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El musicólogo y crítico de LA RAZÓN José Luis Pérez de Arteaga fallece a los 66 años

La música se convirtió desde bien temprano en el motor de su vida. A ella se consagró, le puso voz y sobre ella escribió. Ayer falleció en Madrid, a los 66 años, el musicólogo y crítico de LA RAZÓN, un hombre bueno
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Ayer falleció en Madrid, a los 66 años, el musicólogo y crítico de LA RAZÓN, un hombre bueno
Cada una de sus crónicas, de sus críticas escritas, era una lección de saber. Escribía con esa capacidad que tienen algunos, solamente algunos, del magisterio, pero sin pompa, haciendo accesible lo que para muchos era desconocido. En este mundo loco de redes digitales, tan enredadas a veces, José Luis Pérez de Arteaga se convertía este año recién estrenado en «trending topic» con su retransmisión, un año más, del Concierto de Año Nuevo. Imagino que a él poco le importaba. Igual le daba, seguro. Cada 1 de enero su voz característica era reclamo, se transformaba él en un compañero fiel que reunía frente al televisor a quienes como una tradición, ese día, eran por espacio de unas horas devotos de la música clásica. Cuánta gente decía: «A mi no me gusta la música clásica, jamás la escucho, pero a este señor del concierto de Viena no me lo pierdo». Ni siquiera sabían cómo se llamaba, pero eran fieles a «ese señor».

- Una clase de tres horas

Su saber era enciclopédico. Con cada retransmisión televisiva nos brindaba una clase, tres horas de saberes. Con él disfrutamos de tantos directores, de músicos, de compositores. Orquestas y óperas, cantantes. Gracias a él conocimos anécdotas que nos eran esquivas y de las que él nos hizo partícipes.
Pérez de Arteaga era y sigue siendo una institución dentro de la música clásica. Tenía 66 años y una voz que adoptamos como nuestra. Decir que era crítico y musicólogo se queda ahora tan corto, tan escaso, casi raquítico. Desde 1985 dirigía y presentaba en Radio Clásica «El mundo de la fonografía» y estaba considerado como uno de los biógrafos de Mahler más importantes. A él había dedicado dos volúmenes sobre su vida y su trabajo y había elaborado, además, un completo inventario discográfico sobre el músico. Durante más de 30 años había estado ligado a Radio Nacional de España y ahí nos queda ya para siempre registrado su SABER, así escrito, con letras mayúsculas. Son cientos los recuerdos, las anécdotas que se nos vienen a la cabeza, pero reproducimos una en la que contaba cómo fue su primer contacto con Mahler en una entrevista de Manuel del Río Quiroga y aunque alude en la página impar Gonzalo Alonso, merece la pena recordar completo cómo explicaba él ese momento: «Un día, cuando yo era un crío, con once años, pasé por delante de la Unión Musical Española, en la Carrera de San Jerónimo de Madrid, y me paré delante del escaparate y me quedé mirando, en un disco, a la que en aquel momento me pareció la chica más guapa que había visto en toda mi vida. Yo no sabía siquiera quién era Mahler, ni sabía quién era ella. Y vi aquel disco. Me volví a casa y se lo dije a mi madre (porque a mi padre no me atrevía a decirle qué quería comprarme aquel disco con aquella chica tan guapa... además, es que ni sabía ni cómo se llamaba la obra, ni nada).
Me parece que esa misma tarde conseguí el dinero y me lo compré. La primera decepción horrorosa llegó cuando leí la parte de atrás de la carpeta y vi que ponía, en un recuadro, que Kathleen Ferrier había muerto en el año cincuenta y tres. ¡Se había muerto siete u ocho años antes! Y yo me quedé... Bueno, pensé que jamás, (porque entonces lo pensabas) que jamás ligaría o jamás me casaría con esa chica. Y, eso sí, me puse el disco. Me pareció un tostón morrocotudo, pero me impresionó mucho la voz de ella. ¡Qué voz tan bonita! Y me impresionó el comienzo del último movimiento, «Der Abschied». Intenté seguir el texto, pero, bah, me aburría muchísimo. Aquello me parecía un rollo. Y, eso sí, sobre todo, me oí más de una vez las pistas del disco donde cantaba ella. ¡Qué voz! ¡Qué cosa! Y yo me decía: ¡pero cómo puede estar muerta! Creo que pasaron uno o dos años.
Yo vivía por aquellos tiempos en Inglaterra, donde, la verdad, no recuerdo haber oído apenas Mahler, (tampoco se tocaba tanto, estamos hablando de los años 59, 60 y 61) y vi anunciado a Jascha Horenstein haciendo «Das Lied von der Erde», la obra que yo había oído en disco a Ferrier. No oí ese concierto, no lo oí en Inglaterra, pero lo vi anunciado. Y resulta que, dos o tres meses después, vi que en Madrid actuaba Jascha Horenstein dirigiendo la Primera de Mahler. Les di el latazo a mis padres y nos fuimos al Monumental. Y ahí oí, y eso sí fue absolutamente de “shock”, la Primera de Mahler con Horenstein».
Con su reprentina marcha el mundo de la música se queda huérfano, falto de ese sentido del humor del bueno que él sabía imprimir a cada uno de sus actos. A esas críticas que encabezaba con los nombres de todos los redactores de la sección de Cultura y que se convertían en una pequeña gran clase magistral de saber. Siempre recordaré una ocasión en que por no repetir el sustantivo director de orquesta escribí «el batuta» en su lugar. Se rió mucho, tremendamente, y recibí un pequeño tirón de orejas que no olvidaría nunca. Quizá el más cariñoso que me hayan dado en todos estos años. Tengan por seguro que jamás volví a utilizar la palabra «batuta» en sustitución de director. Lección aprendida para siempre. Maestro, te vamos a echar de menos. Mucho.