Escocia reivindica el "feminismo"de las brujas quemadas hace siglos
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Me cuentan que en Australia un grupo de padres ha pedido la retirada del cartel de «It. Capítulo 2», con su Pennywise babeando sangre y mirando aviesamente a los viandantes, porque la experiencia puede resultar traumática para sus niños de regreso del cole. «Es duro irse a la cama con esa imagen terrorífica en tu mente», manifiesta una madre. Antaño, a los niños que imaginaban trasgos dentro del armario se les enseñaba a discernir la realidad de la ficción, a abrir las puertas y enfrentar la paranoia. Hoy se opta por arrancar de cuajo el armario. O por edulcorar y amaestrar al monstruo. ¡Que le pinten una sonrisa a Pennywise! Con el tema de las brujas (que sí, que haberlas haylas y de todos los colores: buenas, malas y mediopensionistas) se está obrando otro fenómeno interesante del papanatismo internacional. En un abrir y cerrar de ojos, han pasado de fascinantes pérfidas a aburridas heroínas de una causa para la que no les han pedido permiso: sí, el feminismo. Y, claro, de repente todos quieren una bruja en casa, como ese «siente un pobre a su mesa» de «Plácido». Y seguimos con Berlanga, porque, del mismo modo que en «Los jueves, milagro» un pueblo fabricaba la aparición mariana que podía convertirlo en el nuevo Fátima y ubicarlo en el mapa, en Torryburn, una localidad desangelada del este de Escocia, han encontrado a «su bruja» y no han tardado ni medio segundo en decidir que era «buena». Se llama Lilias Adie y su rostro ha sido recreado por la Universidad de Dundee a partir de una fotografía de su cráneo hace 100 años, antes de que se perdiera su pista. Fue acusada en 1704 por una vecina que no había sido convenientemente instruida en materia de sororidad. Torturada, se supone que se autoinculpó de acostarse con el Diablo. El día antes de que la quemaran, se quitó la vida en su celda. Los lugareños le colocaron una losa de gran tonelaje por temor a que su alma buscara venganza. Ayer, sus tataranietos le rindieron honores llevando flores a la tumba vacía de Lilias, pidiendo el regreso (donde quiera que esté) de sus huesos para darle cristiana sepultura. «Es hora de alejar la narrativa de la figura al estilo de Halloween de la bruja divertida y reconocer el histórico sesgo de género y el sufrimiento al que las mujeres estuvieron expuestas en nombre de la caza de brujas», aseguró Douglas Speirs, arqueólogo. «Fueron las víctimas inocentes de tiempos no iluminados», declara solemne una concejala. Con su habitual desdén por las medias tintas, el MeToo ha refundado a la bruja como «paciente cero» del feminismo, la primera mujer liberada, víctima del cis-heteropatriarcado-normativo-tiránico-consuetudinario-y-milenario que las niñas de hoy combaten con camisetas y pancartas que las redimen: «Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar». Aparte de lo totalizante del eslógan (ese «to er mundo es güeno» que tanto se estila), hacer de este «colectivo» un emblema feminista es otra de esas estúpidas maniobras de reescribir con «smilies» y tachuelas posmodernas la historia porque la historia a secas, como la sonrisa macabra de Pennywise, no nos deja irnos tranquilos a la cama.