«Isla de perros»: El único amigo del hombre
Director: Wes Anderson. Guión: W. Anderson, R. Coppola, K. Nomura y J. Schwartzman. Voces originales: E. Norton, B. Cranston. EE UU-Alemania, 2017. Duración: 101 min. Animación.
Será que Wes Anderson se nos ha vuelto anarquista. En el devenir-animal que atraviesan sus dos largos en «stop motion», las excelentes «Fantástico Sr. Fox» y ahora «Isla de perros», lo humano es sinónimo de lo absolutista, lo represivo, el brazo armado de las sociedades de control. No es extraño, pues, que en su último y magnífico artefacto sean los perros y los niños los agentes de la libertad, muy a pesar de sus antagonistas de carne y hueso, que los han condenado al ostracismo sin contar con la luz de su rebeldía. Es curioso que esta apología de la sublevación antisistema provenga de un cineasta adicto al orden y la simetría, que no descuida ni el más mínimo detalle de atrezzo en sus atiborrados «tableaux vivants». Sería una contradicción si no diera la impresión de que Anderson se siente más libre cuanto más reglada está la construcción de su universo, e «Isla de perros», que funciona como contenedor intertextual de citas y referencias a la cultura japonesa (Kurosawa, Ozu, Miyazaki, el teatro kabuki) además de como alegoría política con el conflicto de los refugiados al fondo, es la más normativa de las películas que quepa imaginarse. Viendo «Isla de perros» se tiene la sensación de contemplar a un artista metiendo un precioso barco en una botella. Lo imposible: que lo inanimado cobre vida, que cada hocico sea expresivo, que cada mata de pelo nos hable, y que, en un entorno tan controlado, haya espacio para la emoción genuina, la reivindicación de la solidaridad y la empatía, el grito ecológico, el «slapstick» zen y el homenaje a «El principito» y, «not last but least», para que las barreras idiomáticas entre perros (que hablan inglés) y los humanos (que hablan japonés, y, opción radical, a veces sin traducción simultánea) sean superadas por la delicada orfebrería de las imágenes. La multiplicidad de personajes y tramas, en ocasiones hilarantemente digresivas, el perfeccionamiento de la «stop motion», la exquisitez del diseño de producción, la ironía de las imágenes y la hiperventilación del relato, confluyen felizmente en una deliciosa obra maestra que aplaudirán los fans irredentos de Anderson, que somos legión.
LO MEJOR
La explosiva combinación entre sofisticada «stop motion» y comentario político-ecológico
LO PEOR
Que se perciba como una simple repetición de la jugada de «Fantástico Sr. Fox»