Cultura

Mark Rothko

¿Es arte un acto vandálico?

Después de que un hombre le rompiera un cuadro en la cabeza a la artista Marina Abramovic vuelve a abrirse el debate sobre si estos actos de vandalismo, tan recurrentes desde el siglo pasado, son también una forma de arte

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Marina Abramovic se ha puesto a sí misma en peligro varias veces en nombre del arte. La más recordada, en 1974, durante su performance “Ritmo 0”, cuando entregó al público 72 objetos -entre ellos cuchillos y una pistola con una bala- y se dejó tratar como un títere durante seis horas: la cargaron, la desnudaron, la besaron, le cortaron la piel y hasta le pusieron la pistola en la mano, apuntando al rostro y con el dedo en el gatillo. “En aquella época, el arte de performance era ridiculizado, se nos trataba de exhibicionistas. Cansada de esas críticas, decidí hacer una obra para ver cuán lejos podía llegar el público sin la participación del artista”, explicó Abramovic años después de aquella larga noche en el Studio Morra de Nápoles.

Esta semana, sin embargo, la artista serbia de 71 años sufrió un ataque completamente inesperado cuando un hombre le rompió sobre la cabeza un cuadro con un retrato de ella misma durante una visita a una galería en Florencia. Su primera reacción tras el ataque fue pedir hablar con el hombre, de 51 años y nacionalidad checa, para entender sus motivos. “Tuve que hacerlo por mi arte”, le contestó el agresor.

Con explicaciones como esta se han defendido muchos otros artistas que atacan las obras de otros. Es el caso del ruso que entró a la Tate Modern en 2012 y escribió su nombre con marcador negro sobre un cuadro de Mark Rothko. Vladimir Umanets, que salió del museo sin que el personal de seguridad se percatara de lo que había hecho, aseguró después a los medios que estaba convencido de que su firma añadiría valor al cuadro de Rothko y se comparó a sí mismo con Marcel Duchamp: “No destruí el cuadro, no robé nada. Antes se hacían muchas cosas como esta. Duchamp firmaba objetos que no eran hechos por él”. Se refería al urinario que el francés expuso por primera vez en 1917, considerada una de las obras más influyentes del siglo pasado por su carácter transgresor.

De hecho, dos versiones de “La Fuente” de Duchamp han sido vandalizadas, en ambas ocasiones por el mismo hombre. Pierre Pinoncelli, de 89 años, se identifica como dadaísta, anarquista y seguidor de las ideas del artista francés. Por eso mismo considera que orinar dentro de su obra, como hizo en 1993, y atacarla con un martillo -en 2006, en el Centro Pompidou-, es un modo de devolverle su significado original que, en su opinión, se habría perdido a causa del esnobismo y la burocracia del “establishment”. “Lo convertí en algo fresco y novedoso. Creé un objeto nuevo y Duchamp habría estado de acuerdo”, afirmó después de ser detenido. Siguiendo la lógica de Umanets, aseguró también en una entrevista posterior que “mi martillazo fue simbólicamente el de un subastador marcando la venta de una nueva obra de arte”.

El crítico y profesor Pedro Alberto Cruz explica que “la mayoría de artistas que llevan a cabo esos actos de vandalismo parten de dos ideas fundamentales y básicas: si todo puede ser arte -principio en el que se apoyan, por ejemplo, Duchamp y Abramovic-, mi acto vandálico también puede serlo. Por otra parte, lo que Duchamp y Abramovic hicieron en su momento fue destruir los modelos tradicionales de arte, y personas como Pinoncelli entienden que la única manera de continuar esa cadena es atacando a los artistas que una vez fueron revolucionarios y que ahora se han convertido en parte de la academia y del statu quo”.

Otro ejemplo son los artistas chinos JJ Xi y Yuan Chai, que se enfrascaron en una guerra de almohadas sobre la obra “Mi cama”, de Tracey Emin. La artista británica había sido preseleccionada para el Turner Prize gracias a esta pieza que era, literalmente, la cama en la que había pasado cuatro días viviendo. Entre las sábanas revueltas y sobre la alfombra podían verse sus bragas, condones, papeles sucios, botellas de licor vacías... Al medio día del 24 de octubre de 1999, JJ Xi y Yuan Chai entraron en la Tate Gallery de Londres y, después de quitarse las camisetas, se subieron a la cama de Emin y comenzaron a golpearse con las almohadas, a saltar y gritar. El público, sin entender bien qué estaba sucediendo, les aplaudió, incluso cuando el personal de seguridad los detuvo. Los artistas chinos aseguraron pertenecer al Stuckism, un movimiento que se opone al arte conceptual y que fue fundado por Billy Childish, ex pareja de Emin: “Quisimos reaccionar a la obra y a la auto promoción implícita en ella”, aseguraron.

“Tracey Emin se apropia de una cama, que no es un objeto artístico, pero al ser ella artista la señala como arte y ésta pasa a serlo. JJ Xi y Yuan Chai se reapropian de la obra de Emin siguiendo su propia lógica. Así, la ponen contra la espada y la pared”, explica Cruz. En su opinión, los autores de estos ataques “son artistas porque tienen un curriculum, actúan dentro de un museo y los que reflexionan sobre sus actos vandálicos los consideran artistas. Lo cierto es que, más allá de que nos guste o no, el mundo del arte está montado sobre una red de intereses. Siempre le digo a mis alumnos que arte es lo que la gente de ese mundo quiere que sea arte, pues ya no existe ningún elemento diferencial ni estético que señale que una cosa es arte y otra, no”.

Sin embargo, el caso de Abramovic va más allá, ya que no es la obra la que sufre el ataque, sino la propia artista. Aunque, claro, si la serbia se considera a sí misma arte -postura que defiende con sus performance-, la lógica de su agresor dicta que sea ella la víctima. En declaraciones al diario “La Repubblica” después del incidente, en el que no resultó herida, Abramovic afirmó que: “La violencia hacia los otros no es arte. Yo también fui una artista joven y desconocida, pero nunca hice daño a nadie. En mis obras, planteo distintas situaciones y pongo mi vida en riesgo, pero es mi decisión y soy yo quien marca las pautas”.

Cruz defiende su postura: “Un artista puede hacer con su cuerpo lo que quiera, pero no sobre un tercero, sea este humano o animal. Este tipo de estrategias de violencia y vandalismo quieren llevar el concepto de arte extremo a sus últimas consecuencias, pero no se dan cuenta de que ya no están actuando sobre sí mismos, sino sobre una propiedad de terceros. Y ahí entra el marco legal”. Efectivamente, la ley puede juzgarlos, y en el caso de Pinoncelli lo hizo -tuvo que pagar una multa de 200.000 euros tras el ataque en el Pompidou-, al igual que Sam Rindy, una mujer de 35 años que en 2007 besó un cuadro de Cy Twombly. Rindy, que dejó sobre el lienzo blanco la marca de su pintura de labios roja, se enfrentó a un juez de Avignon, donde ocurrió el incidente, y éste le impuso una multa de 1000 euros, además de 100 horas de trabajo comunitario.