Eric Jiménez: «Intenté suicidarme mientras sonaba un disco de la buena vida»
El batería de Los Planetas y de Lagartija Nick, publica unas memorias (tan divertidas como repletas de omisiones) en las que, con tono tragicómico, narra su historia de depresión y supervivencia marcada por la infancia.
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El batería de Los Planetas y de Lagartija Nick, publica unas memorias (tan divertidas como repletas de omisiones) en las que, con tono tragicómico, narra su historia de depresión y supervivencia marcada por la infancia.
Eric Jiménez está impreso para siempre en una línea del pop español, como si ese verso fuera sulfato de plata. Es ese en el que J, de Los Planetas, canta: «He estado con Eric hasta las seis y nos hemos metido cuatro millones de rayas». Lo que pasa es que él ni siquiera se llama Eric. La vida que Ernesto Jiménez Linares (Granada, 1967) ha plasmado en su autobiografía tiene más penas en las líneas que palmas en las rayas de la noche, pero no nos malinterpreten, que el músico no desmerece a su leyenda. Sin embargo, la historia que quería contar en el libro es la de un niño no reconocido por su padre, que se cría en una pensión que regenta su madre. «Con seis años mi padre me encañonó con una pistola. Ni siquiera recuerdo su nombre. Con diez, ingresé en la Falange porque quería tocar el tambor. Debería haber muerto antes de los treinta», escribe en «Cuatro millones de golpes» (Plaza & Janés), el libro que acaba de publicar. Eric Jiménez es el icónico batería de Los Planetas y de Lagartija Nick, y dueño del paso de Semana Santa que late en el fondo del «Omega» que cantó Enrique Morente.
–¿Por qué el libro?
–Tenía ganas de plasmar una historia que creo que debe ser contada y pensé en hacer una película, que habría sido un cortometraje de 120 minutos para que hubiera sido el corto más largo del mundo. Lo que pasa es que la «mala follá» de Granada con el tiempo se acentúa y te conviertes en un hijo de la gran puta, así que si la hago con 90 años me habría salido una «rencografía».
–Con lo que ha dejado de contar....
–Podría hacer otro la semana que viene. Una enciclopedia.
–¿Por qué se ha cortado?
–Pues porque la editorial no quería un libro del tamaño Ken Follet. Hay mucho material que no he entregado que es divertidísimo, traumático y melancólico.
–¿Le amenazaban algunos implicados?
–Vivimos en un país de cotillas. Y gracias a todos esos cotillas que me siguen espero que funcione el libro. Habrá quienes lo lean para saber qué digo de ellos.
–De usted dice que es el más normal del mundo. ¿Quería desmontar el mito de calavera?
–Yo creo que soy de lo más normal; si me ven de otra manera es que otros serán subnormales. Lo que pasa es que me he rodeado de gente y circunstancias extraordinarias, como la paga de Navidad.
–No todo el mundo toca en la mayor banda de los últimos 20 años.
–Un cúmulo de cosas me han llevado a eso. No sirvo para nada más y tuve suerte. Hay fruteros que seguramente escriben mejor que Dylan pero ellos no lo saben. Estar en el grupo me ha permitido hacer más llevaderas mis desgracias.
–Todos sus problemas son por amor.
–Desde luego. Es lo que constantemente he estado buscando. Suena pedante pero siempre he tenido la necesidad de ser aceptado y que alguien me espere. Me queda esa ausencia de no haber sido aceptado de pequeño.
–Eso le lleva al punto de querer suicidarse.
–La primera vez que lo intenté me ponía discos de La Buena Vida, que son grandes amigos y hacen canciones maravillosas para suicidarte o para enamorarte. Lo intenté después de una noche de marcha, pero como todo en mi vida es de Peter Sellers, me di cuenta de que había un falso techo que no iba a aguantar mi peso si me ahorcaba. Y eso que en esa época hacía una «dieta techno» y casi ni comía en todo el día. Pero me iba a caer y se me quedaría cara de gilipollas. Entonces pensé en cortarme las venas pero sólo tenía cubiertos de plástico. Y se me ocurrió lo del gas butano pero la cocina era eléctrica. Desde el balcón no me iba a tirar, que vivo en un primero, pero tengo vértigo. Aparqué la idea porque supe que no tendría valor para suicidarme porque las venas, si te las quieres cortar, lo haces en vertical en vez de en horizontal. Aunque sí he vivido durante años en un estado en que deseaba dormirme y no despertarme. Incluso más tarde me comí un montón de pastillas pero sobreviví.
–¿Tiene algo que ver con la soledad del artista?
–Esa es del artista que vende su personaje, no es mi caso. Lo que me ocurrió en la infancia no tiene que ver con el arte, porque me habría encantado ser uno de los hermanos de la película de «La gran familia». Los artistas que tienen una imagen de sufridores es porque han leído biografías, pero yo no tengo que leer desgracias porque ya las sufrí. Siempre he tenido libertad absoluta de pequeño y por eso siempre quería tener una familia y amor, al revés que todos los que forman su grupo para tener libertad porque ya tienen familia.
