Enrique Llamas: «La crónica negra ayuda a comprender la sociedad»
Debuta en la literatura con «Los Caín», una novela construida con la tensión de los «thrillers» que narra una historia de oscuros crímenes y reflexiona sobre el mal.
Debuta en la literatura con «Los Caín», una novela construida con la tensión de los «thrillers» que narra una historia de oscuros crímenes y reflexiona sobre el mal.
Enrique Llamas trae consigo la ambición literaria del léxico, el empeño de moldearse un estilo, una novelística en la que cimentarse como escritor. En su genética cultural sobrevive aquella escolástica que predicaba que nos levantamos sobre hombros de gigantes y él ha erigido «Los Caín» (AdN Alianza) sobre el andamiaje de maestros como Miguel Delibes o Ana María Matute. Su debut es una historia de crímenes sin resolver que recupera la atmósfera rural castellana. Ya solo le queda que los lectores lo lean y el destino, al contrario que a otros, le brinde una oportunidad
–Su libro comienza con una tumba mal cerrada. ¿Es una metáfora?
–Sí, de los asuntos del pasado que no han cicatrizado bien y que no hablamos, que se enquistan y se infectan con el tiempo. Las cosas hay que terminarlas. Y con diálogo. Lo que queda oculto sale a flote más tarde o temprano. Es lo que sucede con los secretos.
–Los Caín... ¿Los españoles somos un pueblo cainita?
–El ser humano, por naturaleza, tiene una vena cainita. Se combate con la empatía y desde la educación. España ha tenido problemas educativos y también hemos tenido líderes políticos que han potenciado nuestro cainismo. Pero el español no es cainita. Si lo ha sido es por las circunstancias.
–Recupera la España rural en la época de la España vacía...
–Los pueblos no se pueden perder porque forman parte de la cultura, la tradición y la antropología. Todos venimos de ellos. Si no somos nosotros, son nuestros padres o abuelos. El campo es lo que nos da de comer. La agricultura y la ganadería son el sustento de la sociedad y la eco-nomía. Yo sitúo mi historia en el pasado, en la España de Delibes, la que más leí de pequeño, que me produce una gran nostalgia, aunque extraña, porque no es buena.
–El campo también tiene una leyenda de crímenes...
–Sí, es cierto. Pero la crónica negra es muy interesante, porque te cuenta cosas de un país que no figuran en la política internacional o en la cultura. En la España de la Expo de Sevilla, el V Centenario del descubrimiento de América y los Juegos Olímpicos sucedió la masacre de Puerto Hurraco, lo que demostraba que, en el fondo, España no había cambiado tanto. La crónica negra es una herramienta para comprender una sociedad.
–¿Qué perdemos con la desa-parición de los pueblos?
–Para empezar, un léxico tremendo, aparte de muchas tradiciones. Es curioso que en los filmes de Almodóvar, los protagonistas viven en las ciudades, pero cuando se encuentran mal vuelven al campo. Es un reflejo de nuestra sociedad. Los pueblos hoy no son ya tan negros como en la vieja España rural, entre otras cosas porque hoy el campo es un lugar de desconexión, de desahogo, un sitio tranquilo donde desconectar de las redes sociales.
–El protagonista es un maestro. ¿Por qué?
–No quería un policía, un guardia civil o un investigador. Un maestro me venía bien porque podría ser una persona que desde su juventud e inocencia cree que puede cambiar algo a través de la educación. Después se da cuenta de que no tiene herramientas para hacerlo. Tiene que usar los códigos del pueblo. También refleja parte de la desilusión que vive hoy la gente joven, que acabas de estudiar y descubres que todo lo que te han enseñado no sirve para trabajar.
–La maldad es el eje...
–Es el tema esencial del que me quería ocupar. Hay gente mala y siempre la estamos justificando. Ellos repiten la maldad y nosotros insistimos en que han sufrido, en que lo han pasado mal. Yo quería hablar de la maldad pura, porque hay gente mala y que disfruta siéndolo, haciendo el mal.
–Somino, el pueblo de su libro, es un nuevo terreno literario. ¿Qué es lo más importante de inventarse uno?
–Somino es un pueblo inventado. Un terreno que tiene tela, mucha tierra por arar, por decirlo de una manera. Cuando te inventas una geografía, lo esencial es que te lo creas, porque si no lo haces, tampoco lo va a hacer el lector.
–Antes ha insistido en la importancia de preservar el vocabulario rural...
–Al venir a Madrid, me di cuenta de que hay palabras que solo se usan en Zamora. Yo las he metido en el libro, porque siempre estoy pendiente a las palabras. Cuando escucho una que me atrae, la anoto. Lo importante, en la literatura, es no meter léxico con calzador, aunque también es esencial que las palabras que queden recogidas, que tengan un hueco en la posteridad. Yo las introduzco en la narración porque es bonito que viajen fuera. Son una herramienta.
–¿Para...?
–Debemos emplear el lenguaje con propiedad y de una manera natural, sin forzarlo, no de la manera en que se hace con determinados masculinos o femeninos. Si perdemos palabras es peligroso, porque se recorta la realidad y, con su pérdida, también se da pie a la confusión, tenemos menos precisión para entendernos.