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Eres engreído, Schopenhauer

La editorial Trotta publica una completa biografía de Arthur Schopenhauer, donde queda de manifiesto, más allá del latente pesimismo de su obra, su enorme vanidad, su mal carácter y su terquedad
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  • Toni Montesinos

    Toni Montesinos

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La editorial Trotta publica una completa biografía de Arthur Schopenhauer, donde queda de manifiesto, más allá del latente pesimismo de su obra, su enorme vanidad, su mal carácter y su terquedad
El gran especialista en Schopenhauer en nuestro país, que ya diera una primera biografía en una modesta editorial en el año 2005, ahora mejorada y ampliada, Luis Fernando Moreno Claros, ha contravenido la opinión el pensador objeto de su estudio, que siempre fue contrario a investigar la vida de los filósofos. «En "mis"obras estoy yo entero», dijo el alemán, como apunta el biógrafo, que defiende la idea de que la vida y personalidad de Schopenhauer serán iluminadoras para captar mejor su pensamiento filosófico. «El gran filósofo pesimista era un hombre vanidoso en extremo, cascarrabias de carácter terco y obstinado, negativo y furibundo... Pero también un hombre honesto en su búsqueda de la verdad, que padeció y sufrió por su personalidad individualista e indómita», dice en el prólogo quien hace dos años diera también, en la editorial Trotta, los «Diarios de viaje» que un jovencísimo Arthur escribió durante dos largos trayectos europeos con sus padres.
Y en efecto, cómo no saldrían meditaciones tristes y negativas con una vida en la que el patriarca, en 1805, se suicida cuando su hijo tiene diecisiete años –lo cual de rebote libró al joven de seguir sus pasos como comerciante, idea que le desesperaba–, en la que vive desde niño un sinfín de enfermedades, en la que sufrirá un fuerte desengaño amoroso con una actriz y en la que incluso tendrá un hijo con una criada que nacerá muerto. Todo ello, por si no fuera desgracia bastante, acompañado más tarde de la renuncia a un matrimonio con otra mujer que contrajo una grave dolencia, de un enamoramiento con una cantante que no pudo completar su embarazo, y ya en el plano profesional, de la inexistente repercusión de su libro más ambicioso, «El mundo como voluntad y representación» (1818) y de su fracasada labor como profesor universitario dada la escasez de alumnos que se interesarían por sus clases. Moreno Claros aborda cada una de estas etapas del filósofo de la ciudad portuaria de Dánzig (hoy en Polonia), con rigurosidad y agilidad; así, aborda quiénes eran sus antepasados, se interna en su etapa infantil y adolescente en un clima de refinamiento literario, en parte gracias a su madre, escritora que organizaba encuentros culturales, sigue al Schopenhauer estudiante en Gotha, Weimar y Gotinga (donde cursó Medicina), analiza al que llama en un momento dado «errante», desde que se instala en Dresde y se siente dispuesto a dar su mensaje pesimista, preguntándose «cuál sería la esencia de este mundo que en definitiva es engaño e ilusión vana»...
- Más claro que el agua
Más tarde, el pensador visitará Italia, vivirá en Berlín y al fin se establecerá en Frankfurt. Todo un largo y variopinto recorrido en el que Moreno Claros de continuo comenta las teorías de «un autor que se lee con placer», asegura, ya que «quizá sea de los filósofos que menos explicaciones ajenas requiere; él mismo se jactaba de ser muy claro y de que su filosofía habla por sí misma". Lo cual sin duda favorecería su dimensión pública, que fue tomando relevancia precisamente por su controvertido carácter: «La arrogancia, el sarcasmo y la petulancia de la que Schopenhauer hacía gala allá donde iba, cobraron inmediata celebridad». Tanto, que al final de su vida, muchos le visitarán atraídos por el que llaman «el Buda de Frankfurt».
Este afán de idolatría por el «extravagante solitario» por parte de fanáticos, «que formaron una piña de acólitos y correligionarios ansiosos de convertir a otros tantos elegidos a la nueva religión sin Dios, o mejor dicho, con uno nuevo: el propio Schopenhauer», contrasta con el tratamiento que la posteridad dará a su obra. En este sentido, una de las cuestiones más interesantes es cómo Moreno Claros aprovecha la ocasión para resumir cómo ha sido tratado Schopenhauer en el siglo XX; estamos ante uno de los pensadores más leídos por parte de personas no especializadas en filosofía, y sin embargo: «Hasta hace sólo escasas décadas, fue un autor incluso despreciado en ambientes académicos por los profesionales de esta disciplina, pues lo consideraban más cercano a la literatura y a la simple especulación metafísica diletante que a la filosofía de carácter técnico y actual». Eso derivó en que apenas se le estudiaba en las facultades de Humanidades, pese a que, como también dice el autor, su obra goza de nuevas traducciones cada poco tiempo, lo cual hace que su presencia editorial sea constante. No extraña, por tanto, percibir, al hilo de las palabras del biógrafo, que «filósofos tan importantes como Spinoza, Hume, Descartes, Kant o Platón no gozan hoy de semejante aceptación popular».
Todos aquellos devotos que acudían a ver a Schopenhauer (del que se dice que a veces ni se dignaba a saludar a sus vecinos) fueron incrementándose desde muchos lugares, y el resultado de ello fue que el autor de «Parerga y paralipómena» (1850) –el libro con el que quiso acercarse más si cabe a un público mayoritario– «terminó hinchándose de orgullo como un pavo real, en medio de una gran ciudad que terminó venerándolo y a la que llegó a adaptarse por entero». Le encantaba que le llamaran «maestro», e incluso «mesías», y una vez el destino le regaló una fama colosal, cambió sus hábitos de cuidado personal y trabajo matutinos para recibir visitas y consagrarse a la charla, aunque mantendría su ritual de andar dos horas diarias y tocar una aria de Rossini con flauta. De este modo, Schopenhauer seguía la estela del gran Goethe, otro ídolo de masas muy visitado y cuya grandeza él esperaba similar. No en balde, el propio filósofo escribió a su editor en 1858: «Y aún vendrán tiempos mejores: mi fama irá creciendo cada vez más conforme pasen los años según dictan las leyes de un gran incendio. Mis obras habrán de ver innumerables reediciones. De ello no me cabe la menor duda».
- Ávido de gloria póstuma
La actitud vanidosa de aceptar de buen grado los halagos y vanagloriarse del talento propio y hasta de su aspecto físico choca con lo que el filósofo francés Clément Rosset (1939) señala al comienzo de su libro «Escritos sobre Schopenhauer» (Pre-Textos, 2005) y que también, como se decía arriba, recoge Moreno Claros: «Ávido de gloria póstuma, Schopenhauer nunca mostró interés por sus futuras biografías. (...) A su juicio, sólo importaba la obra filosófica y la influencia que ésta debía ejercer en la historia del pensamiento humano». Y no obstante, dado ese temperamento de ensimismamiento por las propias cualidades, que esa obra quedara desligada de la vida de su creador iba a ser muy pronto imposible.
De hecho, a partir del año de su muerte por neumonía, 1860, tras vivir de forma solitaria durante veintisiete años en Frankfurt, aparecieron estudios que incidían en su trayectoria vital y carácter. Era la respuesta a lo que había sucedido a lo largo de la década, cuando su notoriedad había empezado a extenderse por doquier a partir de un artículo laudatorio sobre él en Inglaterra: punto de partida de una admiración casi unánime; hasta Wagner le enviará un ejemplar del poema de «El anillo del nibelungosl», y Schopenhauer, fiel a su estilo, despreciará al gran compositor diciendo: «Mejor poeta que músico». Genio y figura.

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