El poeta que tenía dentro un flamenco
Hoy apenas hemos podido ensayar las canciones de «Omega». Me ha dado una punzada en el corazón y se me ha cerrado un nudo en la garganta porque hemos cantado algunas de las versiones que mi padre Enrique grabó para ese disco pero que se quedaron fuera del corte. Son temas con letra de Cohen, como «That’s Not The Way to Say Goodbye» («Esa no es manera de despedirse»). Precisamente esa canción, pienso ahora. Me da pena que se vaya gente tan maravillosa como para ser capaz de escribir esas letras y que nos abandonen sin poder seguir aprendiendo de ellos. Es cierto que tenemos su legado, maravilloso, y que seguiremos inspirándonos en él, porque ya nos ha salvado varias veces la vida a todos. Artistas de su talla dejan pistas para seguir viviendo. Recuerdo que mi padre empezó a aficionarse por Cohen y que hubo un verano que siempre llevaba sus cintas en el coche y desde entonces yo he escuchado todos sus discos y sigo haciéndolo. Los conozco y los adoro profundamente. Creo que su voz es un flechazo, pura sensibilidad y elegancia. De su manera de cantar y de escribir siempre me ha llamado la atención cómo aplica la norma del menos es más. Para escribir bien canciones no hay nada mejor que un mensaje certero, con las palabras justas, y bien dicho, cantado con esa voz que no busca más que llegar al corazón sin intentar ser grandilocuente. Eso te arrastra y yo creo que es lo que mi padre admiraba de él, su naturalidad. Pienso que si le llegó a emocionar como creador es porque dentro de Cohen había un flamenco y un lorquiano. En sus temas y poemas hay una cadencia que es popular y que también es flamenca y es así como se entendían, porque entre ellos no podían hacerlo en el mismo idioma. Pero tenían un lenguaje mejor, que es el de la música. Nosotros ahora debemos seguir escuchando, cantando y respirando el legado maravilloso que han dejado flotando en el aire. Intentaremos ser dignos de la confianza que depositaron en nosotros y de la obra que han dejado detrás.