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El último vuelo del Barón Rojo

El capitán Manfred Von Richtofen se convirtió en una celebridad en la Primera Guerra Mundial como el piloto más temido por su habilidad y pericia, pero, además, por su caballerosidad y estilo único hasta que, hace ahora cien años, fue derribado en el aire
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  • David Solar

    David Solar

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El capitán Manfred Von Richtofen se convirtió en una celebridad en la Primera Guerra Mundial como el piloto más temido por su habilidad y pericia, pero, además, por su caballerosidad y estilo único hasta que, hace ahora cien años, fue derribado en el aire.
El 21 de abril de 1918, a las 10 de la mañana, el capitán Manfred von Richthofen despegaba con su escuadrón de caza hacia el Somme, donde desde hacía un mes rugía la lucha en la que Alemania se jugaba su última baza para vencer en la Gran Guerra. En la «Batalla de Káiser», el general Ludendorff (800.000 hombres, 6.000 cañones y 600 aviones), rompió las líneas aliadas entre Arras y La Fére, pero su ofensiva fue contenida y ambos ejércitos estaban enfangados en un forcejeo estéril.
Von Richthofen, con 80 derribos comprobados y, seguramente, una docena más no comprobados, era el piloto alemán más famoso y el cazador más temido por los aliados, que rezaban por no encontrarse con el «circo volador» del Barón Rojo, que era como se le conocía por el color de su avión y por pertenecer a la baja nobleza. Se contaban de él mil gestos caballerosos a lomos de su corcel aéreo alimentados por la propaganda alemana y propagados por los enemigos en los que infundía tanto temor como respeto. Realmente, era un soldado que se jugaba la vida a diario luchando por su patria y, por tanto, trataba de derribar a cuantos enemigos pudiera aprovechando su puntería de avezado cazador y los trucos de sus dos años de experiencia como piloto de caza, haciendo lo mismo que sus rivales, aunque él había sido más hábil o más afortunado.
Aquella mañana estaría vigilando la formación de su grupo (solían ser ocho, si todos podían volar) y valorando la situación general... Muchos años en el ejército le proporcionaban una idea muy pesimista de la contienda: el reclutamiento había tocado fondo, descendía en cantidad y calidad la fabricación de cañones y la retaguardia estaba agotada por el racionamiento.
Von Richthofen (Breslau, 1982) pertenecía a una familia de la baja nobleza campesina de Silesia (hoy, Polonia). Su padre era militar y desde niño sólo tenía dos pasiones: los caballos y la caza. Por tanto, ingresó en la Academia de Caballería, donde se mostró consumado jinete, excelente atleta y gran tirador. Teniente al estallar la guerra, fue destinado al Este, donde apenas intervino; trasladado a Francia, comprobó el ocaso de la caballería: las ametralladoras habían terminado con su gloriosa trayectoria y se encontró cavando trincheras en Verdún, hasta que escribió a su superior: «Excelencia, no he venido a la guerra a coleccionar quesos y huevos...». Fue destinado a la aviación. Comenzó a volar como observador, aprendió a pilotar, realizó muchas misiones como observador y en marzo de 1916, en el frente de Verdún, se incorporó a una escuadrilla, derribando un aparato francés, no contabilizado porque cayó en territorio enemigo. Poco después regresó al frente ruso donde voló como explorador y debió aprender muy bien el oficio pues le reclutó el Oswald Boelcke, el gran as de la aviación alemana. Cuando abandonó el Este, sus amigos le dijeron con envidia: ¡«No vuelvas sin la Pour le mérite!», la gran condecoración alemana. El 17 de septiembre de 1916, intervino en una «pelea de perros» (dogfight) entre su grupo y otro británico, logrando situarse tras un enemigo con un único pensamiento: «Este tiene que caer, haga lo que haga». Fue su primer derribo comprobado; en tierra encontró los restos y a los dos tripulantes muertos, a los que se rindieron honores y Von Richthofen se encargó de pagarles una lápida. Un mes más tarde, durante la primera batalla del Somme, cayó Boelcke, pero no hubo tiempo para lutos: el 23 de noviembre de 1916, Von Richthofen consiguió su undécimo derribo y este a costa del mayor Lanoe Hawker, jefe de escuadrón, con siete derribos y la Victoria Cross.
