Escritores

Jardiel Poncela: El «falangista» censurado por Franco

Escribió mucho y bien, hizo reír, vivió en Hollywood, tuvo 34 novias y fue ante todo un hombre libre. Una exposición en el Instituto Cervantes nos acerca a la figura de un humorista injustamente minusvalorado por sus ideas conservadoras, que murió en la pobreza y no gozó del favor del régimen

Enrique Jardiel Poncela, con un libro y un pitillo, en una imagen de los años 30
Enrique Jardiel Poncela, con un libro y un pitillo, en una imagen de los años 30larazon

Escribió mucho y bien, hizo reír, vivió en Hollywood, tuvo 34 novias y fue ante todo un hombre libre. Una exposición en el Instituto Cervantes nos acerca a la figura de un humorista injustamente minusvalorado por sus ideas conservadoras, que murió en la pobreza y no gozó del favor del régimen.

La risa, ¡qué cosa tan subversiva! Ahí están la carcajada de Ninotchka, todo un tractatus contra la rigidez soviética; el humor de Bulgákov, enfermo y apestado, escribiendo contra Stalin «Cabeza de perro», «El Maestro y Margarita»; Oscar Wilde, deformando en sátira el acartonamiento victoriano... Y es que la risa es, ante todo, una corrección, dice Bergson. Contra la vanidad, la solemnidad, los patrones adquiridos, los patrones forzosos, los vicios y las emociones propias y ajenas... Hay quien se ríe de pena y de pavor, como Muñoz Seca ante el pelotón de fusilamiento: «Me podréis quitar todo menos el miedo que tengo». Y esa risa, si es consciente, si es inteligente, libera. Porque reírse es de hombres libres y la libertad no es ni de derechas ni de izquierdas. De hecho, repatea a unos y otros.

Todo esto viene al caso para desmontar de entrada un mito: el de Jardiel Poncela como autor del régimen. Un mito muy arraigado pese a lo absurdo que resulta a la luz de los datos o, simplemente, abriendo una de sus páginas. «La dictadura es el sistema de gobierno en el que lo que no está prohibido es obligatorio», dejó escrito este madrileño, castizo castizo (nació y murió en el entorno de Chueca) que protagoniza la exposición «Jardiel Poncela. La risa inteligente» en el Instituto Cervantes y al que algunos no perdonaron ser más bien conservador en sus ideas políticas y no sumarse al «mainstream» de la vanguardia del 27 en sus vertientes político-artísticas. «Su único pecado fue quedarse en España», declara a LA RAZÓN Enrique Gallud Jardiel, nieto del dramaturgo, novelista y humorista y gran estudioso y «rescatador» de su obra.

Una división simplista

De ahí radica el malentendido, el mismo que ensombreció durante años (desde la Transición) la figura de auténticos pioneros como Edgar Neville o Mihura. «En los 70 se hizo una división simplista de la literatura y se adscribió erronéamente a Jardiel al falangismo. Él era una persona de orden, sí, pero individualista, ecléctico, no vinculado al régimen. Aquella simplificación le afectó a nivel crítico, pero nunca de público», añade Gallud, quien pone sobre la mesa datos fundamentales para entender esta injusta reducción de un escritor poliédrico a la etiqueta falsa de «falangista»: «En los años del Frente Popular sus novelas fueron censuradas por conservadoras, pero es que con la llegada de Franco siguieron siendo censuradas por izquierdistas, porque en ellas criticaba al poder, a la Iglesia, etc...».

De hecho, Jardiel, que desde bien joven había volcado su genial bilis en la narrativa, se refugió en el teatro por ser un género más popular, donde llegar al público y ganarse la vida sin ser tan opinativo. A la postre, su dramaturgia le ha ganado en fama a su ingente novelística. «Eloísa está debajo de un almendro», «Angelina o el honor de un brigadier» son títulos que siguen reponiéndose en las tablas; nadie lee, en cambio, «La tourné de Dios», su novela más lograda para Gallud y los críticos. Con todo, en el teatro Jardiel siguió siendo un francotirador: «Su caso no es como el de, por ejemplo, José María Pemán, apoyado por el régimen. Él nunca tuvo ayudas, ni subvenciones. Murió en la pobreza y hasta no querían dejarlo enterrar en sagrado porque se le consideraba ateo». Eso fue en 1952. Antes de eso, para este autor que alcanzó la fama en los años 20 y 30, todo se habían convertido en pulgas: el fracaso de una gira americana, un desengaño amoroso, la muerte del padre, un cáncer de laringe y la ruina económica. En la calle Infantas ideó este epitafio con el que está enterrado en la Almudena: «Si buscáis los máximos elogios, moríos». En su caso han tenido que pasar algunas décadas para que su talla intelectual se contextualice en justicia. «Hoy está más de moda que en los 70», mantiene su nieto, para quie Jardiel es «un clásico en el sentido de que su obra no caduca; es una literatura muy cosmopolita, muy atemporal; sus temas suceden ahora y sucederán dentro de 50 años; se podrían haber ambientado en Madrid, París, Buenos Aires, da igual, no era localista, ni costumbrista, ni de sainete»... ni misógino, ojo.

El asunto de su pretendido desprecio a la mujer ha dado que hablar. Desde luego que sus aforismos, todos geniales, todos sorprendentes, dan pie a veces a pensarlo. Pero eso solo si obviamos el contexto humorístico y de lucha de géneros que este autor con predilección por la temática amorosa tanto cultivó. «En sus historias de amor usa situaciones anómalas, distintas, muy pasionales y raras; ve el lado difícil del amor», señala Gallud. Y ahí ni el hombre ni la mujer salen indemnes para un escritor que decía que «lo peor que existe en el mundo son las mujeres, si se exceptúa a los hombres». Jardiel apuntaba en todas las direcciones y, especialmente, en la del matrimonio: «El mejor día para casarse es el 30 de febrero». Amó y fue amado. Mucho para la época, para los bienpensantes. Tuvo 34 novias, dicen. «No se le ha entendido bien en el tema de las mujeres –alega su nieto–. Él las adoraba, tenía un complejo de Edipo materno, vivió con sus hermanas y tuvo varias parejas; estaba obsesionado con la mujer, pero en su obra fomenta la cara negativa... Para él las mujeres honestas e inteligentes no eran interesantes literariamente, por lo que las feministas han protestado mucho».

Dibujante e inventor

La exposición del Instituto Cervantes, comisariada por Sergio Muro y Eva Lapuente nos acerca a través de 150 piezas (collages, revistas, dibujos originales, manuscritos, etc) a la creatividad de un hombre que no se paró en la literatura: «Dibujaba, creaba artilugios como un teatro de escenarios móviles, le encantaba la música...», señala Gallud, quien añade que en su familia (él no le llegó a conocer) se le recordaba como «una persona muy vital pese a los años de cáncer y pobreza, de caracter fuerte y polifacético, que solo vivía para la literatura, pero muy sociable y divertido». La muestra de la institución no es un oasis en el desierto. A Jardiel se le sigue estimando y aplaudiendo en las tablas: este año se han montado cuatro obras de su cosecha en Madrid y se han publicado hasta doce volúmenes entre piezas suyas y estudios críticos, y en enero TVE estrena una «tv movie» basada en «Los habitantes de la casa deshabitada». Sigue haciéndonos reír. Sigue haciéndonos un poquito más libres.