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Ginger Baker, el batería que se hizo leyenda

Se fue una de las grandes leyendas entre los batería de rock, un tipo que marcó un antes y un después con su virtuosismo y sensibilidad a la hora de utilizar el instrumento de ritmo como mucho más que un acompañamiento.
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Se fue una de las grandes leyendas entre los batería de rock, un tipo que marcó un antes y un después con su virtuosismo y sensibilidad a la hora de utilizar el instrumento de ritmo como mucho más que un acompañamiento.
Ginger Baker murió ayer a los 80 años después de varios días de agonía, una vez que se le detectó que su afección cardíaca no tenía la posibilidad de un final feliz. «Estamos muy tristes de anunciar que Ginger murió pacíficamente en el hospital esta mañana, gracias a todos por sus amables palabras en las últimas semanas», rezó el mensaje de la familia en su cuenta de Twitter.
Así se fue una de las grandes leyendas entre los batería de rock, un tipo que marcó un antes y un después con su virtuosismo y sensibilidad a la hora de utilizar el instrumento de ritmo como mucho más que un acompañamiento. Él redefinió las reglas en una época única para la historia de la música popular. Baker estaba en el momento justo y el sitio preciso. Fue en 1962 cuando Charlie Watts decidió abandonar la banda de blues de Alexis Korner para enrolarse con los Rolling Stones. Baker le sustituyó y allí conoció al bajista Jack Bruce, con quien desarrollaría una muy particular relación de amor por la música y odio por la persona.
Para 1966, Bruce y Baker eran considerados como la mejor sección de ritmo del blues y el rock and roll y a ellos se unió el mejor guitarrista, Eric Clapton, quien acababa de dejar una obra maestra junto a los Bluesbreakers de John Mayall. Ahí comenzó la aventura de Cream, el primer supergrupo de la historia de la música y probablemente el mejor. Fueron dos años alucinantes, en los que el trío llevó el blues-rock a cotas inigualables. Utilizaban las reglas del free-jazz (largas improvisaciones, deconstrucción de la base original de las canciones, simbiosis entre todos los miembros de la banda, riesgo...) para crear monumentos. Baker, gran amante de Art Blakey y sus Jazz Messengers, reivindicó el papel del batería incluso como solista, con intervenciones de largos minutos.
Pero aquello no duró porque Baker y Bruce no se soportaban. Lo siguiente fue otro supergrupo, Blind Faith, esta vez con Clapton y Steve Winwood. Tampoco duró demasiado, pero dejaron otro gran legado. En los años 70, y enganchado a la heroína, se refugió en Lagos, Nigeria, donde abrió un estudio de grabación personal tras enamorarse de la música africana. En los 80 se marchó a Italia para desengancharse y a largos años de silencio le siguieron hechos curiosos: desarrolló su afición por el polo y montó bandas anónimas por el simple placer de tocar e improvisar.
En 2005 se volvió a reunir con los Cream originales para un par de breves giras que resultaron extraordinarias. Los tres, con Baker a la cabeza, seguían tocando de miedo, por más que las improvisaciones estuvieran muy medidas. Y luego seguiría tocando con diversas bandas de jazz y blues sin pretensiones comerciales. Su inmenso legado ya estaba entregado.

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