Gibraltar o el orgullo de la «piratería» británica
La fuente de conflictos entre España y Gibraltar tiene, como punto principal desde el siglo XIX, el contrabando de tabaco y textiles, dirigido contra la industria y la economía española desde el principio. Un ánimo de dañar que sigue vigente en la actualidad a través de otras prácticas parecidas, pero igual de perjudiciales
La fuente de conflictos entre España y Gibraltar tiene, como punto principal desde el siglo XIX, el contrabando de tabaco y textiles, dirigido contra la industria y la economía española desde el principio.
Carlos II, último monarca español de la casa de Austria, murió sin descendencia en 1700, dejando como heredero a Felipe de Anjou, nieto de Luis IX de Francia. Fue una herencia disputada: el archiduque Carlos de Habsburgo, hijo del emperador Leopoldo I de Austria, se consideró con derecho al trono español. En apoyo de las aspiraciones del archiduque acudieron Gran Bretaña y las Provincias Unidas, que trataron de impedir la unión franco-española y el inmenso poder que concentraría el Rey Sol. La confrontación condujo a la Guerra de Sucesión, conflicto internacional de amplias repercusiones y, para España, una guerra civil de borbones contra austracistas que dejó profundas heridas, entre ellas, la pérdida de Gibraltar. En mayo de 1704 una escuadra anglo-holandesa, al mando del almirante Rooke, pretendió apoderarse de Barcelona, pero las tropas fueron rechazadas y Rooke puso rumbo al sur presentándose ante Gibraltar a finales de julio de 1704. Allí, bajo la protección de los cañones de la escuadra, desembarcaron tres mil soldados sin que la guarnición (entre militares y voluntarios, apenas 400) pudiera hacer otra cosa que contemplarles.
Al asalto
El jefe del desembarco, príncipe Jorge de Darmstadt, representante del Archiduque, pidió el 1 de agosto a las autoridades gibraltareñas que reconocieran a Carlos como legítimo aspirante al trono y abrieran sus puertas. Rechazada la demanda, envió una segunda exigiendo la entrega de la plaza para evitar su bombardeo y asalto. Se le respondió que eran leales súbditos de Felipe V y que morirían defendiendo Gibraltar. El 2 de agosto, Darmstadt envió una tercera misiva exigiendo la rendición. Como no se produjo, comenzó el ataque. El 4 de agosto, la guarnición se rindió. De los cinco mil habitantes y soldados del Peñón sólo se quedaron 70 civiles, además de algunos sacerdotes.
Felipe V no aceptó la pérdida, pero su interés era ganar la guerra y consolidar el trono, por lo que los intentos por recuperar el Peñón no fueron relevantes. La situación cambiaría en 1711: al fallecer su padre, Leopoldo I, se convirtió en Carlos VI de Austria y abandonó sus pretensiones españolas, pero la guerra civil siguió en la Península y los británicos convirtieron Gibraltar en su base mediterránea. De nada sirvieron las reclamaciones de que la plaza había capitulado ante el archiduque mientras España y el Reino Unido no estaban en guerra. Un atropello respaldado por la fuerza; «un acto de piratería», según el hispanista británico William C. Atkinson. El robo se convirtió en legal cuando, por la paz de Utrecht de 1713, Felipe V cedió a Inglaterra «en plena y entera propiedad la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas»; propiedad que «se cede sin jurisdicción alguna territorial y sin comunicación alguna abierta». El tratado prohibía «la introducción fraudulenta de mercancías» (el contrabando) y la residencia «a moros y judíos».
España tuvo ocasiones para negociar la recuperación , pero primaron otros intereses: en 1718, Jorge I le dijo a Felipe V que detuviera su ofensiva sobre Sicilia y recuperaría el Peñón, pero importó más Sicilia. En 1720, Londres propuso su permuta por la parte española de Santo Domingo, aunque se rechazó. En otros momentos se prefirió el recurso a las armas, cuando Felipe V inició un asedio que duró cinco meses. Al final, ante la imposibilidad de atravesar el istmo, los mandos españoles optaron por cerrarlo con una muralla de 1.300 metros.
En el siglo XVIII hubo entre España y Gran Bretaña otras guerras con sus paces en las que hubiera podido recuperarse el Peñón, pero en 1789 se optó por un asedio en que los cañones españoles arrasaron la ciudad. La lucha costó tanta sangre y dinero que escandalizó a la metrópoli, uno de cuyos pensadores, Adam Smith, estimaba disparatada esa política: «Ninguna de las costosas guarniciones que mantenemos en Gibraltar y Menorca, plazas arrebatadas a la monarquía española, nos son necesarias. Tan sólo sirven para distanciarnos de quien debiera ser nuestro aliado natural, el rey de España, y para unir a las dos ramas de la casa de Borbón en contra de nuestros vitales intereses comerciales».
