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Goliardos: Vuelve la canalla de la Edad Media

Se publica la edición de «Carmina Burana» de Francisco Rico, que recoge toda la poesía de los llamados clérigos vagabundos a cuyas composiciones puso música Carl Orff y que inmortalizó la película «Excalibur»
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Se publica la edición de «Carmina Burana» de Francisco Rico, que recoge toda la poesía de los llamados clérigos vagabundos a cuyas composiciones puso música Carl Orff y que inmortalizó la película «Excalibur».
Cantos de vino y mujeres, cantos burlescos de estudiantes eclesiásticos que se reían de la vida y la muerte, el canto latino de los goliardos, ese movimiento cultural que alcanzó gran difusión durante el renacimiento universitario del siglo XII, ha sido inmortalizado en ciclos tan conocidos como los «Carmina Burana», que popularizó la versión musical de Carl Orff o los «Carmina Cantabrigensia». O más bien puede que este sea el primer movimiento contracultural de la Edad Media –como lo fueran los cínicos en la Antigüedad–, por su visión ácida y desengañada de la sociedad. En efecto, los goliardos se originan en el mundo eclesiástico, particularmente en sus escuelas, verdaderos embriones de la moderna universidad, que comenzaron a florecer durante aquel siglo que vio nacer también los grandes centros vitales de la cultura europea, como Bolonia, Oxford, París o Salamanca. Muchos jóvenes, medio seglares medio religiosos, se concentraban en las incipientes universidades, que les proporcionaban la mejor educación disponible en aquella época, el Trivium y el Quadrivium, una formación integral de letras y ciencias con la música como elemento intermedio. Podemos imaginar el desarrollo comercial y demográfico de estas ciudades del Renacimiento del siglo XII, según afortunada expresión de Haskins, que atrajo a esta gran masa de estudiantes, deambulando continuamente entre la escuela y las tabernas, entre estudio y vida bohemia. Y lo hacemos gracias a libros como «Dados, amor y clérigos», de Luis Antonio de Villena (1978, reeditado por Renacimiento en 2010), o la sugerente antología, introducción y traducción de Miguel Requena «Poesía goliárdica» (Acantilado 2003). Pero hoy está de actualidad esta poesía «docta y desgarrada, risueña y cruel», como reza la «Invitación a la lectura de los Carmina Burana», porque precisamente estos días sale a la luz la cuidada edición bilingüe y traducción de los poemas goliárdicos a cargo de Francisco Rico bajo el título «Carmina Burana. Cantos de goliardo y poemas de amor», una edición actualizada del estudio del filólogo y académico en 1978 en la Biblioteca breve de bolsillo de Seix Barral.
Espíritu rabioso y rebelde
La literatura goliárdica fue la semilla de una corriente literaria de elevado nivel cultural, escrita en latín medieval, que corre pareja con una literatura más popular, en lenguas vernáculas, que comenzaba a aparecer. Quizá fuera esa mayor educación la clave del espíritu rabioso y rebelde de estas generaciones, como se puede ver en un testimonio clave, el poema «Confesión» del Archipoeta. Además, estos jóvenes que usaban el latín aprendido en la escuela como vehículo literario, contaban con una sólida formación clásica, de la que hacen continuo uso en expresiones y lugares comunes de la mitología y la literatura grecorromana. Las «Metamorfosis» de Ovidio, por ejemplo, sirvieron de inspiración constante en toda la poesía medieval hasta bien entrado el Renacimiento, como fuente de erudición clásica, de suerte que se convirtió en el auténtico «best seller» de los copistas monásticos. Otros poetas, como Virgilio u Horacio, dejaron su impronta bien clara en la poesía goliárdica. Entre los goliardos se pueden citar pocos nombres propios hoy en día, debido al esencial carácter anónimo de esta corriente, por razones más que obvias. Hugo de Orleans (conocido también como «el Primado»), Pedro Abelardo, Gualterio de Châtillon o el «Archipoeta» de Colonia son algunos que nos han llegado.
