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Gabriele Finaldi: «Me iré con el corazón no roto, pero sí partido»

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La mano derecha de Miguel Zugaza deja el Museo del Prado para incorporarse a la National Gallery de Londres el próximo 17 de agosto como director.
El arte también es una sucesión de miradas. Una estratografía de interpretaciones y de maneras de ver y comprender un cuadro, una escultura, un dibujo. El arte también reside en el ojo que ve, que aprecia talento donde los demás sólo distinguen figuras, y reconoce la belleza, donde otros únicamente aprecian el relato de una escena religiosa o una fábula mitológica. Aunque algunos hoy continúen empecinándose en ignorarlo, resulta imprescindible aprender a mirar igual que uno aprende a hablar, a escribir o a leer. Gabriele Finaldi abandonará el próximo mes de agosto el Museo del Prado para incorporarse a la National Gallery como director. Pero detrás ha dejado ya su impronta personal, su propia manera de comprender la institución y la colección de la pinacoteca madrileña. Él ha sido una de las personas que se han encargado de acercarnos, desde ángulos diferentes o perspectivas renovadas, mucho más modernas y adecuadas a nuestra época, sus fondos. Cada época, igual que cada hombre, aporta su visión al arte, que se enriquece así generación tras generación con las aportaciones de cada uno. Resulta difícil aproximarse a Vermeer de la misma forma después de haber leído a Ernst H. Gombrich, igual que la arquitectura y la escultura griega resulta diferente para un estudiante tras ahondar con calma en la lectura del «Arte y experiencia en la Grecia antigua» de J.J. Pollitt. Miguel Zugaza, director del Prado, glosó ayer la decisiva contribución de Finaldi al Prado y señaló, tras mostrar su gratitud, que deja «una huella que se hace visible en el pujante Centro de estudios del museo, que se manifiesta de forma elocuente en la actividad y el estilo propios de los talleres de restauración y de estudios técnicos y, por supuesto, en la manera culta y generosa en que ofrecemos a nuestros visitantes la experiencia del arte, en las exposiciones por supuesto, pero, ante todo, en las salas donde se pone en valor el tesoro de la institución que es su colección». Zugaza remarcó el peso que ha tenido la presencia definitiva de Finaldi en el proceso de modernización que el museo emprendió hace años, y cuyo hito esencial, su clave angular, resultó ser la ampliación.
Dos museos diferentes
Finaldi, que todavía continuará hasta este verano en su puesto de director adjunto, reconoció ayer que apenas conserva recuerdos de la primera vez que entró en El Prado, pero aún permanece indeleble en su memoria su llegada a España: «Mi nombramiento tuvo lugar a finales de mayo de 2002 cuando yo me encontraba en un barco en alta mar en medio de la bahía de Vizcaya, y sin que yo lo supiera. Hubo una tormenta y aquella resultó ser la peor travesía que he hecho en mi vida, mi familia y yo, todos enfermos. Mi móvil no funcionaba y me enteré de que el Patronato había aprobado mi nombramiento al día siguiente cuando puse pie en tierra firme en Bilbao». Allí se encontró con los titulares de la prensa. Uno rezaba: «Conservadores molestos por el nombramiento de Finaldi». Y otro recogía que «una diputada del Congreso comentaba que no salía de su asombro porque el Prado había ido a buscar un extranjero para ocupar esta plaza». En ese momento, Finaldi pensó: «Muy bien empieza esto».
En su anunció de ayer, sin embargo, reconoció que «me iré con el corazón no roto, pero sí partido» y confesó que de su actual puesto se lleva la experiencia adquirida durante estos doce años y el «dinamismo». Durante su intervención comparó el Prado y la National Gallery, donde trabajó desde 1992 hasta 2002 como conservador de la colección de pintura italiana y española. «Son diferentes. El caudal artístico del Prado no tiene paralelo. La National Gallery está formada por historiadores del arte que han buscado narrar un relato del arte europeo». Finaldi recuperó un texto que había escrito para insistir en una idea: «El Prado ocupa un lugar muy especial en la topografía artística y cultural de Europa y alberga lo que es, sin sombra de duda, una de las colecciones más impresionantes de obras maestras del arte europeo. Pero si el Museo del Louvre es un templo enciclopédico cargado de trofeos y tesoros, y los grandes museos de Berlín y Viena espectulares acumulaciones de objetos artísticos, si la National Gallery de Londres es la expresión sublimada de la historia de la pintura europea, el Prado es algo diferente. Es el hogar de los grandes maestros». Y, abordó a continuación una observación de carácter personal: «Mi carrera museística se puede decir, se ha dearrollado entre la equilibrada y sublime elegancia de las colecciones londinenses que van desde Cimabue a Picasso, y el sobrecogedor caudal de poderío artístico que son los fondos del Prado».
Durante su permanencia en Madrid ha sido comisario de distantas exposiciones, todas de enorme relevancia, como «Manet en el Prado» (2004), «El retrato español de El Greco a Picasso» (2006), «El Hermitage en el Prado» (2011), «El ultimo Rafael» (2012) o «El Greco y la pintura moderna» (2014). Pero también estaba él cuando la pinacoteca ha realizado algunas de sus muestras más ambiciosas y de mayor calado, como la de Vermeer en 2003 o la que se dedicó a Durero en 2005. No obvia el actual momento y las dificultades que atraviesa la National Gallery, como un polémico proceso de externalización de algunos de sus servicios, sobre lo que ayer prefirió no pronunciarse, pero sí se adivina que llevará allí los aprendizajes que ha asumido durante su «periodo español». Llegó a la pinacoteca con su identidad británica, matizada por sus orígenes italianos, y unos amplios conocimientos que le permitieron contribuir a reorganizar la colección del Prado cuando, a raíz de la inauguración del edificio de Moneo, el museo dispuso de más espacio para mostrar los depósitos y las obras que reúne su colección. Hizo hincapié en las pequeñas exposiciones que servían para dar a conocer las piezas más desconocidas del museo –de hecho, en estos años, se han llevado a cabo dos muestras exitosas sobre «El Prado oculto» y una interpretación nueva de los tapices de Goya que aportaban una nueva lectura de estas obras del pintor–.
Finaldi mencionó en su intervención las colaboraciones que, durante todos estos años, han existido entre el Prado y la National Gallery, como las muestras «El bodegón español de Velázquez a Goya» y «The Sacred made Real». Una relación que ha alumbrado proyectos conjuntos como «Retrato del Renacimiento» o «Fábulas de Velázquez». «Sólo cabe imaginar que a partir de ahora esta relación se irá fortaleciendo aún más». Finaldi todavía inaugurará algunas exposiciones y su estampa alargada, alta, se verá en las salas del museo, por donde suele pasear todos los días, viendo las pinturas que conservan las salas y contemplando las reacciones de los visitantes. Finaldi llegó a España con una desconfianza incial, pero ayer recogió unos largos aplausos de reconocimiento. Y en un país, precisamente, que no es muy dado a aplaudir a nadie. Por algo será.

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