El juicio de Hitler que lo convirtió en un Dios
El historiador David King relata en "El juicio de Adolf Hitler"cómo el futuro Führer aprovechó una acusación de alta traición para agitar a las masas
El historiador David King relata en "El juicio de Adolf Hitler"cómo el futuro Führer aprovechó una acusación de alta traición para agitar a las masas
Corría el año 1923. Hitler, entre otros, había preparado el conocido como "putsch"de Múnich, o de la cervecería, un golpe en el que disparó su pistola al aire y plantó cara a los jerifaltes de Berlín. Allí se celebraba un mitin del comisionado general del Estado de Baviera. Gritó "¡La revolución nacional ha estallado!". Fue todo un fracaso. Un reportero del rotativo suizo "Neue Zürcher Zeitung"escribió que su discurso fue "vulgar, tosco y escandaloso". No fue el único. La Prensa internacional calificó el hecho de "ópera bufa"y "astracanada". Puede que fuera cierto, pero el episodio acabó con Hitler y otros nueve acusados ante un tribunal con cargos por alta traición, y fue la oportunidad que Hitler no despreció para convertir su figura, calificada de cómica, por la del hombre que acabó convirtiéndose en el Führer.
El historiador David King relata cómo se fraguó el golpe pero, sobe todo, cómo se llegó a aquel veredicto que cambiaría la historia de la humanidad para siempre en su libro "El juicio de Adolf Hitler"(Seix Barral), que acaba de salir a la venta. Periodistas de todo el mundo se dieron cita en Múnich para cubrir las cuatro semanas que duró el espectáculo. "Estaba sudando a mares. Parecía un loco o un borracho, o tal vez ambas cosas", dice King de aquel momento en la cervecería. Y sobre el juicio he aquí el arranque: "Poco antes de las ocho y media de la mañana, el acusado Adolf Hitler hizo su entrada en la sala donde iba a celebrarse el juicio, que estaba repleta de público. Vestía un traje de color negro con dos condecoraciones prendidas en la americana: una Cruz de Hierro de primera clase y otra de segunda clase. Llevaba el flequillo peinado hacia la izquierda con gomina y un bigote recortado en forma de cuadradito, de esos que despectivamente se conocían como recogemocos. Medía un metro setenta y cinco y su peso era de setenta y siete kilos, el más alto que había alcanzado en toda su vida. Aun así, parecía, como señaló un periodista del diario berlinés Vossiche Zeitung, pequeño e insignificante y en persona imponía menos de lo que cabía esperar por las fotos que difundía el Partido Nacionalsocialista. De camino en la primera fila, Hitler se detuvo a besar la mano de algunas mujeres que se encontraban entre el público. Una clara muestra de su educación austriaca, dijo el corresponsal del diario parisino Le Matin".
Cuenta David King que este caso le abrió las puertas al régimen nazi. Podría haber sido condenado a cadena perpetua pero al final le cayeron cinco años y acabó cumpliendo nueve meses. En aquel tiempo, Hitler no se cruzó de brazos sino que escribió el "Mein Kampf", el manifiesto de su odio.
En aquellos días, Alemania vivía los efectos del Tratado de Versalles que consideró una humillación. La inflación se disparó de tal manera que para comprar una barra de pan se necesitaban millones de marcos. "Hitler aprovecha durante su juicio toda la carga de ira y amargura del pueblo alemán", continúa King, que de alguna manera enlaza esa forma de agitar a las masas con el populismo actual.