Alfredo Semprún

Fallece el periodista José Antonio Sentís: «Uno de los nuestros»

Polemista temible, porque era ajeno a la dialéctica baja y se esforzaba en la alta retórica, era, sin embargo, amable y siempre prefirió un mediano acuerdo a una victoria cruel

El periodista José Antonio Sentís Castaño, fundador de LA RAZÓN / Cristina Bejarano
El periodista José Antonio Sentís Castaño, fundador de LA RAZÓN / Cristina Bejaranolarazon

Polemista temible, porque era ajeno a la dialéctica baja y se esforzaba en la alta retórica, era, sin embargo, amable y siempre prefirió un mediano acuerdo a una victoria cruel.

Ha muerto José Antonio Sentís Castaño. Primero, lo importante: se casó con Lydia, que fue el gran amor de su vida, tuvo dos hijos estupendos, José y Carlos. Este último le aportó una hija, Chi; y deja desolados a una legión de amigos, aquí, en Madrid, donde hizo su vida, y en Alicante, donde nació y donde le sobrevive su madre. Vivió con pasión, como sólo son capaces los hombres de cuerpo entero, y afrontó la muerte sin gran entusiasmo, pero con valor. Y por si puntúa en el otro lado, también con resignación. Es más, nos la hizo llevadera. Sus últimos horizontes fueron bellos. Los cielos de Salamanca y del Atlántico portugués, a la caza, fotográfica, claro, nunca mató una mosca, de los últimos bichos ibéricos alados que le quedaban por retratar: una pardela de nombre raro y un águila perdicera. Ya les digo que todo lo vivía con pasión, que, en Tony, suponía esfuerzo por hacer bien las cosas. Minucioso en la búsqueda de los datos, tenaz, curioso, fue capaz de reproducir la batalla de Waterloo, regimiento a regimiento; de criar peces del lago Taganika en un acuario doméstico, y, aunque fracasó en el modelismo ferroviario, fue, quizás, porque llegó a ello demasiado joven, cuando el terrorismo etarra o las Guerras del Golfo o la pugna de Aznar frente a González o las Torres Gemelas no le dejaban tiempo para seguir jugando con las curiosidades del mundo, para seguir soñando con esas vidas, con esas aventuras, extraídas de las lecturas juveniles, en él precoces, que constituyen el substrato de todo buen periodista. Porque José Antonio fue un magnífico periodista, tanto en la información –tras sus inicios en la Prensa alicantina y, luego, en Telerradio, haciendo entrevistas del mundo del espectáculo y la televisión–, con una larga trayectoria en la agencia EFE, ABC, LA RAZÓN, en la que formó parte del equipo fundador, a El Imparcial; como en el análisis, donde destacó en diferentes tertulias de radio y televisión. Fue director de Radio Nacional de España de 2002 a 2004. Tenía una gran cultura, apoyada en una memoria prodigiosa y en una inteligencia proverbial. Polemista temible, porque era ajeno a la dialéctica baja y se esforzaba en la alta retórica, era, sin embargo, amable y siempre prefirió un mediano acuerdo a una victoria cruel. Partidario de la ironía, que no del sarcasmo. De su carrera en Ciencias Políticas le quedó una habilidad asombrosa para detectar tendencias y movimientos, argucias, de nuestra clase gobernante. No digo más que en los últimos tiempos fue capaz de predecir los movimientos de Rajoy. Decenas de periodistas jóvenes, y no tan jóvenes –yo mismo–, pueden atestiguar su magisterio. Fue un buen jefe de Nacional y un gran editorialista. Aún le recuerdo, encerrado en su despacho de LA RAZÓN, escribiendo el editorial de la maldita tarde de las Torres de Nueva York. No fue profético, porque era fruto del conocimiento. Por último, fue un caballero, un hombre bueno y mi amigo del alma.