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El humanista que se dejaba la piel

La Razón

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Pensar en Francisco Nieva me hace ir atrás en el tiempo y remontarme a cuando fui a trabajar con Antoine Vitez, entonces me dijo: «Yo soy uno de los últimos humanistas». Ésa es la primera sensación que me viene a la cabeza con este hombre, fue uno más de ese grupo. Un ser que, por la época que vivió y por nacer en un país donde ha sido difícil montar teatro, siempre hizo tantas cosas, y tan buenas, algo que no puede pasar desapercibido, ya sea escenógrafo, director o dramaturgo. El ejemplo –más allá de su teatro, que también, claro– de una alta cultura como la suya es algo de lo que todos tenemos la obligación de aprender hoy en día.
A destacar, con letras mayúsculas y dentro de su obra escénica, es la palabara. Ese don de saber expresar las cosas con una fuerza que resultaba única en él. Tristemente, nunca llegué a tener un trato directo, personal, con Francisco Nieva, pero el solo hecho de haber ocupado la sala que lleva su nombre ya es mucho para mí. Todo un honor, don Francisco Nieva.
No podría quedarme con una sola obra, sino con la altura poética de todas sus piezas. Siempre superaba el realismo. Y para mí, que soy poco amante del naturalismo, me interesa más alcanzar esas cotas de magnificencia. Cuando la metáfora sube al grado máximo. Cuando una cosa significa todo, el mundo entero. Palabrería maravillosa.
Debe quedar su humanismo y su capacidad para dejarse la piel y dedicarlo todo a la Cultura y al teatro. Toda su vida, que al final es lo importante y lo que hay que pedir a los artistas. Ellos son los que ayudan a elevar el nivel de un país y a transmitir unos valores tan deseasbles como únicos. Como debe ser.

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