Su latín no es en absoluto una lengua muerta. Antes al contrario, está vivo, lleno de nuevas y vivificantes expresiones, con una versificación y una rima revolucionarias, sustituyendo la tradicional poesía cuantitativa del latín clásico por la rima y el ritmo del latín medieval, que puede remontarse al siglo IV con Comodiano, un poeta africano que tiene la fama de ser el primero que usó una métrica postclásica en latín (en griego comenzaba a ocurrir lo mismo por entonces). Por otra parte, la poesía goliárdica se acompañaba a menudo de música y era cantada en las tabernas, las aulas, los cruces de caminos, en fin, allí donde se reunían los díscolos clérigos y los estudiantes más trapisondistas. El aspecto más llamativo de este tipo de poemas latinos es su relación con la naciente lírica vernácula en cada país. Se suele decir que esta relación era una mera oposición entre la literatura popular, en la que las lenguas derivadas del latín comenzaban a usarse, y otra literatura culta y artificial, escrita en latín medieval. Sin embargo, la coexistencia de ambas en algunos países europeos implica la posibilidad interesante de una influencia recíproca: es sabido que algunos tópicos literarios (la primavera, el «locus amoenus», el «beatus ille», el «collige virgo rosas»...) se encuentran indistintamente en una y otra, como se puede ver en la temprana lírica provenzal, en los «Minnesänger», las cantigas galaico-portuguesas, la poesía mozárabe...
Pero, volviendo a nuestro tema, y como muestra la vibrante versión de Francisco Rico, esta poesía latina es un reflejo vital del submundo de la Edad Media y su bohemia. No se trata, en sentido propio, de un elogio de la mala vida, sino que la cofradía de los goliardos traza una admirable perspectiva, entre nihilismo, escepticismo y desengaño, de la cambiante condición humana con versos brutalmente sinceros y modernísimos. Destaca la apología de la taberna como ámbito de libertad personal y refugio para todos los arquetipos de la gran comedia humana. Hay, de cierto, precedentes en la lírica de inspiración báquica de la antigüedad. Así se ve en la citada «Confesión» del Archipoeta, donde el poeta se ve obligado por el vino a decir la verdad –»in uino ueritas»– o en la inolvidable «In taberna quando sumus». Esta última canción es un gran divertimento, mientras se bebe a la salud de toda la humanidad, y a la vez una parodia de cada estrato de la sociedad, con especial énfasis en el mundo que estos goliardos –procedentes de escuelas eclesiásticas y universidades– mejor conocían. La burla de los eclesiásticos y el uso efectivo y efectista de la parodia de elementos litúrgicos choca mucho más si se piensa en la omnipresencia de la religión en el mundo medieval. Otro ejemplo de este estilo paródico en la época sería la canción burlesca «Vinum bonum et süave», una farsa del himno a la Virgen «Verbum bonum et süave» en la que todo el mundo acaba devoto del vino «et nunc et saecula». Más adelante encontraremos otras canciones tabernarias con este patrón de parodia en Francia y España, ya en literatura vernácula, tal y como se ve en la canción francesa del siglo XIII «Chanter me fait bons vins et resjoïr», que imita la canción de amor cortés «Chanter me fait amors...» In taberna quando sumus es, en definitiva, un ejemplo arquetípico de este género de canciones de taberna, elevado a cierta categoría literaria, pero que, pese a todo, podría ser cantada incluso en la actualidad, cambiando sin más algunos nombres y temas.
Aunque no se puede negar que estas canciones sigue cierta tradición literaria que puede remontarse, si se quiere a Anacreonte, a través de los poetas latinos, o a los hedonistas Carmina de Catulo, lo más apasionante de esta poesía, rescatada y mimada en la nueva edición de Rico, no es solo cómo muestra la evolución poética desde la antigüedad latina hasta la Edad Media y más allá –pues se encamina ya, tanto en contenido como en métrica, a la lírica vernácula– sino especialmente la manera en que nos interpela aun hoy, en una sociedad descreída como la nuestra, con una reflexión sobre la triste condición humana –la vejez, la enfermedad o la muerte– y la vigencia de los viejos tópicos literarios y vitales clásicos. «Carpe diem».

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