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Hermano mayor

La Razón

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A veces uno no tiene la sensación de haber perdido no a un amigo, sino a un hermano mayor, y con Paco Nieva es algo que se me hace muy patente. Le profesé verdadera amistad, pero, sobre todo, tuve por él una admiración sin límites y colaboré con él en numerosas ocasiones. Nieva era un grandísimo dramaturgo que emergía con fuerza en la grisura de los textos teatrales de su tiempo a base de imaginación y fuerza. Pero además era pintor, escenógrafo y un artista múltiple al que –rara avis en nuestro panorama– no le era ajena la música. Por eso colaborar con él era tan fácil y, a la vez, tan complejo, porque sabía lo que quería y además sabía explicarlo, cosa que no suele ocurrir por estos lares.
La primera vez que trabajamos juntos se remonta a la etapa ilusionada de la Transición. Fue con aquel maravilloso espectáculo con y sobre Cervantes que se llamó «Los baños de Argel». Era en el María Guerrero, finalizaba 1979, y el discurrir teatral incorporaba como protagonista a una actriz-cantante, la impresionante Esperanza Abad, y disponía de un grupo de músicos dirigidos por quien luego ocuparía otro lugar impagable en la dirección orquestal española: José Luis Temes. Un espectáculo así era absoluta novedad en nuestro panorama y fue un éxito arrollador, tanto que, ya cerca del verano siguiente, un cambio de dirección en el teatro tuvo que cargarse la obra con el cartel de «no hay billetes» colocado todos los días. Hicimos muchas más cosas juntos. Recuerdo un guión radiofónico sobre Picasso para Radio Nacional o el espectáculo brillante con otra cantante hoy legendaria, Anna Ricci, que fue «Corazón de arpía». Lo último, hace apenas poco más de un año, el «Salvator Rosa» que Guillermo Heras montó de nuevo en el María Guerrero. Una obra muy propia de él, pero además un personaje de lo más Nieva. Porque Paco, que no sin acierto fue definido como un artista del Renacimiento, en realidad era un renacentista que se internó en el manierismo para amanecer barroco. Trabajar con él era un placer y no tanto por el trabajo en sí como por hablar larga y continuamente con alguien de mente tan ágil y amplia. Recuerdo las largas noches de pensar y probar en su antigua casa del Barrio del Niño Jesús, junto a la chimenea que él aseguraba había sido de Mata-Hari y lo atestiguaba con una vieja fotografía. Paco Nieva era un creador de espectáculos, pero, en verdad, era un espectáculo en sí mismo. Un espectáculo de imaginación, cultura, lucidez y arrolladora personalidad. No me corresponde a mí hablar de su teatro, me basta con gustarlo y admirarlo, pero sí creo que puedo hablar del hombre porque era un personaje irrepetible. De la estirpe de intelectuales españoles que hicieron nuestra creación grande y que es una especie en veloz proceso de desaparición. Y era un amigo tan admirado como querido. Él se va y nos deja una gran herencia. Esperemos ser dignos de ella.

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