El mural de la discordia
La obra del español Gonzalo Borondo en Berlín, que refleja a una niña refugiada sangrando, ha sido tachada de «repugnante».
La obra del español Gonzalo Borondo en Berlín, que refleja a una niña refugiada sangrando, ha sido tachada de «repugnante».
Un mensaje a la esperanza para su creador, pero una imagen de muy mal gusto para los vecinos del barrio de Tegel, en Berlín. Son las diferentes interpretaciones de obra más reciente del artista español Gonzalo Borondo, un mural pintado en un edificio de 42 metros de altura que muestra a una niña cubierta de sangre y que ha despertado la indignación de los residentes en la zona, quienes recaudan firmas para que el mural se repinte. El último trabajo del artista vallisoletano de 27 años, una de las figuras más reconocidas del arte urbano actual, es una expresiva pintura que habla sobre la tragedia de los refugiados. Forma parte de un extenso proyecto al aire libre que se compone de cinco grandes murales, impulsado por la inmobiliaria Gewobag. Esta respetada firma germana se propuso dar vida a los edificios más grises y monótonos de la ciudad y, para ello, se puso en contacto con la red de artistas Urban Nation, quienes a su vez invitaron a Borondo a la capital alemana. El muro, dividido en dos partes, muestra a una niña ensangrentada que contempla un paisaje sombrío, donde el sol es sólo una pequeña mancha roja que se extiende por encima de los árboles desnudos. Al otro lado, en el paisaje gris, se ve a una figura desnuda, herida, cuyo cuerpo ha sido atravesado por una flecha. Según explicó el portavoz de Gewobag, Volker Harting, la obra debe ser interpretada como un canto a la esperanza. «La niña es un emblema de los niños refugiados. Su situación es dramática, pero está viendo esperanza. La figura del otro lado representa a los países desarrollados, aunque estén atravesados por una flecha, están erguidos y son fuertes», argumentó.
Esta interpretación no ha logrado satisfacer a los escandalizados vecinos del barrio residencial berlinés, que han iniciado una fuerte campaña a través de la asociación «I love Tegel» para que la obra de Borondo deje de adornar el gran edificio de 14 plantas. El portavoz de esta asociación, Felix Schoenebeck, apoyó la ola de indignación que ha causado el artista urbano español, cuya obra ha sido calificada como «repugnante» por algunos de los vecinos. Posiblemente, parte del problema radica en el lugar en el que está situada. El edificio de la calle Neheimer en el que Borondo plasmó su obra oculta una trágica historia detrás: sus 42 metros de altura la convirtieron en un lugar habitual desde el que se lanzaban aquellas personas que querían acabar con su vida; no en vano, lleva décadas siendo conocido en Berlín como la «casa de los suicidios». «No me parece apropiado pintar una imagen tan sangrienta en un lugar donde murió tanta gente», señaló uno de los vecinos, un estudiante de Derecho de 26 años. El rascacielos, además, alberga una guardería. «Al ver el mural, mi hija de cinco años me preguntó que por qué estaba sangrando esa niña», se quejó una madre, descontenta de tener que toparse con la imagen cada vez que acompaña a sus hijos al centro infantil. Cerca del edificio que sirvió como lienzo a Borondo pronto se inaugurará un albergue para refugiados y los vecinos argumentan que una imagen tan sangrienta podría desembocar en la traumatización de «aquellas personas que vienen de una guerra y han pasado tanto».
En medio de la polémica, la empresa Gewobag se declaró dispuesta a abrir un diálogo, aunque no antes de completar todos los trabajos de la colección. «Una vez concluidas las obras, presentaremos el proyecto en un acto público, al que estarán también invitados los residentes», informó el portavoz. Ante el revuelo que su obra ha causado, posiblemente inesperado en una ciudad con una cultura urbana tan desarrollada como Berlín, Borondo explica que su intención no era «crear polémica, sino dejar un mensaje poético». «Cuando me embarco en un nuevo proyecto es importante para mí entender el ambiente en el que mi arte se plasmará, aprender su historia, entender a su comunidad y sus problemas. Trabajo con el espacio y elegí esta temática al saber que en esta zona habrá albergues para refugiados», dijo. El uso de una paleta de grises, colores oscuros y rojos está justificado porque «para crear mis trabajos me inspiro en los colores de la naturaleza, del entorno, de la misma fachada. Los colores de Berlín no son brillantes, usarlos resultaría invasivo».
El autor reconoce que siempre existe un riesgo cuando se trabaja sobre un espacio público. «El artista tiene la responsabilidad de ofrecer un mensaje y abrir un diálogo, pero este mensaje no tiene que ser universal, inmediato o sencillo de comprender», explica. «Si preguntara a cada comunidad qué les gustaría ver en el edificio de su barrio probablemente me dirían cosas como gatos, flores, arcoiris o puestas de sol, pero entonces las fachadas serían casi como pantallas de televisión. Yo no pinto con colores brillantes ni creo escenas felices. Lo que hago es arte, no decoración», añade.
Abrir la mente
Este autor que comenzó en Madrid su carrera artística pretende, con sus trabajos, huir de la contaminación visual causada por la publicidad en las calles, por eso recupera esquinas desconchadas, muros urbanos o edificios abandonados para dar rienda suelta a su arte. «Hay una contradicción y es que mucha gente protesta porque un mural es demasiado profundo o reflexivo, los mismos que se quejan también de las vallas publicitarias que hay enfrente de su casa», comenta, despidiéndose con una petición: «Abramos nuestras mentes y paremos de mirar la tragedia a través de la seguridad de nuestras pantallas».
Aún no está claro si los vecinos lograrán su objetivo. Atendiendo al plano legal, según el Código de Edificación alemán, los propietarios de viviendas pueden decorar las fachadas según su voluntad si su estructura no se ve afectada y, además, el pintor español estaría avalado por el derecho a la libertad artística. Claro que la asociación vecinal siempre recurrirá a otros valores constitucionales como el derecho a la dignidad humana o incluso la protección de menores. El trabajo de Borondo ha abierto en el país un exaltado debate sobre el límite de la libertad creativa en los espacios públicos. Esta última obra, quizá la que más indignación ha arrastrado, no es la única que ha despertado reacciones encontradas a lo largo de la trayectoria del artista. Hace años, Gonzalo Borondo tuvo que pagar una penalización de 3.000 euros al ayuntamiento de Madrid por un dibujo sobre una fachada que fue demolida un mes después. Hoy es considerado uno de los mejores artistas urbanos a nivel internacional.