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El hundimiento del «Lusitania», una grave derrota para Alemania

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  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

  • David Solar

    David Solar

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«El fusilamiento de la enfermera Cavell (*) y el torpedeamiento del “Lusitania” fueron más nefastos para Alemania que una batalla perdida», escribía en la posguerra el gran escritor austriaco Stefan Zweig, refiriéndose al indignado clamor universal que suscitó.
De poco sirvió que los diplomáticos alemanes pretextaran que habían avisado reiteradamente del peligro existente. El propio presidente norteamericano, Woodrow Wilson les responsabilizó sin paliativos: «El aviso de que se va a cometer un acto ilegal no legitima su comisión». Pero esa condena moral fue a lo que llegó la Casa Blanca.
Es un error vincular el hundimiento del Lusitania con la declaración de guerra de EE.UU. a los Imperios Centrales. Tan no fue así que un año después, el 28 de marzo de 1916, resultó hundido el Cymric, que se dirigía hacia Nueva York: hacía el número 37º de los buques de pasajeros hundidos por los alemanes desde el torpedeamiento del «Lusitania» y la beligerancia norteamericana aún tardaría un año largo en producirse.
El propósito estadounidense de entrar en guerra era tan remoto entonces que un importante diario alemán, sin precaución política alguna, juzgó el hundimiento del «Lusitania» como: «Un éxito con mayor valor moral que material. Consideramos con legítimo orgullo este nuevo triunfo de nuestra Marina, que no será el último. Los ingleses desean aislar al pueblo alemán y dejar que muera de hambre. Nosotros somos más humanos: nos limitamos a hundir un barco inglés con pasajeros que, bajo su propia responsabilidad, asumieron el riesgo de entrar en la zona de operaciones». Una insensatez que no logró corregir ni el propio Káiser, Guillermo II, que al advertir la oleada mundial de indignación declaró: «De haberlo sabido, yo no hubiera permitido su torpedeamiento. Ningún caballero mataría a tantas mujeres y niños». Evidentemente era sólo una disculpa, pues los ataques alemanes contra los buques de pasajeros continuarían y aún pasaría a mayores cuando, el 31 de enero de 1917, Berlín declaró la guerra submarina ilimitada contra sus enemigos y contra quienes comerciaran con ellos, decisión que –esta vez sí– originaría la ruptura de relaciones de Washington con Berlín. Y aún no era la guerra. Las consecuencias inmediatas del hundimiento del «Lusitania» fueron, con todo, gravísimas para los Imperios Centrales. Hasta entonces Estados Unidos estaba dividido respecto a la contienda y muchos exigían medidas contra Gran Bretaña cuyo bloque comercial de Alemania causaba graves perjuicios a los exportadores norteamericanos. La tragedia del «Lusitania» lo cambio todo. Según el prestigioso historiador británico Michael Howard: «Alemania quedó en abierta desventaja en la batalla por la opinión pública estadounidense. Mientras el bloqueo británico sólo era cuestión de dinero, el alemán les costaba vidas».
Otro famoso historiador de la Gran Guerra, el norteamericano John H. Morrow Jr., asegura que tras aquella tragedia «La cultura alemana se convirtió en sinónimo de barbarie, militarismo, autoritarismo y aspiraciones de dominación mundial. Los propagandistas demonizaron todo lo germano y suscitaron el odio de las masas contra ello».

Un cargamento criminal

El cargamento de munición de artillería y ametralladora –173 toneladas admite Churchill; 5.000 aseguran otras fuentes– en un barco en el que viajaban 2.000 pasajeros y 800 tripulantes no deja de ser un desatino: conociendo el peligro de ser atacados, lo mínimo que las autoridades debieran haber hecho mera avisar a los pasajeros. Claro, eso hubiese alertado al espionaje alemán, pero no deja de ser cierto que tanto Washington como Londres utilizaron al pasaje como escudo del cargamento
militar. Por cierto el torpedo alemán hubiera, quizá, hundido el buque, pero su agonía hubiera sido larga, permitiendo el salvamento de la mayoría de los pasajeros y tripulantes. Infortunadamente, el impacto se produjo en el lugar donde estaba almacenada la carga militar, que estalló provocando el hundimiento del buque en apenas 20 minutos.

Una conducta inexplicable

En la tragedia del «Lusitania» confluyeron todas las desgracias. El buque partió con 150 minutos de retraso sobre el horario previsto; de haber salido a tiempo, el submarino U-20 del capitán Schwieger no se hubiese cruzado en su camino. Más inexplicable fue la conducta del capitán William Turner, empeñado en meterse en la boca del lobo. Recibió cuatro advertencias de que evitara los cabos, que propiciaban las emboscadas submarinas; que navegase por el centro del canal, a toda velocidad y en zigzag. Ni caso: pasó frente a tres cabos y le alcanzaron cerca del tercero de ellos; navegaba a 20 kilómetros de la costa de Irlanda, cuando debiera haberse hallado a unos 120 y lo hacía en línea recta, a unos 15 nudos/h., en lugar de hacerlo en zigzag y a los más de 27 nudos/h. que conseguía el «Lusitania».
Ese mismo día al capital alemán Schwieger se le había escapado el trasatlántico Juno, que navegaba en zigzag y a toda máquina.
(*) Edith Cavell fue una enfermera británica capturada por los alemanes en Bélgica y juzgada bajo la acusación de haber ayudado escapar a soldados enemigos del hospital. Condenada a muerte, fue fusilada pese a decenas de peticiones de clemencia formuladas por países neutrales y personalidades religiosas o de alto relieve social. Su ejecución suscitó una potente campaña de prensa contra la brutalidad alemana.