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En una galaxia muy lejana

Los pantalones de campana llenaban la calle al tiempo que se estrenaba «La guerra de las galaxias». Escuchaban los progres a Lluis Llach mientras Pablo Abraira lloraba un amor perdido en plena época del destape.
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Los pantalones de campana llenaban la calle al tiempo que se estrenaba «La guerra de las galaxias». Escuchaban los progres a Lluis Llach mientras Pablo Abraira lloraba un amor perdido en plena época del destape.
El año de gracia 1977 fue para los españoles el comienzo de la democracia y para los pocos friquis que poblaban la galaxia espacial el año del estreno de «La guerra de las galaxias», de cuya música espacial Meco hizo una versión tecno bailable. La disco vivía su mejor momento con el estreno de «Fiebre del sábado noche». Los Bee Gees le pusieron música al dueño de la pista, Tony Manero, y Chicago publicó la canción de amor más bonita de los setenta, «If You Leave Now», para bailar agarrado. Realmente 1977 fue un año excepcional. Musicalmente marca el final de la revolución pop, iniciada con Elvis Presley, que muere ese verano, justo cuando el punk trata infructuosamente de devolver al pop la furia roquera perdida por el gay power y las fantasías disco. Dos grupos y dos canciones triunfan en todas las pistas: «Daddy Cool», de Boney M, y «Dancing Queen», de Abba,
En junio del 77 el hit parade de la canción era espectacular. Había nacido en TVE el mito señero del súper pop Miguel Bosé cantando «Linda». Donna Summer triunfaba con «I feel love» y sus orgasmos múltiples. Laurent Voulzy llegó al Olimpo con «Rockollection», un llenapistas discotequero que recopilaba viejos éxitos de los sesenta. Y Pablo Abraira ponía al borde del desencanto amoroso a la generación de la transición con «Gavilán o paloma»: «Amiga, hay que ver cómo es el amor...»
Amanda Lear se consagraba con «Blood and Honey», que anunciaba a Grace Jones, Bibi Andersen y otras ambiguas mujeres de bandera. A todas ellas les gustaba bailar tanto como a Tina Charles cantar bajo un estroboscopio.
Dentro de la canción comprometida, María Ostiz promocionaba los albergues rurales con «Un pueblo es abrir una ventada en la mañana y respirar», mientras Carlos Mejía Godoy nos confundían con «Son tus perjúmenes, mujer» y Elsa Baeza cantaba el «Credo» de la misa criolla que daría paso a la ingeniera social de Chávez: «Creo en Vos, constructor del pensamiento». Y para celebrar el cierre de «Cambio 16» se encargó a Jarcha «Libertad sin ira».
Los progres tenía a Lluís Llach para martirizarse con cilicios hirientes su culpabilidad por apoyar a ETA escuchando sin parar el pretencioso y melodramático oratorio «Campanades a mort». Mejor era divertirse con Sisa y su «Quansevol nit por surtir el sol», convertido en el himno jipi-progre de finales de los 70.
Cuantos soñaban con la ruptura política del orden anterior y la vuelta a un pasado tan autoritario como el de los nostálgicos del franquismo se dieron de bruces con algo inesperado: el triunfo en las calles de la libertad y la revolución sexual.
Por entonces, Barcelona y las Ramblas se habían convertido en el epicentro de la modernidad underground española, cuando el punk destrozaba guitarras y la heroína segaba vidas en los callejones del barrio chino. Ocaña, Nazario y la Tremenda desfilaban su majeza travestidas, Rambla arriba, Rambla abajo. Mariscal pintaba Garriris, los maoístas de Bandera Roja se bajaban en marcha de la cariada dentadura del proletariado y se pasaban a las filas de los nuevos filósofos, Bernard-Henri Lévy, André Glucksmann y Alain Finkielkraut, tan menospreciados por la izquierda caviar.
Los jóvenes estaban fraguando, a espaldas de los políticos y las viejas ideologías totalitarias, un nuevo desorden anarco-pasota, inspirado en la provocación del friquismo dadá. Libertad sexual, comportamientos abiertamente homosexuales en público, estallidos punk, nuevo cine «situacionista» y ensayos y novelas bajo el influjo de «Tel Qel», el freudo-marxismo y el estructuralismo, que aunaba abiertamente los porros, la cultura elitista y los massmedia.
La trinidad McLuhan, Freud y Lacan influía en nuevos autores como Alberto Cardín, Federico Jiménez Losantos y Lluís Fernández, que se oponía a los patrones de la cultura progre dominante, representada por Jorge Semprún, ganador del premio Planeta con «Autobiografía de Federico Sánchez» y los Montalbán, Savater y Terenci Moix de turno. Ese años Mario Vargas Llosa con «La tía Julia y el escribidor» y Stephen King con «El resplandor» fueron los libros más vendidos.
El cambio más significativosvendrá al ser publicado el Real Decreto de 1 de abril de 1977 sobre libertad de expresión: el desmantelamiento definitivo de la censura. Se estrenan comedias de destape, dramas clásicos y nuevas propuestas de autores que, como Nieva y su «Teatro Furioso», renuevan la escena española con «La Paz». Antonio Gala estrena «¿Por qué corres, Ulises?» y «Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca», de Martín Recuerda, es al fin estrenada por Concha Velasco, bajo la dirección de Adolfo Marsilalch. Pero la sensación del año fue «La torna», de Els Joglars, y la peripecia de Albert Boadella escapando de la comisaría y huyendo a Francia.
En el cine español comienza el destape con pelis transgresoras: «Me siento extraña», «Cambio de sexo», «El transexual» y «Mi hija Hildegart». Se pone de moda el cine quinqui con «Perros callejeros». Se apaga Luis Buñuel con «Ese oscuro objeto del deseo». Y con Garci aprobamos una «Asignatura pendiente»: el sexo. El amor queda en manos de Rolland Barthes y sus «Fragmentos de un discurso amoroso», publicado en Francia en 1977.