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Gengis Kan, el temible guerrero de vida novelesca

El líder del imperio mongol pasó a la historia por su violencia, pero tuvo talento político.
Gengis Kan
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El líder del imperio mongol pasó a la historia por su violencia, pero tuvo talento político.
El gran príncipe universal que debe ocupar el lugar central de esta serie de artículos sobre los siete gobernantes más poderosos de la Historia y que llegaron a dominar el mundo es, por derecho propio, aquel que lleva en su titulatura oficial precisamente el nombre de «soberano universal» que no otra cosa es lo que implica la denominación «Gengis Kan». El mérito de este gran guerrero y gobernante, de vida azarosa y novelesca, fue lograr unir a numerosas tribus y clanes nómadas asiáticas para fundar un gran imperio: de hecho, se dice que el suyo y de sus sucesores inmediatos fue quizá el mayor imperio en extensión contigua que ha existido jamás en el mundo, llegando a ocupar en su cénit una larga franja que abarcaba desde China oriental hasta Anatolia, casi en las estribaciones de los Balcanes, hasta casi plantarse a las puertas de las grandes potencias europeas del momento, como el Imperio Bizantino.
Gengis Kan nació seguramente en torno al año 1162 en el norte de la actual Mongolia, acaso no muy lejos de su actual capital, Ulanbator. Su nombre original, Temuyín, relacionado con la palabra «acero» en mongol, da fe de que su vida estuvo ligada a este metal emblemático para la guerra y su crueldad proverbial dio pábulo a leyendas sin cuento sobre las atrocidades de su implacable horda. Temuyín era el segundo hijo de su padre Yesugei, uno de los caudillos más importantes en la confederación de los pueblos mongoles, siempre sometidos a la disensión interna, que manejaba hábilmente el Imperio Chino para tenerlos a raya, más allá de su Gran Muralla.
El carácter de Temuyín se forjó duramente en lances terribles, entre guerras de clanes e intrigas, y su familia, tras la muerte de su padre, envenenado por una traición de unos antiguos aliados, pasó años muy duros en los que tuvo que sobrevivir vivaqueando y casi en la indigencia. El futuro emperador mongol Temuyín creció, sin duda, anhelando venganza, pero no solo contra sus rivales inmediatos sino, con unas ideas más allá de lo convencional, con la aspiración de unir a su pueblo contra el enemigo común. Puede que su ideario se formara durante su cautiverio o también cuando empezó a descollar como guerrero, teniendo que servir y combatir para otros. Su ascenso comenzó gracias al apoyo de un antiguo aliado de su padre, Togrul Kan, que pronto le promocionó como uno de sus lugartenientes de confianza y al que siempre tuvo en gran estima. Togrul y Gengis lucharon por comisión de los chinos contra los tártaros y lograron someterlos, recibiendo prebendas del Imperio de la Muralla. Pero Gengis acabó rompiendo con Togrul, siguió creciendo en poder, fama e influencia y supo medrar entre los clanes de los mongoles para ponerse al mando del mayor continente de pueblos nómadas jamás conocido.
A partir del año 1206 se produce su despegue político, cuando se alzó entre los principales caudillos de los clanes como líder supremo: finalmente pasa a adoptar el nombre de Gengis, que parece querer decir «océano» y, por extensión, universo, para usarlo como símbolo de su nueva visión de kan de todos los kanes. En ese momento mítico también se supone que toda esa congregación de diversas tribus nómadas y seminómadas tomó conciencia de su identidad y se creó el etnónimo de «mongol». Aunque puede que esta etnogénesis sea una de las muchas engrandecida por la propaganda en la Historia: el comienzo de la peripecia imperial de Gengis Kan, fundador de la gloria de los mongoles, es también el de la puesta de largo de su pueblo, que habría que acompañarle a lo largo de aquella cabalgata histórica hasta llegar a las puertas de Europa.
Los inicios de su biografía, en los que hemos preferido centrarnos para estas líneas, entrañan gran dificultad por las diversas fuentes de cronología muy baja y fiabilidad dudosa. Sin embargo, lo que está claro es que las consecuencias de su política fueron de muy largo alcance, la huida hacia delante de un pueblo fragmentado que encontró su camino en un momento de desarrollo demográfico espectacular y que acabó por someter a su secular enemigo, el Imperio Chino, y a la potencia de Corasmia y de los emergentes poderes turcomanos. Estos ánimos expansionistas del pueblo mongol, tanto tiempo sometido y utilizado como mercenario, pueden también explicarse acaso por la egida de un poderoso caudillo de personalidad arrolladora y nuevas ideas. En las últimas dos décadas del siglo XII el nuevo líder haría gala de una inteligencia política excepcional y de un talento militar soberbio a la hora de unificar y reformar a su pueblo.

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