Harnoncourt, el músico irreductible y vital
El director de orquesta, célebre por emplear instrumentos originales, fallece a los 86 años después de que el pasado diciembre anunciara su retirada profesional.
El director de orquesta, célebre por emplear instrumentos originales, fallece a los 86 años después de que el pasado diciembre anunciara su retirada profesional.
Empezó con Bach y Monteverdi, y acabó interpretando casi todo el repertorio. Es el signo de una mente musical privilegiada, única, con una capacidad infinita de absorción de ideas, estilos, obras y épocas. Y en todo ello, de Beethoven a Brahms, de Mendelssohn a Schumann, de Bruckner a Verdi, de Mozart a Smetana, fue siempre Harnoncourt. Jamás dejó de imprimir su sello a cualquier cosa que hizo, hasta al Concierto de Año Nuevo que dirigió dos veces, en 2001 y 2003. A nadie se le ha ocurrido empezar la velada en torno a la familia Strauss con la «Marcha Radetzky», pero él lo hizo en su primera comparecencia; eso sí, genio y figura, tocando la versión original de la página, para acabar el concierto con la tradicional, la de toda la vida. Johann Nicolaus, conde de la Fontaine y de Harnoncourt-Unverzagt, nació en Berlín en 1929, y estaba entroncado con la más vetusta nobleza austríaca. Pero Nikolaus siempre fue humilde, modesto y educado: no debe haber músico alguno con el que se haya encarado, o al que haya mostrado autosuficiencia. El arte de Harnoncourt, el vitalista, el entusiasta irremediable, se basaba en la cordialidad, la camaradería, el respeto y la elegancia.
Influencias
Hace años le preguntaron qué músicos habían supuesto una aportación en su ahondamiento en la música de Bach. Su respuesta fue un mapamundi de su ideario: «El primero que citaría es Pablo Casals. Después los hermanos Busch, y Rudolf Serkin, en su etapa suiza, que era la época en que tocaba haciendo dúo con George Szell. Con Szell, como director, toqué muchas veces en Viena: creo que me dirigió en no menos de 20 conciertos; no guardo un recuerdo muy especial de sus interpretaciones, porque, aún siendo un gran músico, no hay duda, era terriblemente estricto y severo, durísimo en los ensayos en el plano personal, y a veces tremendamente frío, gélido, en sus interpretaciones. Otro músico que en mí ejerció una influencia muy grande, incluso dentro del ámbito concreto de la música de Bach, fué Karajan, con el que toqué en muchísimos conciertos, y del que recuerdo una interpretación hondísima de la “Misa en Si menor”. Desgraciadamente no hablé mucho con él de estos temas, no era el tipo de persona que te permitiera ese grado de comunicación. Bueno, él hablaba con los músicos acerca de las obras en los ensayos, pero no era normal que te atendiera en privado. Debo decir que aprendí muchísimo de él, trabajar a sus órdenes fue una gran experiencia, porque tenía una técnica enorme para los ensayos: podía ensayar, durante una hora, sólo 20 compases, y no tocar el resto del movimiento, porque estaba convencido de que ése era el punto crucial y que a partir de ese pasaje todo el mundo estaría inmerso en el resto del movimiento, y acertaba de pleno, sabía dónde podía estar un problema y cómo solventarlo en un ensayo. Además, tenía una concepción de la música y de las obras que podría o no agradarte, con la que podrías estar o no de acuerdo, pero sabía lo que quería y cómo quería que sonara la música, y éso era capaz de trasladarlo a la hora del concierto. Realmente fue una gran experiencia trabajar con él».
Mozart y Monteverdi
Durante 17 años, Harnoncourt fue violonchelista de la Sinfónica de Viena –fue Karajan quien lo seleccionó para el puesto–, y de esa etapa provienen sus contactos con varios de los grandes nombres de la dirección como la fundación del Concentus Musicus de Viena, el conjunto al que ha estado unida la mayor parte de su vida artística, incluidos los años finales, en donde, tras haber dirigido a las más grandes orquestas, sólo quería tocar con sus solistas del Concentus. En su libro «Musikalische Dialog» Harnoncourt define a Bach más como un hombre de síntesis que como un revolucionario. Y esa idea la aplicó a otro de sus amores y revoluciones, Mozart. «A mí pueden decirme que Mozart revolucionó el teatro, la ópera, pero creo que él hizo una revolución menor que la de Gluck, porque cualquier cosa que se encuentra en las óperas de Mozart es infinitamente, ¡infinitamente mejor que cualquiera otra!, y si se considera como revolución la calidad y el ingenio, entonces no hay duda, Mozart es el mayor revolucionario de todos. Pero el traer a la ópera algo que fuera radicalmente nuevo no es propiamente lo hecho por Mozart. A partir de “Idomeneo” él utilizó la historia de la música en el sentido de decir: “Esto es lo que tengo y esto es lo que puedo hacer”. (...). Mozart era un filósofo en psicología, conocía todo lo que en el alma humana subyace, y era capaz de expresar vivencias que él nunca experimentó, pero las conocía, por intuición, milagrosamente, ¡yo qué sé cómo! Y además nunca llegó a escuchar una ópera de Monteverdi, ni siquiera creo que llegara a ver, en uno de sus viajes o en una biblioteca, una partitura de las óperas de Monteverdi, y sin embargo fue capaz de emplear todo lo que Monteverdi había inventado, todas las ideas del drama musical». Harnoncourt nunca dejó de transmitir entusiasmo en sus interpretaciones, ya fuera con instrumentos originales o con orquestas al uso. El violinista Gidon Kremer lo definió muy bien: «Aprendo siempre algo cuando toco con él, incluso cuando se equivoca».
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