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«Fedra»: Lolita y la gran tragedia

larazon

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Autor: Paco Bezerra, sobre la obra de Eurípides. Director: Luis Luque. Intérpretes: Lolita Flores, Juan Fernández, Críspulo Cabezas, Eneko Sagardoy y Tina Sainz.
Festival de Teatro Clásico de Mérida. Hasta el domingo.
Desde que se hizo público en la presentación de esta edición del Festival de Mérida que Lolita sería la encargada de protagonizar nada menos que Fedra, no habían cesado las suspicacias acerca de su idoneidad o no para el papel.
Pues bien, la popular cantante, muy bien secundada por todo el elenco –gran trabajo de Juan Fernández como Teseo-, zanjó anoche cualquier recelo con un dignísimo trabajo de verdadera composición dramática del personaje -intuyo que muy laborioso en la dirección- que permitió a cerca de 2.300 espectadores ver una vez más sobre las piedras del Teatro Romano a esa mujer torturada anímicamente por el deseo y éticamente pervertida por el rechazo en torno a la cual Eurípides construyó su conocida tragedia. No hubo una Flores sobre el escenario, sino una verdadera Fedra, que de eso se trataba, al servicio de un texto firmado por Paco Bezerra que humaniza el mito cuanto puede y que explora mucho más el universo afectivo de los caracteres que la trascendencia social y política de sus conductas. La dramaturgia, en la que queda bien acendrado, clarificado y expuesto el meollo del conflicto desde la primera escena, opta por hacer más patente que otras versiones del clásico la posible homosexualidad de Hipólito, bien interpretado aquí por Críspulo Cabezas. De este modo, Fedra y el torbellino de sus sentimientos, que desembocan en una muy escéptica reflexión final acerca de la naturaleza del amor, se convierten en los genuinos protagonistas de la función. Esa focalización de la trama en la pugna interior de la protagonista suponía, sin duda, un difícil reto para el director Luis Luque, del que sabe salir airoso con enorme maestría. Hay, por un lado, un inteligente esfuerzo por su parte para supeditar toda la historia a la propia evolución espontánea de las pasiones del personaje –no es casual que la ambientación sonora esté determinada por el ritmo del latido de un corazón-; sin embargo, por otro lado, el director impone en la acción esa contención precisa que parece exigir la deriva moral de Fedra y que explica racionalmente la paulatina degradación fatal de su alma. Se diría que toda la función se desarrolla al dictado de una sofisticada y compleja partitura, la cual impide que Lolita se pierda en su natural tendencia hacia lo impulsivo, y posibilita, a la vez, que la actriz pueda ir dando oportuna salida a esas emociones que en cada momento definen los actos de su personaje. Y, hablando de partituras, es fundamental el papel que juega la música en le montaje: pocas veces se ve, por desgracia, una banda sonora tan directamente relacionada con la propuesta escénica y tan relevante, además, en la propia representación. En este sentido, Mariano Marín hace un trabajo soberbio, exquisito. Al servicio de ese mismo propósito de Luque para que todo esté, por así decirlo, perfectamente “guionizado”, ha trabajado el resto de un equipo artístico en el que, una vez más, no pueden sino lucirse algunos profesionales de la talla del iluminador Juan Gómez-Cornejo, la escenógrafa Mónica Boromello, la vestuarista Almudena Rodríguez-Huertas o el –quizá menos conocido- artífice de la videoescena Bruno Praena.
Lo mejor
Todos los elementos escénicos se conjugan en perfecta armonía para contar la historia de forma eficaz.
Lo peor
El posible conflicto interior del personaje de Hipólito queda algo arrinconado.

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