Perdonar la vida
Cuando terminó el año, ya con 16 victorias, recibió el mando de la escuadrilla de Boelcke y el káiser le concedió la Pour le Mérite. Tenía 24 años. En esa época se le ocurrió pintar su avión de rojo, convirtiéndose en el Barón Rojo, que sembraría de víctimas los cielos franceses. Su leyenda caballeresca nació tras el derribó un avión británico al que permitió descender a tierra porque no pudo defenderse, dándose la casualidad que él sufrió una avería y tuvo que posarse junto a su víctima: allí encontró a dos aviadores británicos, que le dieron las gracias por no haberles matado; él les dijo que lo había hecho porque estaban inermes y ellos le aclararon que trataron de dispararle, pero se les encasquilló su ametralladora. Pero no fue esa su actuación habitual. Trató siempre de tener los cazas más competitivos; buscó con el ingeniero Fokker mejorar prestaciones como la velocidad de ascensión que le permitía atacar a los enemigos desde más alto, por la cola si era posible y siempre con el sol a la espalda, disparando al piloto, lo más frágil del avión.
El 24 de marzo de 1917, ya con 24 victorias, fue derribado, pero salió indemne y al día siguiente volvió a la pelea convertido en un feroz destructor: en cinco semanas derribó 28 aviones, con días de 3 y 4. Ya con 52 victorias, el Káiser le invitó a almorzar por su 25 cumpleaños, compartiendo mesa y mantel con los mariscales Hindenburg y Ludendorff. Volvió a la guerra y en junio/julio alcanzó su victoria 57, y ahí estuvo a punto de quedarse porque el día 7 de julio recibió un balazo en la cabeza. Logró aterrizar y tras seis semanas de intervenciones y convalecencia volvió a la lucha, pero había cambiado: se volvió taciturno en el trato y temerario en el aire, olvidando las reglas de Boelcke y las suyas. Entre agosto de 1917 y abril de 1918 derribó 23 aviones, alcanzando 80, el último de ellos la víspera de aquel 21 de abril, cuando volaba hacia el Somme y se dio la alerta: «¡enemigo a las 12!».
Honor de fusilería
Era la escuadrilla canadiense de Sopwith Camel, el mejor caza aliado, del capitán Roy Brown, en la que volaba el capitán británico Wilfred May. Entablan una «pelea de perros» en la que el capitán May derriba a un piloto de Richthofen, que lo advierte y se lanza a por May. Despreciando su experiencia penetró en territorio enemigo y mantuvo mucho tiempo su trayectoria, tanto que en vez de cazar a May fue el mismo derribado. Cuando su aparato cayó a tierra los soldados que lo rescataron nada pudieron hacer por su vida. Roy Brown, que había salido tras su estela, se atribuyó el triunfo, pero investigaciones posteriores indican que lo mató un disparo de ametralladora antiaérea. Incluso, otras recientes suponen que Von Richthofen murió mientras perseguía a May, debido a su herida en la cabeza, y que el disparo que detectó la autopsia lo recibió mientras caía cuando estaba agonizando. Se veló su cadáver con honores militares y su féretro llegó al cementerio de Bertangles, cerca de Amiens, a hombros de seis capitanes británicos y canadienses. Hubo salvas de honor de fusilería y coronas de flores con dedicatorias: «Para nuestro gallardo y digno enemigo». En ese cementerio figura una placa recordando el sepelio, pero en 1975, la familia logró que reposaran en Wiesbaden, al lado de sus hermanos.

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