El método soviético de asesinato en masa
Durante los primeros meses de 1940, la policía secreta de Stalin hizo creer a los presos que serían libres. Pero en abril perpetró la masacre
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El 1 de septiembre de 1939, el III Reich invadió Polonia iniciando la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, Hitler no fue el único político que se aprovechó del desmembramiento de la nación agredida. El día 15 de ese mismo mes, la URSS entró también en territorio polaco. Si no se produjo enfrentamiento alguno entre las fuerzas de la Wehrmacht alemana y del Ejército Rojo se debió a que ambas potencias actuaban al amparo de lo contenido en el pacto suscrito por el soviético Molotov y el alemán Ribbentrop apenas unas semanas antes. De acuerdo con el mismo, el III Reich y la Unión Soviética, a pesar de sus diferencias ideológicas, habían procedido a delimitar sus respectivas zonas de influencia en el este de Europa y a asegurarse la no agresión recíproca. De esa manera, antes de que finalizara el mes de septiembre de 1939 y con unas bajas que no llegaban al millar, la URSS se había apoderado de un tercio de Polonia y había capturado a 230.000 soldados polacos. El 17 de septiembre, el NKVD, la Policía secreta de Stalin, creó un directorio de prisioneros de guerra para hacerse cargo de los presos polacos transportándolos a una red de campos de concentración ubicada en el territorio de la URSS. Los enclaves en cuestión eran campos especiales donde los cautivos polacos fueron objeto de un intenso adoctrinamiento ideológico y de prolongados interrogatorios. La labor se encargó al mayor Vasili Zarubin, un personaje verdaderamente excepcional. Verdadero maestro de agentes, años después, Zarubin lograría infiltrarse en el aparato de inteligencia de Estados Unidos logrando, entre otros éxitos, el robo del secreto de la bomba atómica. Durante los primeros meses de 1940, el NKVD llevó a creer a los presos polacos que, concluida la guerra, serían puestos en libertad. Sin embargo, los planes reales eran muy diferentes. De acuerdo con la orden del Comisariado Nacional para Asuntos Internos de 5 de marzo de 1940, se informó a Stalin de que «entre los presos –sin contar soldados ni oficiales subalternos– había 14.736 antiguos oficiales, funcionarios del Gobierno, terratenientes, policías, gendarmes, guardianes de prisiones, colonizadores de regiones fronterizas y oficiales de inteligencia». De entre ellos, había «más del 97% de nacionalidad polaca». La orden continuaba diciendo que todos ellos eran «enemigos declarados de la autoridad soviética» y que, por ello, el NKVD consideraba necesario que se les aplicara «la pena máxima: fusilamiento». El documento –que tardaría décadas en salir a la luz– estaba firmado por Beria y recibió el visto bueno de Stalin, Voroshílov, Molotov, Mikoyán, Kalinin y Kaganovich. Para ejecutar los fusilamientos, se recurrió a un modelo ya utilizado en Crimea y también en Paracuellos, cerca de Madrid, durante la Guerra Civil española. El 3 de abril de 1940, en Kozelsk y el 5 del mismo mes, en Ostashkov y Starobelsk, los soviéticos comenzaron a realizar sacas de presos. Por una razón que nunca ha quedado esclarecida, el NKVD decidió no desplazar a todos y quedaron exentos de este paso 448 prisioneros –245 de Kozelsk, 79 de Starobelsk y 124 de Ostashkov– que, de esa manera, salvaron la vida.
Los prisioneros fueron obligados a subir a camiones y automóviles que los llevaron hacia una estación situada a una decena de kilómetros. Al llegar a Gniezdovo, los polacos fueron sacados del tren en grupos de treinta e inmediatamente se les obligó a subir en la parte de atrás de unos autobuses cuyas ventanillas habían sido cubiertas con barro. Los vehículos se dirigieron por espacio de casi tres kilómetros a lo largo de la carretera que unía Smolensk con Vitebsk. Luego torcieron a la izquierda en una curva caracterizada por el arbolado y se encaminaron hacia el sur y más en concreto, hacia el río Dniéper. Se trataba de una zona conocida popularmente como el bosque de Katyn. A poco más de un kilómetro del camino principal y cerca del río se encontraba el pequeño castillo del Dniéper. A la derecha, entre la carretera principal y la fortaleza había un claro. En la cercanía de una corriente fluvial, aparecían dispuestas enormes fosas abiertas para arrojar a los fusilados. Las ejecuciones sólo se diferenciaron de las de Paracuellos en que los prisioneros polacos fueron obligados a arrodillarse al lado de las fosas y entonces los agentes del NKVD les asestaron un tiro en la nuca con una pistola ligera Walther 7.65 mm, fabricada en Alemania. A los que intentaron resistirse, se les dio muerte a bayonetazos.
Al igual que sucedió también en Paracuellos, los lugares de origen de las víctimas fueron varios y las ejecuciones se prolongaron a lo largo de varias semanas, que, en el caso de Katyn, llegaron a seis. La fuente principal para establecer el número de víctimas es un informe de 3 de marzo de 1959 que el director del KGB, Alieksandr Shelepin, entregó a Nikita Jrushov. De acuerdo con el mismo, la orden dada por Stalin se tradujo en el fusilamiento de 21.857 presos polacos de los cuales 4.421 fueron asesinados en el bosque de Katyn, en la región de Smolensk. Las de Paracuellos, pues, fueron más numerosas que las realizadas en Katyn, Starobelsk y otros enclaves y resultaron sólo inferiores a las que tuvieron como escenario el enclave de Ostashkovo.
