"El instituto": Stephen King sí que sabe envejecer
El autor mantiene en «El instituto» su prosa fantástica pero con una mayor madurez.
El autor mantiene en «El instituto» su prosa fantástica pero con una mayor madurez.
Las novelas de Stephen King alternan las historias de alto voltaje sobrenatural y las de acción; en ambas se retrata la vida cotidiana en el medio rural de EE UU. En todas ellas se repiten similares personajes con poderes psíquicos o de otro tipo y una narración caudalosa que atrapa inmediatamente al lector. A estas alturas de su vida, Stephen King se siente dueño de una poderosa técnica, fundada en la observación de los pequeños detalles cotidianos, la descripción precisa del mundo de los pueblos y sus gentes y con toques distintivos que fijan la acción en la dirección correcta mediante una serie de personajes que son parte funcional del hecho narrativo.
El personaje principal recuerda a todos los anteriores, desde «Carrie» y Charlie McGee, dotada del poder de la piroquinesis, a Johnny Smith y su don de la adivinación y Jake Epping, de «22/11/63». Por el camino no ha dejado de mantenerse la esencia de King, una intriga maravillosa en un contexto cotidiano. Pero en su evolución ha prescindido de la parafernalia artificiosa que le dio justa fama, cambiándola por lo fantástico cotidiano. Permanece el cuento de hadas, consustancial al género de ficción maravillosa, aunque ahora se cierne sobre él la influencia de las ficciones posmodernas, a las que tanto contribuyó Stephen King, como «Stranger Things» (2016), heredera del cine de las pandillas de niños de los años 80: desde «E.T.» (1982), «Los Goonies» (1985), «Stand by Me» (1986) e «It», esta dos últimas basadas en novelas de este autor.
Con el correr de los años, algo profundo ha cambiado en King: lo que ahora sorprende no son sus historias fantásticas, los poderes de sus personajes ni el truculento o desmesurado final. Ahora busca el placer de contar una historia durante 300 páginas sin que ocurran cosas excepcionales, con solo insinuarlas, y cautivar al lector con una prosa precisa, pausada, informativa, mientras crea una serie de personajes con cuatro rasgos distintivos y diálogos para conducir la acción. Aquí está resumido lo sorprendente del nuevo Stephen King de «El instituto»: su prosa.
Malvados y niños
Es cierto que a veces la obra es demasiado farragosa. Y otras, complaciente. Pero cuando acierta es cuando consigue concebir, a partir de hechos cotidianos, el acceso a lo maravilloso. En el grueso de esta extensa novela va preparando a los lectores para un final de western, tipo «Río bravo», en el contexto de «El señor de las moscas», variación de los niños perdidos que se rebelan contra un mundo de malvados que acosan y manipulan a unos menores con modestos poderes paranormales.
Es un hecho que Stephen King no sabe terminar las novelas, pues «El instituto» cae en los mismos tópicos, pero mantiene cierto equilibrio, que no empañan las excelencias de esta nueva novela de madurez maravillosa. Stephen King en estado de gracia.