, a Alex Katz le ha llegado una oleada de alabanzas en forma de prestigiosas exposiciones simultáneas en Europa: acaba de inaugurar en el Albertina de Viena una selección de retratos y pronto tendrá una retrospectiva en la Tate Modern de Londres. También en París, en una galería privada, pero antes pasó por Madrid, por la galería Javier López, donde cuelga una recientísima serie, «Red Hat». De repente, para algunos Katz es un artista «cool», ¿cómo consigue eso casi con noventa años? «La verdad, es extraño. Yo creo que es algo genético», dice sonriendo.
Inspirado en Charlie Parker
No es la primera vez en su vida que el artista de Brooklyn se siente extraño. «Nunca he tenido las mismas reacciones que la gente ante algunas cosas. En la escuela vinieron a hacernos un test psicológico sobre algo, y yo salí en la parte más baja de la lista. Recuerdo que me llevaban al circo y yo gritaba o reía porque veía que los demás lo hacían, no porque sintiera la emoción para hacerlo. Así que tiene que ser una cuestión genética, porque nunca he actuado como se supone que debería hacerlo», comenta. Y es que Katz no se ha movido mucho de su sitio. Sigue utilizando fondos neutros y colores de la misma manera, y su pintura figurativa mira de frente al espectador.
Sin embargo, lo que más ha definido el trabajo de Katz no es otro pintor. «El jazz ha afectado la estética de mi trabajo más que nada en el mundo. Porque para mí el jazz es la música del presente, del tiempo en desarrollo», comenta en la galería donde cuelga su última obra, casi con el óleo húmedo, que muestra una serie de mujeres con sombrero rojo y con el enigma que guarda un gesto en una foto Polaroid. Siempre se le han reprochado a Katz los referentes glamurosos, el retrato de la alta sociedad neoyorquina, y él no se defiende ni lo aclara, al contrario, insiste. No hay ni debe haber interés social ni psicológico en sus retratos. Y añade brevemente: «Como muchos de los que nos educamos en el Nueva York de mi época, el jazz también es un estilo de música que promueve y contiene el existencialismo. Y ésa ha sido mi búsqueda, sacar la pintura del marco hacia el tiempo presente, ésa era la idea. Y siempre lo he hecho inspirado por Charlie Parker», explica.
Lo que no puede analizar es por qué se han dado tantas felices coincidencias para su obra en 2014. «Parece que ha costado tiempo, pero, al final, la gente,y el gusto se han movido hacia mi campo. Porque yo no he cambiado, en realidad. Será que mi trabajo es más entendible», comenta con cierto laconismo. La obra de Katz siempre ha sido mejor valorada por los coleccionistas que por los críticos, pero parece que todo se lo toma con enorme deportividad. «No creas, me interesa y preocupa qué piensa la gente. He pasado por épocas en las que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Pero a veces sucede lo contrario. Hace mucho tiempo inauguré una exposición en una galería en Inglaterra. Era de una serie que hice de pinturas en negro y de ventanas. Allí se presentó un crítico, que hizo una reseña terrible, y yo pensé que el tipo era un completo capullo. Y empecé a preguntar a los que sabían y me confirmaron que sí, que era tan idiota como parecía y que ésa era la crítica adecuada para semejante sujeto. Me dijeron que había hecho una crítica aún peor de Rothko. Incluso más larga que la mía. Eso te enseña también». El siguiente enigma en la carrera de Katz es que su producción de obra sea, a los 87 años, más alta que nunca. «Primero, tengo menos distracciones. Otros leen los e-mails por mí, me hacen llegar algunos. Y mi técnica es más eficiente, apenas tengo que destruir obra. Y, aunque mi rutina de trabajo es muy irregular, no trabajo mucho, apenas unos 20 minutos al día. Con eso hay suficiente», comenta el artista, hijo de emigrantes rusos que huyeron de la revolución a Estados Unidos.
Alex Katz es consciente de cómo funciona el mercado del arte, pero no es catastrofista. «Creo que es interesante que haya tanta gente gastando dinero en él. Y que lo hayan convertido en una mercancía más. Existe una nueva audiencia para el arte y es evidente que cuanto más se gaste en él en el mundo mejor para todos los artistas. Pero en realidad no creo que haya cambiado tanto, porque si hace treinta años hubieras pedido que los críticos eligieran cien artistas interesantes, saldrían cincuenta repetidos en todas las listas, igual que pasa ahora. La única diferencia es que no viven todos en Nueva York, como hace tres décadas (sonríe). Pero la calidad del trabajo no tiene nada que ver con la negociabilidad financiera, eso es pura moda. Y, desde luego, lo que no puedes hacer es aplicar criterios morales a los precios de una pintura. Está fuera de la moralidad», dice pausadamente. Hablando de modas, algunas de las exposiciones más fuertes de este verano en España se centran en el arte pop, quizá porque es un estilo instantáneo muy adecuado a los tiempos. «La verdad, esa energía de los sesenta la veo perdida ya. Y uno espera que se le acerquen los artistas jóvenes y te digan: ''Odio a Andy Warhol''. Lo contrario no lo entendería», comenta risueño el día antes de empezar su «tour» europeo. «¿La verdad? Sí, estoy un poco nervioso».

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