Después de la ruinosa guerra de la Independencia, España carecería de fuerzas para plantear nuevos desafíos, lo cual produjo una serie de fenómenos que configurarían la actual morfología gibraltareña y sus hábitos mercantiles. La primera fue la destrucción de la muralla del istmo, realizada por los españoles para evitar que los soldados de Napoleón la utilizaran contra los británicos. En las décadas siguientes, durante las epidemias que castigaron la colonia, España instaló servicios hospitalarios en la zona neutralizada... y allí se quedaron; hoy es el campo de aviación. En 1908, Londres erigió la verja 750 metros más al norte de la demarcación inicial. Decenas británicos denunciaron el atropello. El radical John Bright escribía: «Gibraltar fue tomado y retenido por Inglaterra cuando no estábamos en guerra con España y su apropiación fue contraria a todas las leyes de la moral y del honor». ¿Merecía la pena tanta enemistad? Los gestores del imperialismo británico lo consideraban primordial: Gibraltar fue epicentro de su política mediterránea, control entre dos mares con tráfico comercial y puerta de seguridad para el Canal de Suez. Además, la colonia era un emporio de riqueza gracias al contrabando de tabaco y algodón.
Según el profesor Antonio Torremocha, el valor de las exportaciones británicas de algodón a los puertos españoles no alcanzaba 15.000 libras en 1830, mientras que las enviadas a Gibraltar ascendían a medio millón de libras; esos tejidos no vestían a los gibraltareños sino que llegaban a España de contrabando, arruinando su industria textil y su Hacienda. En 1835, 3.000 de los 15.000 gibraltareños se dedicaban a la manufactura de cigarrillos.
En la segunda posguerra mundial, tras siglo y medio de convivencia pacífica y ruinosa para España, la situación se tensó. El Régimen se opuso a que Gibraltar obtuviera el autogobierno y a la visita de Isabel II al Peñón. En 1956 se presentaron a Londres las condiciones para un acuerdo: España cedería la base militar al Reino Unido a cambio de la soberanía española. El fallido intento condujo el asunto Gibraltareño ante el Comité de los 24, que se ocupaba de las descolonizaciones. Lo que pudiera decir el Comité le era indiferente al Reino Unido, miembro del Consejo de Seguridad, que tenía un argumento tan oportunista como poderoso: la autodeterminación, a favor de la cual votaron los llanitos en un referéndum verbenero. Arnold Toynbee, lo veía de otra manera: «¿Le agradaría al pueblo británico ver una fortaleza rusa o china en Land’s End o en las islas del Canal?».
En 1969, el Parlamento británico, ignorando a la ONU, decidió que Gibraltar sería un dominio británico hasta que el Parlamento dijera lo contario. En la consiguiente crisis, Madrid canceló los permisos a los 4.778 españoles que entraban en Gibraltar a trabajar; cerró la verja y el ferry; cortó las líneas telefónicas y telegráficas... El desastre económico y familiar fue tremendo para el Campo de Gibraltar, lo mismo que el éxodo de la población en busca de trabajo, sin que las medidas de activación económica dieran resultado hasta mucho después.
Un Paraíso fiscal sostenido por sociedades fantasmas, bancos y casas de apuestas
Tras muchos contactos diplomáticos y ensayos de acercamiento, la verja volvió a abrirse, pero, aparte del tráfico fluido de personas y mercancías, no hubo nada de nada (en la imagen de la izquierda, portada del diario «The Sun», un ejemplo de cómo están las relaciones entre España y Reino Unido en la actualidad por el peñón). El Gobierno gibraltareño torpedeaba todo acercamiento entre Londres y Madrid, esgrimiendo su derecho de autodeterminación. Y si en política no hubo avances, en lo económico, lo peor. En Gibraltar viven hoy unas 33.000 personas que disfrutan de una renta per cápita superior a 64.000 dólares, una de las mayores del mundo, y su economía crece un 8% anual. ¿De dónde sale tanta prosperidad? De las más de 24.000 sociedades fantasmas allí radicadas, como los bancos británicos, las casas de apuestas, las consultorías internacionales más famosas, y millares de empresas que necesitan poco espacio, un personal mínimo especializado y una baterías de ordenadores. Gibraltar –el debate está abierto– es un paraíso fiscal, con la mitad del IVA, un IRPF que no llega al 50% del español, asombrosos beneficios societarios e impuestos inferiores a un tercio de los de la Unión Europea.
El profesor José Ramón Pin Arboledas, explica que el PIB de Gibraltar es de unos 2.100 millones de euros, pero esa cifra es inferior a la real porque «no está contabilizado el fuerte contrabando de tabaco, que no se encuentra registrado, ni el suministro en el mar de combustible a través de buques tanque, que no tributan, ni operaciones financieras de blanqueo de dinero, que por razones obvias no se contabilizan». Gibraltar es un lugar poco atractivo para vivir, por eso la buena sociedad gibraltareña gana su dinero en el Peñón, tributa allí y vive en las urbanizaciones del sur andaluz, para lo cual tratan de dilatar la actual bicoca.
*Historiador y peridista