–De los tópicos del rock, del que menos habla es de sexo.
–Porque es una ordinariez. Puedo parecer muy prepotente o que no tengo pito. Es algo íntimo de lo que no me gusta hablar.
–¿Hablar de dinero es una ordinariez?
–Me encanta el dinero.
–Cuenta que ha pasado estrecheces. Pero si tocar en Los Planetas no es rentable...
–Es que soy un músico que está en grupos con alma, no de los que ponen cara de Navidades. En los que estoy influye el estado ánimico. Y si no estamos bien, no se saca disco. Esa es la diferencia entre un grupo con filosofía que ama a la música y otro que es producto de El Corte Inglés.
–Así que, cuando hacen parones como pasa en los Planetas, malo...
–Claro. Es respetable. Con que uno no vea bien hacer algo...
–Otro se tiene que aguantar porque uno lo diga.
–Me puede joder en un aspecto económico o emocional porque me gusta mi vida en los escenarios. Pero es totalmente respetable, porque, si no, no es puro. Hacer cosas porque lo dictamine la industria o así... quizá por eso llevamos tantos años, porque no vamos invierno-primavera. Aunque el día menos pensado la espichamos.
–¿Cómo están de ánimo?
–Yo, cojonudo. Y el resto también, pero no te puedes fiar porque mañana le pega una «pedrá» a uno y cambian las tornas.
–¿Donde hay más esnobismo, en el flamenco o el pop?
–En el flamenco puro hay mucho desconocimiento e incultura. Partamos de la base de que cualquier músico del mundo tiene que entenderles a ellos y ellos no van a entender a nadie. Pero ellos no entienden ni el «Omega», que lo han pillado el mes pasado. Eso implica que nosotros debemos adelantarnos, o atrasarnos en este caso, porque todo el que escucha flamenco lleva un viejo dentro. Toda la cultura se tiene que adaptar a ellos. Y eso que yo los venero y es un gran arte, pero ellos no ponen nada por escuchar lo demás. ¿Por qué el resto del mundo les debe comprender cuando ellos no comprenden nada?
–Es la diferencia con Morente, que les preguntaba por las «modernuras».
–Sí, aunque tampoco tenía ni puta idea, por lo menos preguntaba. Mira, yo fui con él a ver a Massive Attack y no estaba mirando el grupo, sino a la mesa. Y yo le preguntaba: «¿Qué haces, Enrique?». Y él me decía que le gustaban los juegos de luces y tal. Pero es cierto que él preguntaba, se acercaba, tenía curiosidad, no mentía. Le decía a los Sonic Youth: «Me ha gustado vuestro platillo volante».
–¿Y en el pop hay esnobismo?
–En todo. Hay mucha gilipollez
–¿Le ha pesado el estribillo de los «cuatro millones de rayas»?
–Nunca me ha importado. Me di cuenta de que la letra decía eso cuando lo escuché cantar a la gente en los conciertos.
–¿Daba una imagen equivocada?
–No, equivocada no era, igual exagerada.
–¿Por lo de las cuatro millones?
–Claro, ¿cuatro millones de rayas? Ni que fuera un abogado...
–En el libro dice que siempre sale sobrio a tocar.
–Ni agua bebo. No puedo ni comer. Tengo un pánico acojonante. La única vez que he bebido en mi vida fue en el homenaje a Carlos Berlanga, pero claro, es que era solo una canción y me vine arriba con Fangoria y me metí en un colapso. Es cierto que durante mucho tiempo al acabar me lo he bebido todo. Pero el pánico al ridículo y el respeto al público son inmensos en mí. Y uno de los sueños que tengo es que estoy tocando y siento que alguien me amarra los brazos y no puedo tocar, así que me ahorro que esa pesadilla se haga realidad.
–Dice que Los Planetas son el grupo más radical.
–Como una secta. Vivo con ellos y son muy radicales. Y eso los diferencia, para lo bueno y para lo malo. Radicales de pensamiento, filosofía, de obra y de omisión.
–Hay un mito de vagancia sobre el grupo.
–Influye mucho el estado anímico y a veces viene un rayo de luz, no una raya, he dicho un rayo, y vienen como 20 canciones. Pero no somos una banda de «chicos, ensayos de 4 a 6». A lo mejor luego ensayamos 15 días seguidos a la noche o al mediodía... es un poco anárquico.
–¿Son amigos?
–Yo es que los amigos me los busco por ahí, en las redes sociales y los parques infantiles. Pero no tengo un grupo para tener amigos. Es porque comulgo en ideología o en el escenario. Me parecería un puto coñazo tener que ir al cine con Los Planetas y Lagartija Nick. Y por eso, como nuestra filosofía no es la de celebrar el fin de gira en el McDonalds o ser de los «boy scouts»... Por supuesto que los quiero mucho, porque son muchos años, pero no me voy al cine con ellos, no me sale de los cojones.
–Tras ver por lo que ha pasado, ¿está en su mejor momento?
–Sin duda. Mis brazos vuelan, estamos sacando buenos discos con Lagartija y Los Planetas y voy a vender más libros que Ken
Follet.