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Escher, ahora lo ves...

Una exposición en el Palacio de Gaviria muestra el trabajo del pintor holandés, maestro de la simetría y de las paradojas visuales a partir de escenas imposibles.

A la izquierda, «Mano con esfera reflectante» (1935), litografía del artista holandés, que a la derecha aparece retratado con la esfera
A la izquierda, «Mano con esfera reflectante» (1935), litografía del artista holandés, que a la derecha aparece retratado con la esferalarazon

Una exposición en el Palacio de Gaviria muestra el trabajo del pintor holandés, maestro de la simetría y de las paradojas visuales a partir de escenas imposibles.

Al mirar una obra del pintor holandés Maurits Cornelis Escher (1898-1972) queda la sensación de que, tras la juguetona apariencia, hay un misterio. Para muchos, es un artista facilón, comercial, de poca categoría. Es más bien un ilustrador o un creador popular, el mayor pecado en el arte. Sin embargo, en su obsesión, afrontó un enorme desafío: representar el infinito en la hoja de papel. Sus obras lograron esconderle verdades al ojo, rebelarse ante la mente, descolocar al subconsciente. Una retrospectiva sobre su trabajo se abre hoy en Madrid para confundirnos y obligarnos a mirar de nuevo, olvidar lo aprendido. Más de 200 obras, casi todas grabados, en una muestra comisariada por Mark Valdhuysen invitan a entrar en esta dimensión tanto científica como, mirando bien, espiritual.

Escher se formó en la escuela de arquitectura y artes decorativas pero no fue ahí donde encontró su camino. Fue en la Alhambra de Granada, donde recaló en 1922 y quedó fascinado por su belleza y sus detalles. El conjunto arquitectónico enseña al visitante una cosa distinta cada vez y a Escher le atraparon los minuciosos frisos del palacio nazarí. El artista ya había experimentado con la representación de figuras reflejadas en superficies curvas o en movimiento, como la superficie de un estanque, pero la sensación de infinitud de los frisos geométricos le llevó a plantearse un problema nuevo. Se obsesionó con la teoría matemática. Conoció a algunas de las mejores mentes contemporáneas sobre la materia, como Donald Coxeter y Maurice Weir. Alcanzó la perfección en su método y su trabajo dejó pasmados a los científicos al reproducir modelos que no estaban enunciados todavía. Ese encantamiento de los matemáticos hacia su figura perdura hoy, como atestiguó el profesor de la UNED Antonio Costa, que dio las explicaciones más interesantes de la presentación de la muestra. «Él era holandés, luego perfeccionista. Trabajó compulsivamente en cuadernos que nunca pensó que serían obras de arte. Y lo eran, pero para los matemáticos», explicaba el profesor, que destacó que Escher afrontó problemas tan antiguos como Euclides. «Es normal que se fascinase con la Alhambra, porque los científicos descubrieron que los artistas nazaríes habían agotado todos los tipos de simetrías posibles en los arabescos del palacio. Este hecho también ha generado cierta controversia en los congresos matemáticos, pero si no es verdad de forma estricta, lo es casi completamente», añadía el profesor.

Una cierta espiritualidad

Weir escribió un libro en el que dijo que en todos los grandes hallazgos de la humanidad estaba presente la simetría, y una ilustración de Escher fue portada de una revista científica. Por cierto, ¿quieren otra simetría? El Palacio de Gaviria de Madrid, un espacio que hasta anteayer era una discoteca, se ha recuperado como lugar de exposiciones y la sala que acoge la de Escher está ilustrada con los frescos de Joaquín Espalter y Rull, de mediados del XIX, donde se ilustra la toma de Granada por Isabel la Católica.

Escher estudió la forma, las estructuras del espacio y la percepción humana. Transformó las figuras hasta que las hizo fundirse en el infinito y surgir otra vez de él. Pájaros de día que se oscurecen en el crepúsculo y se confunden con los campos, peces que emergen hasta volverse aves, en suma, la metamorfosis. Lo que comenzó siendo un problema formal y matemático devino en una investigación filosófica. Aquí surge la espiritualidad del creador holandés, que hace que las líneas paralelas y las formas repetitivas cobren un poco de alma, como un mandala budista. En sus obras, se intuyen ideas como la relatividad, la transformación del personaje optimista en el pesimista, se asoma el ciclo de la vida. Finalmente, Escher atravesó el cristal hacia el mundo de la paradoja: figuras geométricas que dan lugar a realidades paralelas, casi escenarios para distopías de ciencia ficción. La famosa escalera imposible, o el curso del agua que fluye con lógica ingrávida. Y todo, como decía ayer el comisario de la muestra Valdhuysen, «siempre se vio a sí mismo como un niño. Estaba interesado en seguir jugando».