En 1943, las fuerzas alemanas de ocupación en la URSS anunciaron que habían descubierto varias fosas repletas de cadáveres en Katyn. Con la guerra en su punto más delicado –apenas hacía unas semanas que las victorias de El Alamein y Stalingrado parecían indicar que las tornas podían comenzar a volverse– ni Gran Bretaña ni Estados Unidos querían malquistarse con un aliado que, como diría Churchill, estaba destripando al Ejército alemán. Así, Londres y Washington aceptaron la versión soviética que culpaba de los fusilamientos a los alemanes. Stalin habría deseado que en Nüremberg se impusiera esa versión, pero Gran Bretaña y Estados Unidos se negaron temiendo quizá que se descubriera la verdad, una verdad que incluía su silencio ante unas matanzas cuyas víctimas habían sido ciudadanos de la nación por la que se había iniciado la Segunda Guerra Mundial. El tema no volvió a ser abordado hasta 1951 cuando se supo que las tropas de Corea del Norte estaban procediendo a la ejecución de prisioneros de guerra norteamericanos. En medio de ese contexto, en septiembre de 1951, la Cámara de representantes designó un comité bajo la presidencia del republicano Ray J. Madden para que examinara la cuestión. La verdad quedó expuesta, pero sólo en parte y sin que se dieran pasos adicionales. A decir verdad, hubo que esperar a la Perestroika para que se desvelara en su totalidad ya que los sucesivos gobiernos polacos, de corte comunista, repitieron la versión tan oficial como falsa difundida en su tiempo por los medios de Stalin.
El 13 de octubre de 1990, en una reunión mantenida en el Kremlin, Gorbachov entregó a Jaruzelski, a la sazón el general que controlaba el destino de Polonia, una carpeta con documentos relacionados con las matanzas de Katyn. Resultaba obvio de su lectura que la responsabilidad había sido soviética, pero al no aparecer incluida la orden de fusilamiento de marzo de 1940 firmada por Stalin, Gorbachov pudo responsabilizar de todo lo sucedido a Beria, jefe de la policía secreta, y descargar de culpa al sistema. En 1998, Boris Yeltsin y el presidente polaco Alexander Kwasniewski llegaron a un acuerdo para que se alzara un monumento en Katyn y otro en Mednoye antes del año 2000. La verdad histórica era ya innegable, pero no pocos –por los paralelos con lo sucedido en sus propias naciones– se negaron a extraer las conclusiones debidas. Todavía hoy los sucesos levantan controversia.
Los antecedentes: de Crimea a Paracuellos
El método utilizado para asesinar en masa a los presos polacos no fue una innovación del NKVD de Stalin. A decir verdad, contaba con antecedentes en otros episodios perpetrados por la Cheká, la policía secreta creada por Lenin. Ya en los años veinte, en el curso de la guerra civil rusa, el NKVD realizó matanzas masivas de prisioneros de guerra en la península de Crimea siguiendo una metodología en la que se unían la excavación de grandes fosas comunes, los fusilamientos en masa y los enterramientos colectivos de millares de personas. Las víctimas fueron sustancialmente los prisioneros procedentes del ejército del barón Wrangel, uno de los generales blancos cuya figura histórica ha sido rehabilitada en Rusia en el curso de los últimos años. El paralelo más trágico anterior a la Segunda Guerra Mundial y a Katyn tuvo lugar en España, en el curso de la Guerra Civil, a finales del año 1936 en la localidad madrileña de Paracuellos. Como en Crimea, los asesinatos –unas 5.000 personas de las que un porcentaje muy elevado fueron menores de edad y la mayoría civiles– fueron llevados a cabo, según revela la documentación soviética, no por incontrolados, sino por orden directa de las máximas autoridades. Culpar de los crímenes –como se ha hecho durante décadas– a anarquistas desbocados constituye una gravísima e interesada falsedad histórica. Al respecto, tanto Dimitrov, en la época factótum de la Komintern, como Stepánov, en el cuerpo de un informe dirigido a Stalin, mencionaron expresamente a Santiago Carrillo como el responsable máximo de los asesinatos. Con todo, no se puede excluir que las autoridades republicanas en Madrid contaran con un asesoramiento logístico de agentes soviéticos como Mijaíl Koltsóv.
Los imitadores: los Einsatzgruppen alemanes
La forma de matanza masiva realizada en Crimea, Paracuellos o Katyn no tardó en ser imitada por otros poderes totalitarios. Dentro de la mecánica del exterminio había que reconocer su letal eficacia. Así, los Einsatzgruppen alemanes que en el verano de 1941 comenzaron a actuar en el territorio ocupado de la Unión soviética recurrieron a los fusilamientos multitudinarios que eran ocultados en gigantescas fosas comunes. Aunque se suele enfatizar la tragedia de episodios como la matanza de Babi Yar en que durante los días 29 y 30 de septiembre de 1941 se dio muerte a más de 30.000 judíos, lo cierto es que desde julio hasta diciembre de 1941, los Einsaztgruppen asesinaron mediante este método a más de 900.000 personas de las que un porcentaje muy elevado fueron judíos, pero entre las que abundaron también comisarios políticos, miembros del partido comunista o partisanos. No menos sobrecogedoras –aunque sí menos publicitadas– que las atrocidades derivadas de la ocupación nazi en distintas naciones europeas fueron las perpetradas por Japón en Extremo Oriente. Tan sólo en Nanjing, una de las ciudades chinas que sufrió algunas de las peores brutalidades del siglo XX, el Ejército nipón dio muerte de manera masiva a millares de prisioneros de guerra y civiles a los que sepultó en grandes fosas. Con una peculiaridad y es que, a diferencia de lo sucedido en Paracuellos o Katyn, en algún caso estimó más adecuado en lugar de fusilar a los cautivos el matarlos a bayonetazos o incluso enterrarlos vivos.