Gregorio Marañón Bertrán de Lis: «Nunca he ido de nieto de mi abuelo»
A El Cigarral de Menores, en Toledo, dedica un libro en el que mira al pasado y observa el intenso futuro rodeado de los suyos.
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A El Cigarral de Menores, en Toledo, dedica un libro en el que mira al pasado y observa el intenso futuro rodeado de los suyos.
Gregorio Marañón Bertrán de Lis es un poco friolero. Se lo dicen en casa. Cuando amanecen los días de otoño con el termómetro escaso de grados le tienen que frenar para que no eche mano de la calefacción. Hoy sale a la venta un libro que ha escrito tirando de memoria sobre El Cigarral de Menores, esa extensión que es casi un pueblo dentro de Toledo. La historia arranca en el siglo XVI y va transitando por paisajes y paisanajes, por unas manos y otras hasta que en 1921 lo compra el doctor Marañón. Unamuno leyó en voz alta «San Manuel Bueno, mártir» mientras Lorca se desesperaba. La «Edad de Plata de la intelectualidad» desfiló por sus estancias. Albergan sus páginas descubrimientos hasta en algunos pies de foto. Y por ahí empezamos.
– «‘‘Vive oculto” es una máxima de Epicuro que elegí como lema», ha escrito.
–Así es. Me pareció preciosa, lo ví como una cierta utopía de programa de vida. Soy un hombre bastante tímido y todo lo que sean exposiciones públicas me han costado siempre mucho.
–El Cigarral alberga prácticamente un museo al aire libre: Chillida, Alberto Corazón, Cristina Iglesias... Una verdadera suerte vivir rodeado de arte.
–La cultura para mí es aire. No imagino ni mi vida personal ni social sin ella, de ahí que insista en su importancia. Yo diría que estas obras son la concreción visible del mundo de la cultura e incitan a la reflexión, a la crítica, a la utopía. Una vida sin cultura y sin arte me parecería muy poco humana.
–¿Le ha costado mucho escribir este libro? ¿Aquí está reflejado su lado más humano?
–Ha salido de manera natural. No he pensado en mi biografía en particular. La tercera parte se me fue de extensión porque dejé salir mis recuerdos y vivencias. Estaba desproporcionada con respecto al principio. Corté y ajusté.
–¿Ha redescubierto algún recuerdo de crío?
–No, estaba todo ahí. Yo siempre he vivido muy bien con mi infancia y mi adolescencia. He sido autocrítico y he tenido mis inseguridades, pero con esa sensación de confort personal con mi interior que me ha acompañado durante mi vida.
–Usted fue un niño que vio desfilar delante de sus ojos a todo el pensamiento español.
–De ello te das cuenta cuando pasa el tiempo porque de pequeño lo interpretas, yo así lo hacía, como lo más natural, no calibraba bien la distancia.
–¿Existió en El Cigarral un día especialmente feliz?
–Todos tenían algo de especial. Lo que tengo son recuerdos fragmentados, aunque he de decir que el actual es un periodo felicísimo.
–Entre las anécdotas que cuenta habla de una mariposa naranja, enorme que descubrió un día debajo de la mesa de piedra del reloj de sol. Jamás la volvió a ver.
-Y, como digo, aún la busco. Tengo la esperanza de poder volver a verla algún día.
–En ese jardín pasó muy buenos momentos al lado de su abuelo.
–Jugábamos a su lado y jamás nos decía que molestábamos o nos pedía mi abuela que bajásemos la voz. Nunca se nos impidió el acceso a los mayores.
–¿Cómo era el doctor Marañón?
–Ambos, él y mi abuela, cariñosísimos. Siempre tuvieron palabras de aliento para nosotros. Recuerdo el enorme cariño que transmitía y le estaré agradecido de por vida.
–La figura de su abuelo era inmensa. ¿Le ha pesado?
–Nunca he ido de nieto de mi abuelo. He deseado hacer mi propia vida. A él lo elegí como mi maestro. En mi conciencia sí lo tengo y he deseado ser lo más fiel posible a su persona. Las figuras públicas no les pertenecen a sus familias sino, como es el caso de mi abuelo, a la sociedad entera.
–Desde que usted adquiere El Cigarral en los setenta imagino que por el llamado «Tranvía» habrán pasado todo el que es alguien en España.
–Pasó todo el mundo en tiempos de mi abuelo. Hoy nos visita mucha gente en reuniones que a mi me parecen de lo más natural del mundo, aunque si le dijera algunos nombres más de uno se podría sorprender.
–¿No le dan ganas de escribir sus memorias?
–Eso ya lo dejo para otra ocasión.
–¿Que piensa de su generación?
–Es la de la Transición. Creo que tenemos la capacidad de reunir y conciliar, que es característica del carácter liberal, aunque suelen achacarnos cierta ambivalencia que se confunde con no tener posiciones propias, y las tenemos. El liberal es capaz de comprender e incluso simpatizar con quien piensa de manera distinta porque es capaz de ver en otras posturas su parte de verdad. La gran barrera contra el entendimiento es el sectarismo.
–¿Que pensaría su abuelo si pudiera ver esta España de 2015?
–Formó parte de una generación extraordinaria que tuvo un verdadero sentido patriótico. Hoy se sorprendería de la pérdida del sentido de compromiso con España. Seguro que vería con satisfacción la situación igualitaria social y pienso que pediría capacidad de entendimiento en la política española. La suya fue una generación que sintió a su país.