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El Kremlin: más rocoso que Gibraltar

En el siglo XII constituía la ciudad entera. Luego, con los zares y hasta la actualidad, se ha mantenido como una fortaleza-palacio cargada de historia y secretos
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En el siglo XII constituía la ciudad entera. Luego, con los zares y hasta la actualidad, se ha mantenido como una fortaleza-palacio cargada de historia y secretos.
El principal morador del Kremlin se llama hoy Vladimir Putin, presidente de la Federación Rusa, nacido en Leningrado el 7 de octubre de 1952. Ex agente del KGB con el rango de teniente coronel y ferviente miembro de la Iglesia ortodoxa, además de graduado con honores en Derecho por la Universidad Estatal de Leningrado, Putin reside también por motivos de seguridad en aquella gigantesca fortaleza. A veces, se retira unos días para meditar al monasterio ortodoxo de Valaam, situado en la isla del mismo nombre, en el extremo norte del Lago Ládoga; y otras, se traslada a Sochi, una localidad al sur de Rusia donde dispone de otra vivienda oficial bautizada como Bocharov Ruchei. Mantiene abierto también su palacete Novo-Ogariovo, construido en el siglo XIX en la periferia oeste de Moscú.
El presidente ruso labora en el corazón del Kremlin: en el Palacio del Senado, que alberga su despacho, la Oficina Presidencial, el Salón Ceremonial, la Biblioteca, el Salón del Consejo de Seguridad o el de Embajadores. Este palacio fue construido entre 1776 y 1788 por encargo de la emperatriz Catalina II. En el llamado Edificio 14 se reparten las distintas dependencias del equipo presidencial: Administración, Dirección Protocolaria, de Política Exterior y de Prensa, Comandancia del Kremlin y sede de la Guardia Federal. Para las ceremonias oficiales y recepciones de Jefes de Estado se reserva el Gran Palacio, construido por el zar Nicolás I entre 1830 y 1840; un vasto edificio rectangular de piedra blanca alzado alrededor de un gran patio en cuyo centro hay una catedral. En uno de sus salones, el de Santa Catalina, con su regio techo sostenido por dos pilares macizos de malaquita, se celebran suntuosos banquetes regados con vinos de Crimea y el imprescindible vodka.
El Kremlin sigue siendo hoy, al cabo de los siglos, un formidable bastión más vigilado incluso que Gibraltar, y parapetado entre unos muros de hasta seis metros de espesor que llegan a rozar los veinte metros de altura. A su lado, las residencias de otros altos mandatarios del mundo como la Casa Blanca (Estados Unidos), Downing Street (Inglaterra), el Palacio del Elíseo (Francia) o la Casa Rosada (Argentina), por no hablar de La Moncloa, en España, son simples maquetas concebidas a ínfima escala.
En el interior de sus diecisiete hectáreas de superficie se alzan cuatro grandes catedrales y una docena de iglesias y capillas, o los vestigios que de ellas se conservan. Los verdes tejados y las altas cúpulas doradas de esos templos elevan hacia el cielo enjoyadas cruces que, vistas a la luz del amanecer, hacen que la ciudad parezca más bien un celeste paraíso que la sede de un poder terrenal. En el siglo XII, el Kremlin era la ciudad entera de Moscú y estaba cercado por una empalizada para defenderse de los ataques de los tártaros. Dos siglos después se levantaron las colosales murallas de roca, revestidas de rosados ladrillos, cuya construcción costó treinta años de arduo trabajo a varios arquitectos y a una legión de campesinos rusos, los llamados «mujiks». Fue allí, en aquel mismo recinto amurallado, donde el zar Iván el Terrible abrió la cabeza a su propio hijo con el cetro de oro del imperio. En la Plaza Roja, sobre la cual da la fachada nordeste del Kremlin, se localiza el bloque de piedra de las ejecuciones, donde Iván decapitó a centenares de víctimas inocentes. Sobre él se alza la Catedral de San Basilio, célebre por sus multicolores torres en forma de cebolla, una de las más raras maravillas arquitectónicas del mundo. Baste decir que cuando se terminó de construir, Iván hizo sacar los ojos al arquitecto que dirigió la obra para que no pudiese hacer otra semejante.
En 1703 Pedro el Grande trasladó la capital a la nueva ciudad de San Petersburgo y el Kremlin perdió importancia... hasta 1918, cuando los bolcheviques retornaron a Moscú. Los comunistas controlaban un país de 150 millones de habitantes con un partido de 200.000 afiliados, y aquellas diecisiete hectáreas fortificadas en el corazón de la capital eran precisamente lo que necesitaban. Los jefes del partido comunista y sus estados mayores ocuparon la mitad del Kremlin; la otra mitad era un monumento conmemorativo de las glorias de la vieja Rusia.
En la Armería Real se conservan los sitiales de los zares, entre ellos, el trono revestido de una fina capa de oro tachonada con dos mil piedras preciosas de Boris Godunov. El Kremlin sigue siendo hoy una hermosa fortaleza y todo un símbolo, a veces trágico, del poder.
@JMZavalaOficial