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Emilia Llanos, la mujer que amó a Lorca

La primera biografía de una de las féminas más importantes en la vida del poeta, de actualidad por el traslado de su legado a Granada, descubre aspectos desconocidos del autor de «La casa de Bernarda Alba»
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  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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La primera biografía de una de las féminas más importantes en la vida del poeta, de actualidad por el traslado de su legado a Granada, descubre aspectos desconocidos del autor de «La casa de Bernarda Alba».
Las grandes biografías están llenas de nombres que en muchas ocasiones han quedado en el olvido o envueltos en la espesa niebla de la leyenda. Eso ocurre cuando se indaga en la vida y la obra de Federico García Lorca y nos topamos con personajes fascinantes como el de Emilia Llanos, la amiga granadina del poeta y guardiana fiel de algunos de sus secretos. Ella, íntima de Lorca y Falla, la mujer que fascinó con su inteligencia a los intelectuales que pasaron por la ciudad de la Alhambra, ha sido un enigma, pero también alguien de quien se sabía poco, muy poco. Lola Manjón acaba de publicar un libro que viene a suplir esa laguna, un volumen estupendamente documentado y que arroja mucha luz sobre el personaje. Se trata de «Emilia Llanos Medina. Una mujer en la Granada de Federico García Lorca» y recientemente editado por Comares.
Manjón nos confirma que Emilia fue la amiga y confidente del poeta desde los primeros momentos de la carrera literaria del autor. Ella es una de las primeras lectoras del libro con el que Lorca se inicia en la república de las letras, «Impresiones y paisajes» aparecido en 1918. El poeta se lo dedicó con estas emocionadas palabras: «A la maravillosa Emilia Llanos tesoro espiritual entre las mujeres de Granada; divina tanagra del siglo XX. Con toda mi admiración y fervor, Federico 29 de agosto 1918».
Es el punto de arranque de, como dice la biógrafa, «la historia de amor imposible entre Federico García Lorca y la divina Emilia». Porque Emilia se enamoró del poeta tras serle presentado por el pintor Ismael González de la Serna. Ella misma lo contaría recordando que «después me enteré que Federico había mostrado mucho interés en conocerme desde un día en que se encontró a Ismael por la calle cuando iba a subir a la Alhambra, donde yo vivía entonces, para llevarme un libro que yo le había pedido. Federico se había quedado muy intrigado al saber que una mujer en Granada quería leer un libro de Maeterlinck. (...) en aquel primer encuentro fue muy cortés, aunque lo encontré quizás algo retraído, pero lo pasamos muy bien los cuatro; mi hermana Concha estaba también con nosotros. Cuando se marchó, yo ya sabía que lo había impresionado. Y no me sorprendió que volviera al día siguiente».
Y volvió muchas más veces porque en aquella mujer Lorca tuvo a la amiga fiel a la que podía confiar sus secretos, sus ganas de huir de Granada e iniciar su carrera como poeta. Emilia Llanos fue una testigo de excepción, la misma mujer que estuvo con Lorca y con Falla cuando decidieron poner en marcha, junto con un importante grupo de intelectuales, un concurso con el que poder recuperar el cante jondo en la Granada de 1922. «Federico vino a verme cariñosísimo y encantador, me habló del Cante Jondo que se celebraría en junio, esto era en abril. (...) Ya me dijo: “Tienes que vestirte a la antigua con traje popular, espero serás la mejor y debes venir a los ensayos todas las tardes” (...) Nos veíamos casi a diario en casa de Falla, en el teatrito del Hotel Palace, por la noche en el museo donde seguían los ensayos; en fin, una temporada deliciosa».
Guía de JRJ y Zenobia
Lola Manjón nos lleva por los episodios más importantes en la vida de Emilia, con Lorca de fondo, como cuando es guía de Zenobia y Juan Ramón Jiménez cuando visitan el recinto de la Alhambra. Mantiene una relación sentimental con González de la Serna, pero el poeta granadino siempre está presente, incluso en cartas. Es el caso de una misiva que Lorca envía a Emilia desde Madrid en noviembre de 1920: «Hace mucho tiempo que yo no sabía nada de usted y ayer la recordé tan cariñosamente como yo sé hacerlo cuando se trata de personas tan exquisitas y tan espirituales como usted lo es. Yo la veo en medio de ese maravilloso paisaje granadino como la única mujer granadina capaz de sentirlo, y me alegro extraordinariamente de tener una amiga que mire los chopos encendidos y las lejanías lejanas como si yo mirase. (...) Yo recuerdo a Granada como se deben recordar a las novias muertas y como se recuerda un día de sol cuando niño». En la misma carta de una sinceridad sin fisuras, confiesa a su amiga que «yo..., siéndole franco, estoy un poco triste, un poco melancólico, siento en el alma la amargura de estar solo de amor. Sé que estas melancolías pasarán..., pero el rastro ¡queda siempre!».
En la Granada de 1936, Emilia Llanos trató de convencer al padre de Lorca para que dejara a su hijo marchar a México con la compañía de Margarita Xirgu, un viaje que debía haber realizado ese verano de 1936. Por esas mismas fechas, Manuel Llanos Medina, hermano de Emilia, era uno de los principales responsables de la conspiración militar contra la República en la ciudad de la Alhambra. Se sabe que Manuel pudo avisar a Alejandro Otero, una de las personalidades más odiadas por la derecha radical granadina, para que pudiera huir y escapar de la dura represión que se puso en marcha en el verano de 1936. Es, por tanto, inevitable plantearse si Emilia Llanos, gracias a su hermano, también tenía esta información que hubiera sido trascendental para salvar a Lorca de ser asesinado, una pregunta que hoy no tiene respuesta alguna.
Sentimiento de culpa
Lo que sí sabemos es que poco después de que el poeta fuera detenido, su madre le pidió a Emilia que fuera a ver a Falla para que hiciera de intermediario en el Gobierno Civil, el lugar en el que Lorca estaba preso. Al día siguiente, por la mañana, mientras se dirigía a casa del compositor, varios amigos del autor de «Yerma» –entre ellos el controvertido Antonio Gallego Burín– le advirtieron de que ya no había nada que hacer porque Federico García Lorca había sido asesinado esa madrugada. Emilia, hundida ante la terrible noticia, no llegó a ver a Falla, aunque por la tarde sí se atrevió a visitar a los padres del poeta y asegurarles falsamente que había hablado con Falla. El sentimiento de culpa la persiguió toda su vida y se encerró en sí misma hasta el final de su vida, solamente revelando alguno de sus secretos en 1955 al investigador Agustín Penón. Los que la conocieron dicen que sus últimas palabras, cuando ya veía la muerte cerca, fueron para Federico García Lorca.